Tengo amigos y familiares que votaron o piensan votar a Macri. Pocos, por suerte. No son las personas más cercanas a mi vida, pero son gente a la que quiero y valoro. En todos los casos son buena gente, laburantes, que suelen tener una mirada solidaria sobre los demás y que vuelcan esa mirada en comportamientos del mismo tipo en su trabajo, su familia, su entorno.

En ningún caso, traducen esa preocupación por los demás en una práctica política; no militan en ninguna fuerza, aún cuando suelen opinar sobre los dirigentes y gobernantes. Pienso que está bien que eso ocurra. La militancia, la actividad política, que para mí es un enorme valor vital, tiene características muy diversas, que no todos tienen ganas de abordar.

Esos pocos amigos y familiares que votaron o votarían a Macri no aman las recetas neoliberales, no desean que la riqueza se concentre y las mayorías se mueran de hambre, no esperan que millones se queden sin trabajo, como ocurrió durante los ’90. No están ansiosos por ver Aerolíneas o los ferrocarriles en manos privadas, ni se duermen soñando que vuelvan las AFJP. Posiblemente otros votantes de Macri sí. Los que yo conozco de cerca, no.

A éstos les molestan cosas que caracterizan este presente. Ni siquiera juzgo acá si les molesta porque se comieron la manipulación de los medios. Sinceramente les molesta escuchar a Cristina en cadena y fuera de la cadena también, les molestan los jóvenes ocupando patios de la Casa Rosada, les molesta 678, les molesta Aníbal, la pelea con Clarín, La Cámpora, Máximo y Kicillof, les molesta que Hebe se haya ocupado de la vivienda y otras cosas que a mí y a mis compañeros nos movilizan y entusiasman.

Lo curioso es que mis amigos y familiares que votaron o votarían a Macri pueden disociar cosas indisociables: pueden ver la vida que llevamos nosotros, los militantes kirchneristas que ellos conocen, y sin embargo creer que la militancia kirchnerista es chorra y vaga; pueden encender la tele y ver cientos de programas en los que se dice cualquier cosa de Cristina y de todo el Gobierno y no obstante repetir que en Argentina no hay libertad de expresión; pueden ver a sus viejos jubilados, pueden tener a sus familiares con laburos y sueldos acordados en paritaria, pueden viajar a otros países, pueden cambiar el auto y curiosamente no poner en duda cuando aquel al que votan dice que la economía no da más y que el cepo y la inflación son la peor tragedia que vivió el país.

Yo no voy a cambiar el voto de esas personas. Me encantaría y lo intentaré. Pero es posible que no lo logre. Solo espero que sean aún más conscientes del aporte que harán con su voto para la Argentina que viene si ellos ganan el 22 de noviembre. Si tenemos la desgracia de que Macri gane no será, como lo fueron Menem (para mal) y Kirchner (para bien), un presidente inesperado. Su Gobierno, si es que gana, no será muy distinto de lo que Macri anticipó durante los últimos 25 años como dirigente empresario y político. Y las consecuencias de sus actos -la destrucción del aparato productivo nacional, el endeudamiento externo, la concentración de la riqueza y el empobrecimiento de millones, sobre todo- no serán una sorpresa para nadie. Los argentinos venimos votando, hace más de una década, dirigentes que sabemos lo que piensan y lo que quieren hacer. Todos sabemos lo que quiere hacer Macri, lo cual nos hace más responsables de esta decisión que nunca.

No hace falta estar enamorado de Scioli para votarlo. Hace falta pensar si esa mirada y ese comportamiento solidario que ustedes tienen en su vida cotidiana va a estar mejor expresado en un país como el que proyecta Scioli o como el que proyecta Macri.
Ojalá se arrepientan a tiempo y no padezcan a futuro la responsabilidad de haber soslayado las consecuencias del modelo de país injusto, mucho más parecido al anterior al 2003 que al que ustedes sueñan para sus hijos.

(*) Publicado en el Facebook del autor: Fernando Torrillate

Portada del sitio || La Central || Carta a familiares y amigos