A algunos les puede parecer extraño que yo esté escribiendo. Sucede que nosotros, sujetos colectivos, no morimos, sólo partimos. Por eso, continúo vivo en la memoria de mi pueblo como usted continuará cuando se vaya. Nuestras vidas tienen mucho en común, sobre todo respecto de la identidad. Teníamos un nombre al nacer y lo cambiamos durante la vida.

Al llegar a la escuela, a los siete años, yo era Rolihiahia Dalibhunga Mandela. Me dieron, entonces, otro nombre en homenaje al almirante inglés Horacio Nelson. Independientemente de mi voluntad, pasé a ser Nelson Mandela. Usted hizo el camino inverso: nació siendo Luiz Inácio y se convirtió en Lula, porque se puede enorgullecer de sus orígenes. Eso fue provocador, como sabe. ¿Dónde se vio un presidente de la república llamarse Lula? Tiene nombre de pueblo, forma de pueblo y habla la lengua del pueblo.

Crecimos con las mismas preguntas que nos perturban. Por eso, estamos en la misma lucha. Yo, contra la discriminación racial; usted, contra discriminación social. En los años 1960, en medio de la persecución y tortura de centenares de líderes negros, fui preso y condenado a prisión perpetua. Aquella década también lo marcó a usted que, perseguido por la dictadura, se encontraba en la cárcel cuando su madre murió. No nos quebraron, pero nunca nos perdonaron soñar: por el fin de la opresión, por la igualdad, por la democracia.

Liberado, por la fuerza de la solidaridad local e internacional, me convertí en presidente del sur de África. Devolví a los negros el sentido de la pertenencia a la nación; pero no excluí a los blancos. Usted, como presidente de Brasil, devolvió la dignidad a los pobres y a los trabajadores; pero no persiguió a los ricos. Nuestras políticas tuvieron límites, por cierto. Transformamos muchas vidas, pero no transformamos estructuras. Mis compañeros dicen que me ocupé tanto de la unificación que dejé de lado lo importante en materia de política social. En cuanto a lo suyo, dicen que usted se preocupó tanto de las políticas sociales, que descuidó la democratización de los medios, de los aparatos del Estado y de la tributación de la riqueza.

Yo ya soy una biografía. Cuando no nos vencen, las elites nos transforman en historia. Antes, sin embargo, no nos dieron tregua. Por eso, creo que las elites brasileñas continuaron la guerra que decretaron. Intentaron, con la racionalidad y con la frialdad con que alimentaron el miedo en el pasado, diseminar el odio en el presente. Intentaron, como hicieron aquí, transformar a la mayoría del pueblo en minoría social. Intentaron, como siempre, manipular la opinión pública, desacreditando la política, la organización de la clase trabajadora y la izquierda militante.

Usted, en cambio, no está solo. A su lado están hombres, mujeres, negros, indígenas, blancos, homosexuales, estudiantes, intelectuales, trabajadores, en fin, todos los que siempre estuvieron dispuestos al buen combate. Nosotros tampoco daremos tregua.

Juçara Dutra Vieira

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