En medio de la guerra de Malvinas (1982) hubo insistentes referencias a un tratado que poca gente conocía pero que constituyó después de la Segunda Guerra Mundial, una de las piezas basales del panamericanismo motorizado por los Estados Unidos para diseñar su hegemonía sobre América Latina. Se trataba del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) o Tratado de Río (1947). En aquel tiempo, la dictadura militar apelaba a la Organización de Estados Americanos (OEA), el organismo ejecutor de ese acuerdo internacional que comprometía, presuntamente, al conjunto de los países americanos a su mutua defensa ante una agresión externa.

Hay un mal recuerdo de cómo terminó la cuestión, porque el Tratado, nacido en plena Segunda Guerra Mundial luego del ataque del Imperio Japonés a Pearl Harbour (1941), y dirigido luego hacia el enfrentamiento contra la URSS y el bloque socialista, nunca iba a ser utilizado contra el principal aliado internacional de Estados Unidos en la Primera y Segunda Guerra Mundiales, el ocupante colonial de Malvinas, el Reino Unido de Gran Bretaña. La petición del dictador Galtieri y su canciller Costa Méndez para aplicarlo por causa de la guerra y la expedición británica, naufragó con el veto de Washington poniendo en evidencia lo que había sido la denuncia constante del nacionalismo anti imperialista latinoamericano. Había quedado brutalmente expuesta la condición de la OEA, que con color revolucionario tropical la Revolución Cubana había denominado “el ministerio de Colonias de los EEUU”.

Las cosas cambiaron mucho en el continente después de la derrota de 1982 en el Atlántico Sur y la sucesión de movimientos populares que avanzaron desde Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador, Uruguay y Chile – con todas sus evidentes diferencias – construyeron instituciones de nuevo tipo y de diversa dimensión. Nacieron luego de las dictaduras: el Mercado Común del Sur (Mercosur)-1991-, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) - 2011-, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) - 2010-, la Alianza Bolivariana por los Pueblos (Alba) - 2004- y el Parlamento Suramericano.

Estas instituciones, diversas entre ellas, a veces superpuestas, en ocasiones contradictorias, poseen una identidad común latinoamericana que las diferencia centralmente de la OEA en la que la presencia norteamericana perfila y expresa el panamericanismo, la ideología con la que los Estados Unidos avanzaron en su expansión imperial hacia el sur.

La reciente y resentida embestida de la oposición liberal conservadora contra la elección directa de los representantes argentinos al Parlasur, también expresa el rechazo del bloque dominante en contra del desarrollo de una institucionalidad continental autónoma, cada vez más basada en la soberanía popular y en la autonomía nacionales.

Esta complicada nueva institucionalidad muestra las dificultades para enfrentar los poderes del capitalismo globalizado y las potencias que las expresan. En el Mercosur, por ejemplo, el ingreso de Venezuela supuso un conflicto de envergadura impulsado por las fuerzas conservadoras del continente.

Que esta arboladura del navío latinoamericano puede conformarse para, a su vez, conformar un solo barco, es medio y fin de un difícil proceso de unidad y organización, política, económica, cultural y de defensa, entre otros aspectos.
Por ello, esta problemática es uno de los espacios de la profundización del proyecto nacional. Con el rechazo producido a la aplicación del Tiar con Malvinas, resulta poco explicable que la Argentina se mantenga todavía en el marco del Tiar del cual se han desprendido en diversos momentos y por diferentes circunstancias Cuba, México, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador.

Salir del Tiar conlleva también el abandono de la Junta Interamericana de Defensa (JID) y de la Conferencia de Ejércitos Americanos, en donde la presencia hegemónica de los Estados Unidos campea dominante.

La contraparte positiva de esta acción está encarnada en la constitución del Consejo de Defensa Suramericano (CDS) -2008- que sienta las bases para la alianza defensiva de los países de Suramérica, la que- en el marco de la unificación de los organismos políticos latinoamericanos- puede abarcar al conjunto del continente sumando Centroamérica, el Caribe y México. Este pacto defensivo deberá superar conflictos territoriales añejos como, entre otros, la salida al mar de Bolivia y la definición de la frontera marítima entre Chile y Perú.

Salir del Tiar es parte del empuje latinoamericanista que merece el debate, la militancia y la reflexión de las fuerzas políticas, sociales e intelectuales de América Latina. Es el paso previo para emprender la retirada de la OEA, dado que la joven institucionalidad latinoamericana expresa la mayoría de edad política de sus pueblos y naciones. Constituiría otro paso dentro de la compleja situación internacional, en la que el fortalecimiento del bloque subcontinental supone una de las condiciones para enfrentar el poder imperial.

*Profesor de la Facultad de Periodismo y C. Social- UNLP

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