Cuando Hugo Luis Cabezas empujó la pelota a la red a los 31 minutos del segundo tiempo, puteó. No es que el partido fuera definitorio pero igual puteó. Estaba en su casa, en un rincón de Valentín Alsina, delante del televisor, con una pizza y una cerveza a centímetros de la mano que golpeó contra la mesa sacudiendo un tenedor. Lo miraron algo perplejos Nora, su hermana, y Nelson Cabello Pérez, su cuñado. Pero no le importó. Juan Carlos Mardikian había aprendido a querer a River de chiquito y sufría a su manera aquel 7 de abril de 1976 porque la derrota ante Estudiantes le sacaba el invicto en la Copa Libertadores. Lo que no sabía es que no podría volver a mirar un partido del club de sus amores.

En Argentina se estaba desatando un genocidio que la dictadura comandada por Jorge Rafael Videla había institucionalizado el 24 de marzo de ese mismo año. Juan Carlos, entusiasmado con que las atajadas de Ubaldo Matildo Fillol pudieran llevar al equipo de Ángel Labruna a la conquista de América, había escuchado muchas veces la palabra genocidio en los almuerzos de los domingos. Su familia pertenecía a la comunidad armenia y la comunidad armenia había sido perseguida y exterminada entre 1915 y 1923 a manos del Imperio Otomano. Juan Carlos había oído ese relato que hablaba de alrededor de 1.500.000 de personas asesinadas y había incorporado al 24 de abril como la fecha que señalaba el inicio del plan sistemático de exterminio padecidopor sus antepasados. Lo que no tenía manera de imaginar es que su hermana, su cuñado y él, muchas décadas después y en la otra punta del planeta, también iban a ser víctimas del accionar genocida.

Cuenta el periodista Cristian Sirouyan en su libro “Veintidós vidas:los desaparecidos armenios de la dictadura 76-83” que Juan Carlos usaba camisas floreadas, iba a bailar a Mi Club y a Kamote, quería fabricar zapatos y militaba con el sueño de construir una sociedad más justa. Trabajaba además como obrero en la fábrica textil Edenz, de donde fueron secuestradas nueve personasdurante la época en la que el terror gobernó estas tierras. Adolfo Boghosian, uno de sus primos, agrega que era rubio, medía 1,80 y portaba un rostro jovial propio de un muchacho de 19 años. Con el mandato de no permitirle paso al olvido, Adolfo resume el sentido de esta historia sin lograr que el dolor se le fugue: cuando en la madrugada del 9 de abril se lo llevó un grupo de tareas, no sólo la existencia de su tía se hundió en la tristeza infinita sino que el mundo quedó privado de la pasión por el fútbol, por la política y por la vida que irradiaba Juan Carlos cada vez que respiraba.

En 1987, Argentina reconoció por primera vez el genocidio sufrido por el pueblo armenio. En 2006, la ley 26.199 declaró al 24 de abril como “Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos”. El 18 de abril de 2015, se colocaron baldosas en la Plaza Armenia para recordar a los desaparecidos de origen armenio. Gregorio Hairabedian, referente de la comunidad en la lucha por los Derechos Humanos, escribió alguna vez sobre la certeza de ser testigos del espanto por duplicado: “Por esa vinculación teórica y práctica que reclamamos como argentinos descendientes de armenios y, por lo tanto, como seres humanos doblemente agredidos por el partido de la muerte, de aquí o allá, hemos asumido el compromiso de trasponer los estrechos límites del gueto e instalarnos protagónicamente, por derecho propio, en el amplio escenario que nos toca vivir”.
El 30 de julio de 1976, Cruzeiro le ganó a River por 3 a 2 en Santiago de Chile la final de la Libertadores. Juan Carlos Mardikian, que había festejado a lo grande el título del Metropolitano 1975, no pudo putear como sí lo había hecho contra Estudiantes en el último encuentro de la primera fase de la Copa:desde hacía tres meses y 21 días, había pasado a formar parte de los que, siempre presentes,siguen obligando al ejercicio cotidiano de algo que ni se negocia ni se resigna y que se llama memoria.
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