Desde que decidí escribirla, sabía que La Nación no la publicaría. Hablo de la carta de lectores que transcribiré más adelante. Pero igual la escribí. Respeté el número de caracteres permitidos y el estilo adecuado, para evitar cualquier formal justificación de la censura. La importancia del tema justificaba su publicación. Traté de poner en claro un error recurrente y nada inocente. La fecha era propicia. Se cumplían seis décadas de los hechos y junto al merecido homenaje a las víctimas era oportuna la ocasión para poner las cosas en su sitio. Pero lamentablemente no pudo ser. La carta no se publicó. La Nación tiene una idea muy particular de la libertad de expresión. Una idea que, coherente con su ideología, está íntimamente ligada al derecho de propiedad y al periodismo militante. Al derecho de propiedad, porque en su criterio a la libertad de expresión sólo pueden ejercerla los grupos empresarios o familiares, propietarios de los medios. Es decir que el ciudadano de a pie sólo tiene el derecho de leer pasivamente lo que los dueños de La Nación deciden publicar. Y al periodismo militante, porque en sus páginas –como ha ocurrido en mi caso varias veces– no hay lugar para las opiniones que contradigan las que se proclaman desde la “tribuna de doctrina”.

Transcribo acá el texto completo de la carta censurada:

“Terror e impunidad. A raíz de la penosa muerte del fiscal Nisman, se ha reiterado por los medios que el atentado que sufrimos los argentinos con la voladura de la AMIA, ‘ha sido el peor atentado terrorista de nuestra historia’. Tristemente no es así. El 16 de junio se cumplen seis décadas del día en que aviones de nuestra fuerza aeronaval y de la Fuerza Aérea, durante cinco horas, bombardearon y ametrallaron el centro de la Ciudad de Buenos Aires. Provocaron centenares de muertos, la mayoría de ellos civiles indefensos y dejaron, tras arrojar 9 toneladas de bombas y metralla, cerca de un millar de heridos y mutilados. Una de las bombas impactó de lleno en un trolebús cargado de niños de colegio, causándoles la muerte. Los criminales responsables fueron identificados, algunos de ellos juzgados y condenados, aunque prontamente liberados por el golpe de Estado de septiembre de 1955. Terror e impunidad: El huevo de la serpiente.”

Alguien podría preguntarme “¿Por qué elegir La Nación para publicar esa carta?”. La primera de las razones es la habitualidad con que el diario hace lugar a quienes en nombre de una supuesta “memoria completa” falsifican por ignorancia o mala fe la historia reciente de la violencia política en nuestra patria. Se menciona la violencia como si ésta hubiera tenido su origen en las organizaciones armadas nacidas en la década de los sesenta. Omiten así, entre otras barbaridades, los atentados de Plaza de Mayo de 1953, los bombardeos de 1955, el violento derrocamiento del gobierno de Perón, los fusilamientos de 1956, la desaparición del cadáver de Evita y la proscripción represiva de la mayoría del pueblo argentino y su líder, durante casi dos décadas. Desconocer la causalidad de estos vientos con las tempestades que luego desataron, eso sí es un uso falaz e incompleto de la memoria.

La segunda razón está en los lectores de La Nación. Son buena parte de ellos los que acusan de revanchista y sesgada a la lucha por la memoria, la verdad y la justicia que protagonizan las organizaciones de DD.HH. y apoya una importante mayoría de la sociedad argentina. Como no tengo por qué suponer que todos lo hacen malintencionadamente, es a ellos a quienes intenté, sin éxito, dirigir mi carta. Finalmente lo hice para poner una vez más en evidencia, a través de esas líneas, que la prensa que expresa los intereses que confrontan a las mayorías populares en nombre de la castidad republicana, hacen de la censura y la de-sinformación, herramientas de encubrimiento de la hipocresía y la manipulación. La memoria de los muertos, heridos y mutilados sigue viva, como también la condena moral a los criminales responsables de aquella masacre. Si la justicia ya no es posible, la lucha por memoria y la verdad es irrenunciable.

Termino con una cita del escritor británico Gilbert Keith Chesterton, que en 1917 dijo de los diarios: “Son, por su misma naturaleza, los juguetes de unos pocos hombres ricos. El capitalista y el editor son los nuevos tiranos que se han apoderado del mundo. Ya no hace falta que nadie se oponga a la censura de la prensa... La prensa misma es la censura. Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se diga”.

* Ex embajador argentino en Uruguay y la OEA.

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