Fuente: Página/12

Ni el número de personas, ni la tradicional medida para evaluar las marchas –¿Hubo gente “suelta”?–, ni siquiera la contundencia del documento: lo que puede describir lo qué pasó ayer en la calle es un abrazo que se captura de improviso.

Una mujer de Villa Fiorito que lanzó a las redes que se crearon en las asambleas Ni Una Menos un pedido de ayuda para su nieto recién nacido con un problema congénito, y una periodista de este diario –Mariana Carbajal– que extendió las suyas para que ahora ese bebé esté recibiendo el tratamiento que le negaban. En ese abrazo se puede leer más que en las tomas aéreas, da cuenta de alianzas inesperadas, insólitas, de la fluidez de los vasos comunicantes que en este tiempo se abrieron por la voluntad de seguir generando movilización feminista. Hay más de esas escenas: alguien que dice que las amigas la ayudaron a cortar con una relación violenta, amigas recién conseguidas en un taller de costura donde ya no se habla de las estrellas de la televisión sino de cómo resistir la violencia machista. O el modo en que se golpeaban el pecho las chicas, las viejas, las madres, las nenas cuando gritaban “¡vivas, vivas, vivas nos queremos!” Porque ese “vivas” está hablando de un deseo concreto, contrapuesto a la muerte que nos arrojan en la cara a diario; el viernes nada más una mujer apareció descuartizada en Córdoba y apenas parece haber espacio para registrar ese espanto, y al mismo tiempo, cómo registrarlo sin caer en el morbo, sin asustar, sin que el mensaje que pretenden imponer los femicidas llegue a destino. No, no vamos a resignarnos a ser un grupo del que se descuentan vidas. No, vivas nos queremos y por eso al mismo tiempo que lo decimos y que nos golpeamos el corazón también bailamos y reivindicamos en una coreografía inventada para seguir a los tambores la alegría feminista, esa conmoción que se escribe en cada cuerpo y que los cuerpos juntos inscriben en la historia. Estamos en la calle porque se lo debemos a las que no están, y estamos en la calle porque de ahí extraemos la fuerza para seguir tendiendo redes.

Hubo muchas más columnas organizadas que desborde de manifestantes espontáneos; eso es un hecho y eso es ganancia. Porque no hay ritualidad de bombos y banderas, hay invención de nuevas banderas y organización que desborda los partidos tradicionales y los sindicatos y las agrupaciones estudiantiles. Hay Asamblea Lésbica Permanente, hay Insumisas de las Finanzas, hay Mujeres de Artes Tomar y Aúlla y grupos que cruzan lenguajes entre el arte, el activismo, las emociones y las formas de ser y de estar en el mundo y que al abrir espacio propio cuestionan sus existencias, cuestionan relaciones de poder antes invisibles, tienen fuerza para descubrir el deseo que las mueve y dejarse llevar por esa ola. La organización que se vio en la Plaza ayer se escribe en singular, pero a la vez necesita de la masividad para encontrar el blanco donde inscribirse, es lo que da fuerza, respaldo, cobijo colectivo.

Los medios hegemónicos insisten en escribir sobre nuestras voces. Se leen notas y comentarios en las redes de los sitios de noticias más masivos que buscan borronear la agitación que mueve la calle. Señalan pertenencias políticas como si eso fuera en desmedro de la demanda por el fin de la violencia machista, el fin del patriarcado; denostan que se mezcle la denuncia de la flexibilización laboral con la vulnerabilidad frente a la violencia. Y sin embargo, por más que nos quieran blancas –sin reclamos políticos–, calladas –diciendo sólo que “dejen de matarnos”–, sumisas –mientras se demoniza a las que pintan paredes–; la fuerza está en la mezcla, en la intersección, en entender que cuando se habla de “cambio cultural” para terminar con la violencia machista, esto no puede ser dicho sin pensar en fortalecer la educación pública, la atención de la salud, el modo en que se eligen los jueces y las juezas, la paridad en la representación política, la autonomía de los cuerpos también legislando por el aborto libre y seguro. Sí, se trata de política. Es lo que estamos haciendo, al mismo tiempo que entendemos la política como relaciones humanas que no pueden despreciar el cuidado mutuo, que buscan empatía en los bailes, los cantos de protesta y los abrazos. Sin abrazos, no queremos revolución. Y sí queremos revolución.

Este 3 de junio, el tercero en la corta historia de Ni Una Menos, es testigo de la aceleración de cambios sociales muy profundos, de transformaciones subjetivas y colectivas. Y a la vez es un nudo donde convergen las redes que se tejen con colectivos de otros países, con realidades disimiles como las de las campesinas en Paraguay y las boricuas que pelean todavía por la independencia de su país. Este 3 de junio se marchó en 15 países y eso es ganancia pura para las mujeres y las lesbianas y las trans más allá de las fronteras nacionales. La contraseña funciona: decimos Ni Una Menos y sabemos de qué hablamos. Y cuando decimos “Desendeudadas nos queremos” desde el colectivo Ni Una Menos, también hay una clave de inteligibilidad que habla en primera persona: porque somos las mujeres, mayormente, las que hacemos cuentas todo el día, y cuando decimos que la deuda es obediencia hablamos de números pero también de esa deuda que nos cobran por no cumplir con las expectativas que nos impone el sistema de sexo/género. Y es que ya no queremos cumplir más con la receta de los otros. Aunque nos tilden una vez más de locas y de brujas y amargadas y malcogidas –con perdón del exabrupto–. No queremos más deudas que la que tenemos con nuestra pulsión vital, con nuestro deseo.

Tal vez haya habido más gente que el 3 de junio de 2016, tal vez menos, tal vez la misma cantidad; cada quien contará según su necesidad de leer la movilización. Las historias que se narran dentro de la marea feminista esquivan el valor cuantitativo. Pero además, Ni una menos ya no se queda encerrado en la fecha que le corresponde, toma todas las plazas y las tiñe de alianzas feministas. Eso, en parte, se vivió en la plaza que le dijo No al 2x1 a los genocidas, una plaza liderada por mujeres rebeldes que también se reconocieron feministas como nunca antes lo habían hecho, no con ese convencimiento. Porque el feminismo trajo transversalidad a las movilizaciones masivas y eso por fin tuvo lugar en una movilización ligada a los derechos humanos y las políticas de memoria. Porque el feminismo, como las madres, sabe hacer del duelo un lugar donde poner en común lo que nos duele, nos asusta, nos desgarra y así, entre todas, convertirlo en una fiesta. Ayer hubo otra vez una fiesta en la Plaza y esa fiesta es la que les debemos a las que ya no están.

La manifestación Ni Una Menos, como las noticias en general, se apagará mañana con el paso de las horas y de otras noticias. Pero el lunes Ni Una Menos se hablará en las escuelas. Y en las casas, cuando algo nos moleste, y en los lugares de trabajo, cuando haya que pedir por lactarios, y en las universidades, mientras se pelea por protocolos contra la violencia machista, y en los barrios, cada vez que una piba falte de su casa más horas de las esperadas y cada vez que haya que organizar el merendero o el cuidado comunitario de los más chicos. Esa potencia es la que no se apaga ni se queda quieta en el marco de una manifestación. Y a eso, como dijo Nora Cortinas al cierre del acto en Plaza de Mayo, le llamamos revolución y eso es lo que da la certeza de la palabra que eligió esta Madre para alentarnos: Venceremos. Nosotras, nuestros hijos e hijas, todas las generaciones que nos sigan y que van a seguir llenando de sentido este camino en el que estamos. Ni Una Menos.

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