Los técnicos y expertos de Goldman Sachs ya están a cargo de las democracias europeas resquebrajadas por la crisis. Es toda una pésima noticia, especialmente para esos pueblos desencantados que nunca habían imaginado que, algún día, la dura lógica del capital financiero los sumiría en la pesadilla que hoy viven. Pero el gobierno gerencial de los banqueros, como en el caso griego o en el italiano, o la presencia omnímoda de la derecha en el nuevo gobierno español, destellan una rara luz sobre las democracias latinoamericanas .

Los gobiernos democráticos y populares que, como tales, se consolidaron y proyectaron con fuerza inusitada tras la derrota del ALCA en Mar del Plata, no surgieron de un lecho de rosas. Las viejas configuraciones de dominio que se habían afianzado durante la hegemonía neoliberal, eran un entramado de partidos políticos anclados en un sistema de la representación que hacía mucho tiempo desconocía la potencia ciudadana. O mejor dicho, era una concepción de la representación que reducía al ciudadano a un mero instrumento emisor de voto y, por ende, no le reconocía ninguna otra potestad o derecho. Ni siquiera el derecho al pataleo –valga el subrayado- pues toda vez que éste ocurría era sometido con el garrote. El descrédito por la política creció de un modo exponencial precisamente cuando la hegemonía neoliberal mostraba, sin ambages, hasta dónde estaba dispuesta a llegar. En Argentina, ese no límite del poder conoció su hora más oscura en el exacto momento en que el helicóptero presidencial se elevaba desde los techos de la Casa Rosada, dejando tras de sí un tendal de muertos. De ese episodio va a cumplirse una década y muchas cosas han cambiado para bien y no para mal y otras tantas todavía están pendientes de ser abordadas pero, en cualquier caso, lo que ahora sucede en los países centrales es poco más o menos que la prehistoria si comparado con lo que en Argentina se vive.

Los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández se construyeron a sí mismos porque, lejos de negar el abismo que separaba a los representantes de los representados tras la crisis de 2001, reedificaron la nueva institucionalidad en base a la aceptación de que ellos mismos debían transponer ese abismo. La credibilidad ciudadana en la política –ha sido dicho varias veces en esta columna- es el logro que resume y amplifica todos y cada uno de los logros de la experiencia de ambos gobiernos. El resultado de la elección que mandató a Cristina para un segundo período presidencial es un claro reflejo de todo ello. Pero no es el único.
La confianza en la política –al revés de lo que ahora ocurre en Europa o en Estados Unidos- adopta la forma de lo propositivo sin que esto desmienta o niegue el conflicto que lo genera. El nuevo escenario argentino comienza a dibujarse también con las nuevas tensiones, muchas de ellas asentadas en conflictos de antigua data que, por haber carecido de resolución en el pasado, hoy se constituyen a partir de la nueva premisa que indica a la política como la palanca natural de todos los cambios. La respuesta pacífica de los campesinos santiagueños al asesinato de Cristian Ferreyra e, incluso, la inmediata solidaridad y apoyo que concitaron entre las numerosas organizaciones sociales y políticas que venían de celebrar el sexto aniversario de la derrota del ALCA en Mar del Plata, es una demostración cabal de que la relación entre representantes y representados comienza a transitar por nuevas vías. Es que en este caso se torna visible que el repudio y la esperable indignación por el crimen cometido no se agotan en sí mismos. Mañana, cuando este diario ya esté distribuido y leído, expresiones tan distintas como el MOCASE, La Cámpora, la CTA, el Espacio Carta Abierta, el Movimiento Evita, la FTV –sólo por nombrar algunas de las muchas singularidades- se darán cita a las puertas del Congreso para entregarles a los Diputados una propuesta muy concreta: que debatan y aprueben con urgencia una Ley de Tierras, para frenar la extranjerización de la propiedad, y otra Ley que impida los desalojos de las tierras ancestrales que habitan las comunidades campesinas y de pueblos originarios, hoy amenazadas por la voracidad de los agronegocios.
El nuevo escenario nacional también está alumbrando un novedoso debate en torno al modelo de sociedad deseable que, no por casualidad, se entreteje con el debate en torno al sentido de la democracia y, por supuesto, al carácter vinculante entre mandantes y mandatarios. Es asombroso que esto ocurra aquí y ahora, en este país y en esta sociedad que durante tanto tiempo dirigieron sus miradas hacia afuera; que en lo peor del neoliberalismo fueron llevados a imaginar relaciones carnales con sus verdugos históricos, y que hoy, cuando la democracia formal se agota ante el poderío implacable del capital financiero en Europa, se recreen a sí mismos en torno a la recuperación de la política.

Los mentideros profesionales y la usina granmediática están, por estas horas, atravesados por una preocupación febril: la composición del próximo gabinete de ministros. Algunos se ilusionan, otros juegan todas sus fichas sin pudor alguno, pero lo cierto es que todos carecen de la agudeza y perspicacia para identificar lo verdaderamente nuevo y sorprendente. Es aquello que surge al compás de la percepción incorporada por múltiples actores políticos y sociales de que la mejor sociedad que se pueda construir en el futuro será la que hoy sea modelada con el protagonismo activo de las mayorías siempre postergadas.

“No es fácil darle nombre propio al tipo de sociedad que queremos –dice la Carta Abierta/10 de reciente publicación- y, ciertamente, ese nombre aparecerá cuando se pronuncie colectivamente, en el interior de la conciencia de miles y miles de personas, y en el interior de un gran autodescubrimiento colectivo”. Pero ese proceso, en la Argentina actual, ya está en marcha.-

Carlos Girotti es Sociólogo del Conicet y dirigente de la Mesa Nacional de la CTA.
23 de noviembre de 2011.
ARTÍCULO PARA DIARIO BAE

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