Puesto a escribir, a este columnista lo primero que se le ocurre es una advertencia para el lector: gurúes electorales, hacedores de imágenes, diseñadores de cotillón, escribas del poder real, nostálgicos de las viejas buenas épocas y, en general, perplejos y refunfuñadores, por favor abstenerse. Dicho esto, cabe entonces la pregunta: ¿cómo es posible ganar las primeras elecciones primarias de la historia argentina, con más del 50% de los votos y con un récord de asistencia del electorado, sin necesidad de campaña?

Ha sido mérito de la tenacidad científica de Álvaro García Linera, el Vicepresidente boliviano, incorporar el concepto de horizonte de época a la teoría política de la transición del modelo neoliberal de dominación hacia el de su superación antagónica. El concepto sugiere lo que la propia noción de horizonte convierte en desafío perenne: es, al mismo tiempo, un punto de llegada y un punto de partida. Claro, una época es, antes que nada, todo aquello que ha dejado atrás y también es todo aquello que la define hacia el futuro como búsqueda de éste en tanto que realización de sí misma. Pero también el advenimiento de una época es la disputa que la hizo posible y aquella otra que la consolidará como una marca indeleble en la historia social y cultural de las naciones y los pueblos. En el caso boliviano, dice García Linera, no es que los logros obtenidos “implican que las tensiones, las diferencias internas, las contradicciones y las luchas hayan desaparecido, pero todas ellas se dan en el marco de representaciones, horizontes y expectativas creadas por ese trípode societal: Estado plurinacional, régimen autonómico e industrialización de los recursos naturales en el contexto de una economía plural. Este trípode es un horizonte de época y es en su interior que ahora emergen las luchas, las diferencias, las tensiones y las contradicciones.”

En Argentina no ha ocurrido lo que se verifica en Bolivia, pero algo está pasando desde que en 2003 asumiera Néstor Kirchner la presidencia de la Nación. Algo del orden de lo ignoto viene aconteciendo en este país para que, de repente y contrariando todos los pronósticos –propios y ajenos- las elecciones primarias del pasado domingo adoptaran la forma de una movilización masiva de la ciudadanía. Es verdad que hubo señales previas: las movilizaciones por los festejos del Bicentenario, por las exequias de Kirchner y, más recientemente, por saber de qué se trataba Tecnópolis (dos millones de asistentes registrados). Quizás porque estas señales no conectaban directamente con la definición de un camino a seguir, hasta pudieron ser interpretadas como expresiones de un humor social indescifrable, tal y como lo hicieran oportunamente las crónicas y editoriales de los grandes medios. En cambio, lo de las primarias del 14 de agosto fue otra cosa. Casi el 80% del padrón se hizo presente en las urnas y poco más de la mitad de los votos fue para Cristina. Un acto y una voluntad electoral que, sin necesidad de usar las categorías de análisis de García Linera, tradujeron con masividad aquella consigna del “Nunca Menos”. Por eso no hubo campaña oficial: porque no hacía falta.

De aquí en más costará muchísimo esfuerzo negar que la contundente intervención directa de la ciudadanía está mucho más vinculada a la percepción social de que los cambios operados ya son patrimonio del bien común, que al supuesto uso perverso que la Presidenta habría hecho de su dolor y su viudez. Octubre puede deparar más sorpresas. Hay una conciencia ciudadana, enraizada en ese límite que establece nunca menos que esto, que lo alcanzado hasta aquí, que todavía admite una cuota mayor de asistencia a los comicios presidenciales y, por supuesto, de convalidación de Cristina para acometer su segundo mandato. Pero, como la misma Presidenta lo ha advertido, no sería prudente deslizarse hacia el triunfalismo.

Ganar en octubre, incluso por un ancho margen, genera las condiciones políticas para la constitución de un verdadero bloque popular con poder para librar la disputa en el nuevo escenario. Porque disputar habrá que disputar. Cada medida, cada nuevo avance del interés público por sobre la mezquindad corporativa del interés privado o sectorial, significará una disputa. De hecho, en los últimos ocho años ha sido así, pero ahora la novedad, el desafío que impone el aluvión de votos, es el de convertir el voto ciudadano en una fuerza actuante, desplegada en toda la sociedad, resignificando en cada acontecimiento las nociones mismas de ciudadanía y democracia.

El ya largo recorrido que va desde aquel sublevado diciembre de 2001 hasta la factibilidad inminente de un tercer gobierno kirchnerista, obliga a pensar en cuál es el horizonte de época de los argentinos. Las reformas que marcaron el curso de esta década –justipreciadas por el voto masivo- reclaman a su vez de una multiplicación de los mecanismos democráticos de intervención ciudadana, como así también del concurso activo y protagónico de los diversos sectores sociales interesados en profundizar este proceso de cambios. La amalgama de ambos componentes, indispensable para las definiciones futuras, sólo puede ser concebible como la emergencia de ese bloque popular capaz de liderar, en términos económicos, políticos y culturales, a la sociedad en su conjunto.

En octubre, entonces, se estará dando un nuevo paso hacia la definición del horizonte de época porque si el “Nunca Menos” es fundamental para pensarlo, el “Siempre Más” es imprescindible para concretarlo.-

17 de agosto de 20011. ARTÍCULO PARA BAE

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