La CTA rinde tributo a la memoria de esta Madre excepcional. Reproducimos a continuación una entrevista realizada en 2007 por la Revista La Pulseada, de la obra del cura compañero Carlos Cajade.

Adelina Dematti de Alaye
LA MUJER MARAVILLA

Se sobrepuso al dolor causado por la desaparición de su hijo de 21 años, ocurrida hace exactamente 30 años. Fotografió escenas prohibidas para la dictadura, recolectó documentos, presentó escritos... Con la fuerza y la sabiduría propias de una Madre, guardó todo en su garaje. Lo hizo porque pensó que “había que registrar” lo que estaba ocurriendo y tal vez también para no contradecir a su hijo Carlos Esteban Alaye, que creía que era “la mujer maravilla que todo lo puede”. Hoy, ese patrimonio documental está a punto de ser declarado “Registro de la Memoria del Mundo” por la UNESCO.

Por Laura Serra y Carlos Sahade

“Bienvenidos. Mi casa es su casa”, dice el colorido cartel que está en la puerta de entrada. Y no es una formalidad. Su casa es la casa del visitante y también lo es su archivo, ese que comenzó a tejer desde que desapareció su hijo, un 5 de mayo de 1977, para “tener todo registrado”, quizá porque fue la forma de estar cerca de Carlos y de abrigar la esperanza del reencuentro. Y en ese afán por documentar todo, llevó su Kodak escondida entre sus ropas. Logró fotos clandestinas, “desde acá” y se señala la cintura, “porque si me veían la cámara me la sacaban y la verdad es que me daba miedo, mucho miedo”, dice hoy Adelina Dematti de Alaye a pocos días de que la UNESCO decida si su patrimonio documental es incorporado al “Registro de Memoria del Mundo”. Allí atesora imágenes que nadie tiene: las primeras marchas en Plaza de Mayo, cuando las Madres todavía no usaban el pañuelo que ahora las identifica en el mundo entero; la cola de personas que esperaba para denunciar los horrores de la dictadura ante la Comisión de Derechos Humanos de la OEA; el primer “cartelito” aparecido el 28 de diciembre del 78 que era “de lo más tímido e improvisado y que decía algo así como ‘que nos digan dónde están’”… 1500 fotos, documentos, cartas, telegramas, pedidos, habeas hábeas, volantes, folletos, recortes, publicaciones, manuscritos, listas de desaparecidos, actas de defunción…

Todo está guardado en la memoria y también en este garaje pequeño, sencillo, acogedor. Las paredes están tapizadas de estantes de madera conglomerada que albergan cajas prolijamente etiquetadas. Pero ni así alcanza y hasta la mesita de lo que fue la máquina de coser a pedal se ha convertido en un lugar para apoyar cosas. A la derecha, la computadora, el escáner y una pila de planchas de cartón listas para ser convertidas en más cajas… Porque hay mucho por hacer. Si uno le pregunta por un documento, inmediatamente lo referencia a tal caja y allí está. “Esto se va a digitalizar y entonces será más fácil buscar las cosas, pero para mí no hay como el documento en la mano”, dice y se mueve como un pez en el agua en ese mar de papeles. Su búsqueda, que en un primer momento fue personal, se enriqueció con el aporte de otros familiares y organismos de Derechos Humanos. Adelina integra, desde su constitución, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y Madres de Plaza de Mayo, línea fundadora. Por eso, su archivo es también reflejo de esta historia de pérdidas, sufrimientos, lucha, tenacidad y amor.

Carlos Esteban
1955 fue un año de enfrentamientos y muerte. Naufragaba una esperanza a manos de la “Libertadora”. Adelina vivía en Carhué y estaba embarazada. Justo el 16 de septiembre su madre iba a ir a cuidarla, pero no pudo viajar. “Los aviones pasaban rasando por el boulevard y mi familia estaba enloquecida porque radio Colonia decía que estaban bombardeando en Carhué”. Al matrimonio Alaye le habían recomendado que se fueran a otro lugar, pero “¿a dónde nos íbamos a ir? Nos quedamos en la casita esperando”. El 5 de diciembre nace Carlos Esteban Alaye. No fue fácil: “No había caso. La partera dice: nadie puede hacer nada. Si no nace en segundos... Tiene pulsaciones muy débiles”. Adelina se lleva la mano a la cadenita que tiene en el cuello y continúa el relato: “Entonces me agarré de la imagen que tenía, hubo otra contracción y salió. Mamá dice que el chiquito estaba violeta. Habían preparado agua caliente y fría; le hacen lo clásico de mojarlo y pegarle y lloró, lloró. Era un bebé chiquito, pero tenía dos vueltas de cordón”.

- Siempre flacuchingo. Yo me pasaba haciendo ensayos de comida. La licuadora era mi auxiliar. Un día el médico me dijo: “Mire señora, si usted le sigue triturando la comida, no va a aprender nunca a comer”.

-¿Eras sobreprotectora?
- Asquerosamente sobreprotectora. Y lo sigo siendo. Yo era maestra jardinera y mi marido trabajaba en el Banco Nación. Pedimos el traslado porque yo tenía que comprar el agua para darle al bebé porque la casa que alquilaba no tenía aljibe... El agua de Carhué era imposible. Inmunda. Nos fuimos a Azul donde estuvimos 9 años y después me quise ir porque pensé que para el futuro de los chicos iba a ser mejor estar más cerca de la universidad. Yo decidí esas cosas y todavía no hice el mea culpa.

-¿Tendrías que haber hecho otra cosa?
- Si me hubiera quedado allá a lo mejor las cosas se hubieran resuelto diferentes. No creo, pero... Nos fuimos a Brandsen. Al poco tiempo, mi marido muere en un accidente y Carlos, que tenía 12 años, hizo un problema de rechazo en la escuela. Lo puse en tratamiento y lo superó, pero el psicólogo que lo atendió me dijo que me cuidara porque mi hijo creía que yo era la mujer maravilla que solucionaba todo: “llorá, pataleá, gritá, mostrate como te sentís. No hagas que crea que podés resolver todo”.

-¿Vos te sentías la mujer maravilla?
- No, me moría del susto.

-Así que tu hijo nació bajo el signo del antiperonismo.
- Sí, tan antiperonismo que en el 72 cuando gana las elecciones, estábamos en la calle y por la esquina de mi casa de Brandsen pasa un camión lleno de gente gritando. Mi hija María del Carmen sale corriendo y se va adentro. Voy a verla y estaba llorando a los gritos: “¡Tengo miedo mamá! ¡Ahora los peronistas! ¡Qué van a hacer!”. Creo que hubiera querido desaparecer y volver... “Sí, porque vos me contabas que...”. Sí, yo le contaba cosas que eran reales, que a mí me marcaron muchísimo... Bueno, 5 años después, era peronista. Para esa época, Carlos estaba buscando… Es distinto.

-¿Dónde militaba tu hijo?
- En la JUP Montoneros. Estudiaba Psicología y trabajaba en una tornería de Berisso. En marzo del 76, coincidente con el golpe, se va a hacer el servicio militar. Antes lo habían nombran delegado en la UES de Bellas Artes y es uno de los cinco delegados que a fines del 74 se empiezan a movilizar por el boleto escolar; en el 75 dieron la batalla todo el año y en septiembre del 75 se firma el boleto escolar, aunque María Seoane diga, así como al pasar, otra cosa, como si en plena dictadura se hubiera podido pedir el boleto escolar.

Florencia

“Estando en el servicio militar es que Carlos e Inés deciden casarse. Él me escribía y en un par de ocasiones me dijo que no me preocupara porque a lo mejor iba a empezar a no recibir cartas suyas porque ‘en cualquier momento me toca a mí ir a defender a la Patria’. Mi hija me explicó que lo que me estaba queriendo decir era que iba a desertar porque él no iba a aceptar ir a reprimir a sus compañeros. El 1 de mayo de 1976 viene de Bahía Blanca y arregla con su novia hacer todos los trámites para casarse. Le dieron fecha para el 26 de julio, se casaron, pidió la baja y se la dieron en septiembre. Un par de meses después, compramos con los padres de ella la casita de Ensenada y se instalaron ahí. Para fines del 76 me viene a anunciar que Inés estaba embarazada. Yo estaba parada al lado de la heladera y le digo: ‘Ay Carlos, ¿no te da miedo?’. ‘Mamá, ¡¿miedo?!, ¡¿miedo?! Si vos sabés lo que estamos haciendo y lo que queremos. ¿Cómo no vamos a traer un hijo para que viva de otra manera, como uno quiere?’. No pudo ir el día que Inés tenía turno con la doctora y que sintió los latidos de Florencia. Ese día no la pudo acompañar y después no hubo otra consulta para él”.

Las fotos y las cámaras

-¿No te daba miedo mandar a revelar las fotos?
- Las primeras las revelaba en Foto Kent que el dueño era hermano de una compañera. Ahí nos hicieron las fotos de los chicos que usamos en las marchas; reproducciones del documento... Todo legal era (ironiza). Después yo vivía en 48 y 8 y sobre 8 estaba la Farmacia Real... Y en esas fotos no había pañuelos ni pancartas; era gente caminando.

-¿Todavía tenés la máquina con la que sacabas fotos?
- No, la cambié como cinco veces. No las cuido nada. Una vez un fotógrafo del Museo de Ciencias Naturales, Xavier Kriskausky, un divino, me dice: “Adelina, yo tengo una que no uso nunca, una profesional...”. No, no, una vez hice el intento y no, dejame de embromar con la profesional. De todas formas, me la regaló; es una muy buena que era de su papá.

Obligaciones
Adelina Dematti de Alaye logró que vinieran a declarar ante la justicia de La Plata toda la primera junta militar y varios represores: Jorge Videla, Orlando Agosti, Emilio Massera, Albano Harguindeguy, Ramón Camps, Eduardo Viola y a Juan Carlos Herzberg que operaba en el área naval de La Plata al frente de la fuerza de tareas Nº 5 que habría secuestrado a Carlos Esteban Alaye. Algunos declararon ante la justicia civil pero en ámbitos castrenses por decisión del gobierno de Alfonsín, mientras las Madres los aguardaban en tribunales. Carlos Guillermo Suarez Mason también debía presentarse, y como se fugó se pidió su captura internacional. Esta es la causa en la que el juez Héctor Gustavo de la Serna, ex mayor del Ejercito y famoso por quemar libros, aplicó, aún en democracia, la ley de autoamnistía de la dictadura. Adelina apeló y ganó. Todo está guardado en su garaje. Su archivo es fiel reflejo de lo que es su vida. Vaya como ejemplo su declaración ante la Cámara Federal de La Plata, en ocasión del Juicio por la Verdad. Cuando concluyó su testimonio se generó espontáneamente un enorme aplauso en la sala. Ella dijo entonces: “Cuando asumí un compromiso de vida no busqué, ni quiero, ni acepto, el estímulo del aplauso o de lo que fuera. Creo que todos los que hemos trabajado y luchado en este vía crucis que ha tenido, tiene y tenemos como pueblo, tenemos la obligación de testimoniarlo, de buscar la verdad, de ayudar al esclarecimiento, de seguir siendo solidarios y de volver a reconstituir relaciones”.

El recuerdo de otro Carlitos
Adelina recibe a La Pulseada en el garaje, en el lugar más importante de la casa. Lo primero que hace es mirar algunas pulseadas... Piensa, observa hacia la entrada y dice: “Ahí estuvo Carlitos (Cajade). Un ser excepcional como ninguno. Me llamó y me vino a ver preocupado porque le habían dicho que su cargo en la Comisión Provincial por la Memoria había sido el mío: ‘¡¿Cómo voy a reemplazar a Adelina!?’, se inquietó. Charlamos y después me dijo: ‘Qué orgullo ser amigo tuyo’. Un ser excepcional”.

El secuestro
Carlos Esteban Alaye fue secuestrado el 5 de mayo de 1977 en el barrio Mosconi de Ensenada por un grupo de tareas formado por militares y civiles de la CNU de La Plata.

“Eran las 6 de la tarde y Carlos iba a encontrarse con una persona que le había pedido ayuda porque estaba siendo perseguida. Iba en bicicleta por la calle Bossinga, entre Mexico y Don Bosco, muy cerca de su casa, cuando alguien lo paró para pedirle fuego. Él hizo un gesto como diciendo ‘no tengo’ y en ese momento se escucharon los gritos de una persona: “¡Es él!” y disparos. Carlos cayó al suelo sangrando mientras la patota discutía y se gritaban: ‘-¡Es tu segunda macana! –Y qué querés, estoy nervioso’. Un enfermero que trabajaba en frente intentó ayudar al herido pero fue ‘persuadido’ en forma violenta. Mientras ataban con alambre las manos y los pies de Carlos, se acerca una camioneta que llevaba andamios y herramientas. Tiraron a Carlos en la caja y partieron hacia la calle Don Bosco, por Bossinga y de allí hacia el centro de Ensenada. Para esta emboscada, el grupo de tareas había ocupado tres casas del vecindario. Además, en la esquina de México y Bossinga, dos personas simularon ser mecánicos y estuvieron ‘trabajando’ en el auto de un vecino. Al día siguiente, la patota ocupó también la casa de Carlos y durante toda una semana cargaron muebles y electrodomésticos en camiones. Destruyeron todo, además de pintar leyendas en las paredes”.

Adelina puede contar todo esto con detalles porque investigó profundamente los últimos minutos de libertad de su hijo. Recorrió las calles Don Bosco y Bossinga de Ensenada casa por casa, dejó fotos y volantes. Con el tiempo, algunos vecinos fueron aportando datos.

La caída
“Yo me había comprometido con Carlos a que me iba a jubilar y que no me iba a quedar apoltronada. Una vez me dijo: ‘Siempre acordate de esto: cuando llegue tu término, jubilate para poder hacer lo que no pudiste cuando eras joven: estudiar en la universidad’. Cuando cumplo 25 años de servicio, él estaba haciendo el servicio militar, y le expliqué que tenía que esperar un poquito más porque los sueldos estaban muy mal como para jubilarme. El 5 de mayo de 1977 fui apuradísima al Instituto de Previsión Social porque una asistente me dijo que su marido era funcionario del IPS: ‘Vaya a verlo, Adelina. A lo mejor cuando venga su hijo le da la sorpresa de que se va a jubilar’. Voy y cuando él pide mi legajo me dice: ‘Pero señora, ¿usted qué está haciendo en la escuela? Usted se jubila de inspectora y va a ganar muchísimo más jubilada que trabajando’. Me gustó eso, pero yo estaba muy cómoda, trabajaba con ganas y tenía 49 años. Cuando salgo del Instituto ya era de noche, y en la parada de un micro que va para Ensenada, en la esquina de 6 y 47 había tres o cuatro personas. Camino un poco y me caigo así (levanta las manos como para graficar que cayó de lleno). No me mareé, no me tropecé... No sé. (larga pausa) Mi nuera se dio cuenta de que en el mismo momento en que me había caído, se lo llevaban a Carlos. Era el 5 de mayo de 1977 a las seis y cuarto de la tarde”.

El tesoro de Adelina
“De todo lo que hago tengo que hacer copia y guardarlo, como si fuera un trabajo de la escuela”, dice Adelina. Sin embargo, necesitó ayuda para valorar lo había hecho y sigue haciendo. En este caso, de Graciela Karababikian, socióloga de Memoria Abierta, una entidad integrada por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el Centro de Estudios Legales y Sociales, el Servicio de Paz y Justicia y Madres línea fundadora. “¿Qué va hacer usted con todo esto?”. “No sé; el día que yo no esté habrá que tirarlo”, le respondió Adelina a una Graciela sorprendida: “Acá hay material que nosotros, que trabajamos con la memoria, no encontramos en ningún lado”. A partir de ahí surgió la propuesta que generó el trabajo de archivistas de la agrupación internacional Sin Fronteras, la digitalización a cargo de la Facultad de Informática de la UNLP, el aporte de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación y del Ministerio de Gobierno bonaerense, además de la colaboración de una larga lista “de gente de buena voluntad”, como se encarga de destacar Adelina.

El horror del Cementerio
En el archivo hay una exhaustiva investigación sobre el Cementerio de La Plata, uno de los últimos eslabones del circuito represivo de la dictadura.

Los primeros datos los consiguieron dos abuelas: Licha de la Cuadra y Chicha Mariani, que recorrían el cementerio con un ramo de flores para ocultar una libreta muy chiquita en donde anotaban las fechas que figuraban en las cruces. Después fueron reuniendo, con enorme dificultad, actas del Registro de las Personas, del Cementerio, de la Policía, de los médicos actuantes y documentos que los familiares conseguían en algún juzgado u oficina. “Yo trabajaba un día en esta investigación y tenía que descansar cinco, porque me moría de horror”, grafica Adelina. Es por este archivo que pudieron identificarse los cuerpos de Elena Arce, Nora Formiga y Margarita Delgado, enterradas como NN en la necrópolis platense. Fueron secuestradas en noviembre de 1977. A los familiares de Elena Arce les habían asegurado que el 21 de enero de 1978, Elena, Nora y Margarita habían salido en libertad. Así figuraba en los libros de la Comisaría 8va. de La Plata, último lugar donde las habían visto con vida. Adelina descubrió que precisamente el 21 de enero habían ingresado al Cementerio “tres cuerpos femeninos, de 25, 27 y 29 años de edad, con destrucción de masa encefálica por arma de fuego”. Bastó hacer los estudios de ADN para comprobar el resto. El hallazgo de los tres cuerpos y la identificación de las víctimas, constituyó uno de los elementos jurídicos más contundentes para condenar a Miguel Etchecolatz, director General de Investigaciones de la Policía bonaerense durante la dictadura. Pero también para los familiares, el descubrimiento de Adelina de Alaye significó mucho: Claudia Arce de Lanusse enterró a su hermana en su Bahía Blanca natal, al lado su papá, que tanto la buscó y “cuyo único objetivo era poder darle cristiana sepultura”.

Adelina también identificó la tumba en la que -está segura- habían enterrado a su hijo Carlos como NN en el Cementerio de La Plata. Nunca pudo comprobarlo. En 1982, siete padres y madres de desaparecidos (entre ellos Adelina) pidieron a la justicia platense que se preservaran las más de 400 tumbas de NN que había. El juez Pedro Luis Soria, a cargo en ese momento del juzgado Penal Nº 5, concedió el amparo pero ya habían pasado al osario varias tumbas, entre ellas la que Adelina supone que pertenecía a su hijo.

Aún después de este amparo, la remoción de tumbas continuó en el cementerio platense, incluso durante la democracia. En el 1998, la Cámara Federal de La Plata se constituyó en el Cementerio, tras recibir la declaración de Adelina en el Juicio por la Verdad: descubrió que sólo quedaban unas 60 tumbas sin remover.

Bajo la lupa de la UNESCO
La UNESCO decidirá en julio de este año si el archivo de Adelina es incorporado al “Registro de Memoria del Mundo”. De los diecisiete casos propuestos por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, es el único patrimonio documental elaborado por un particular. También se elevaron a consideración de la UNESCO los siguientes archivos: Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Abuelas de Plaza de Mayo, Centro de Estudios Legales y Sociales, Madres de Plaza de Mayo línea fundadora, Servicio de Paz y Justicia, Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, Familiares de Desaparecidos, Asociación Anahí, Comisión Provincial por la Memoria, Casa por la Memoria y Cultura Popular, Museo de la Memoria y de las secretarías de Derechos Humanos de las provincias de Buenos Aires, Tucumán y Chubut, y el Archivo General de la provincia de Santa Fe.

Adelina espera que la decisión de la UNESCO le sirva para terminar de sistematizar todo lo que fue acumulando en estos años, porque para eso hace falta esfuerzo y voluntad, pero también recursos, y su jubilación no le permite avanzar como querría. Hasta su casa estuvo embargada por años debido a las costas que la justicia (o la injusticia) le impuso por su insistencia en buscar la verdad. “Parece mentira –dice Adelina- que los jueces, en vez de hacer justicia o de responder los habeas hábeas, hayan impuesto costas. Pero eso ocurrió

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