“El kirchnerismo puede ser una identidad transitoria, que recordemos con nostalgia dentro de muchos años, o puede ser una identidad fundante de una nueva etapa. Apostamos a que sea eso: lo fundante de lo nuevo”. Lo dijo Martín Sabbatella, el martes pasado, durante el programa “20 a la Cabeza”, por la AM 530, la radio de las Madres de Plaza de Mayo. El nombre del programa y la apuesta explícita del candidato a gobernador bonaerense parecieran evocar a un juego en el que el azar fuese lo definitorio. Pero no: aunque la suerte siempre luzca necesaria, la persistencia de lo nuevo depende de una disputa con lo viejo.

La compulsa electoral de octubre próximo será un parteaguas, no tanto porque la oposición tenga alguna posibilidad de alzarse con el triunfo –hecho definitivamente improbable si los hay- como por la evidencia de que, a partir de allí, el kirchnerismo se enfrenta como nunca antes a las dos opciones de las que habla Sabbatella quien, al cabo, coincide con muchos otros en esta cuestión. Lo interesante de esta coincidencia es que se verifica entre actores que, desde el interior del kirchnerismo, transitan por andariveles distintos. El caso de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, revela que todo el sector que constituye la llamada Corriente de la Militancia apoya la candidatura de Daniel Scioli para la gobernación –diferenciándose así de Sabbatella- pero empalma con éste cuando advierte que para defender lo alcanzado hasta aquí es preciso avanzar. En la ciudad de Buenos Aires, en cambio, todas las propuestas que se identifican con el kirchnerismo han aceptado de antemano que el candidato que finalmente enfrente a Mauricio Macri los representa sin fisuras.

Las variantes tácticas que en esos u otros distritos se verifican, son modos particulares de encarar aquello que, en términos estratégicos, es un problema a resolver, o sea, la identidad política de un movimiento popular que aún no tiene una estructuración perdurable y que, sin embargo, late al compás de lo que el kirchnerismo ha abierto como época histórica. Dicho de otro modo, así como resulta inimaginable que los logros obtenidos hasta aquí pudieran ser resignados por las mayorías populares, así también puede pensarse en esas conquistas como la plataforma identitaria sobre la que se apoyen las nuevas experiencias políticas para hacer del kirchnerismo un sinónimo de avance de la sociedad en su conjunto. Claro que esto, de por sí, entraña también un litigio porque la construcción de una identidad es la disputa por su sentido y ello se pone en evidencia con los diferentes armados electorales por los que optan quienes, en la práctica, comparten aquella plataforma de logros alcanzados. Es señal de que todo lo viejo no ha muerto ni todo lo nuevo ha nacido ya.

En este trance se encuentra la sociedad argentina puesto que si mira hacia atrás reconocerá lo mucho que ha avanzado y si mira hacia adelante verá todo lo que le falta para avanzar aún más. Pero mirar no significa necesariamente ver, distinguir con claridad cuáles son las rémoras del pasado y cuáles son los desafíos inquietantes que hoy viene a imponer el futuro. Uno de esos desafíos consiste en echar las bases de una cultura política que, lejos de ignorar los legados populares, se identifique a sí misma como la hija dilecta de todos ellos. En este sentido, el fenómeno kirchnerista mal podría entenderse y explicarse sin la persistente vitalidad del peronismo, aunque el kirchnerismo, para solidificarse como identidad de todos los mandatos históricos, precisa también reconocerse en cada uno de ellos. No es esta una tarea sencilla porque su complejidad reclama relatos y símbolos novedosos, así como evidencias ciertas de su concreción en el todavía muy incipiente poder popular.

Resta transitar el camino hasta octubre y, quizás por ello, estas consideraciones puedan parecer excesivamente alejadas de las preocupaciones y tareas que demandan la construcción de la victoria electoral. Después de todo, una nueva identidad política para el movimiento popular no es algo que se decrete ni que surja de un día para el otro. Sin embargo, el escenario inmediatamente posterior a octubre actualizará su plena validez. Baste pensar en aquel primer ensayo que hiciera Néstor Kirchner con su iniciativa de la tranversalidad. Allí había una intuición, una corazonada y, con certeza, la íntima convicción de que estos nuevos tiempos históricos reclamaban un nuevo relato. La correlación de fuerzas de entonces le impidió a Kirchner prosperar en ese intento. En vísperas de octubre, pero definitivamente en camino hacia 2015, lo que en 2003 fue una osadía en breve será un imperativo de la hora.-

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