El miércoles pasado, en el Teatro Coliseo, Cristina consiguió transferirles a los presentes la emoción que al inicio amagaba con desbordarla. Entre aplausos y lágrimas, el público intuyó que lo que habría de ocurrir anoche, domingo, sería parecido, sólo que multitudinario.

Es que una cosa era la sensación que daba el triunfo cantado y otra muy distinta la vivencia directa. Con los resultados saltando en celulares, redes sociales y flashes periodísticos, anoche ese mar de personas y banderas se adueñó –como en los grandes acontecimientos argentinos- de las calles y las plazas.

Triunfó Cristina y las puertas de la Historia –ésas que el poder de los poderosos necesita mantener cerradas- permanecen abiertas porque el protagonismo popular así lo ha determinado. No es sólo el voto masivo e incontrovertible lo que se expresó ayer, es también la nueva subjetividad política forjada a lo largo de estos años de gobiernos kirchneristas. Se trata de una conciencia que hunde sus raíces en la materialidad de todo aquello que se identifica como el “Nunca Menos” y que, por lo mismo, se proyecta en la búsqueda y concreción de nuevas y mayores conquistas.

Está claro que hay una agenda inmediata y que los especialistas se encargarán de puntualizar y analizar por estos días, pero la otra agenda, la de la subjetividad de los nuevos actores, no es ni puede ser predecible. El segundo mandato de Cristina, a diferencia del actual y del de Néstor, viene aupado en una percepción mayoritaria de que la política sirve para cambiar la realidad. Lo que antes era distante y ajeno, o confinado al territorio de la engañifa, ahora es resignificado como propio. Pero esta novedad ha traído otra: lo político, esa dimensión de la acción transformadora que supone el pleno involucramiento (poner el cuerpo, se le dice en el barrio) también aparece en escena. Hace rato que esta dimensión ha dejado de ser patrimonio exclusivo de individualidades, como bien se evidenciara en el Bicentenario y en las exequias de Kirchner.

El trasfondo de la crisis del capitalismo global, contrariamente a las esperanzas que alientan las voces más reaccionarias de este país, resalta en toda su nitidez la potencialidad que entraña esta distinción consciente entre la política y lo político. Lo paradójico de este tiempo es que mientras la crisis mundial agrieta el formalismo de la democracia liberal, aquí la democracia es reapropiada, en clave popular, para profundizar los cambios. Cristina habrá de comenzar su segundo gobierno en condiciones que eran inimaginables en mayo de 2003 porque, precisamente, cuenta ahora con aquello que entonces no podía existir ni remotamente: la fuerza de la subjetividad popular que, como es sabido, no suele ser programable.-

Carlos Girotti, es sociólogo del Conicet y dirigente de la CTA

Artículo publicado en el Diario BAE

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