La lista negra es un registro. Tiene una forma próxima al índex medieval: ése que expresaba los emergentes de la prohibición. La lista suele concentrar un número finito de sujetos, entidades, libros, personas a lxs que se les niega un derecho (a leer tal o cual libro por ejemplo) o, más bien, en términos más generales, alguna forma de la libertad. Hay que subrayarlo enfáticamente: lo que antes decíamos “derecho”, hoy en la Argentina hay que traducirlo como “libertad”: conculcada por cierto.

562. Podríamos entenderlo como número inocuo, si no lo hubiéramos leído en Clarín y de no haberlo escuchado por la voz estridente de El Perseguidor. Ese número podemos graficarlo, también y quizá sobre todo, bajo el signo de la Lista. Lista negra: integrada por intelectuales, sindicalistas, dirigentes sociales, políticos, estudiantiles, etc. Hace un tiempo ya, el propio Perseguidor se refirió a ese número, con una retórica productora de formas del humor negro, y que a través de ciertas mediaciones dio pie a la fundación de un nuevo medio (el de Horacio Verbitsky: El Cohete a la Luna). En esa ocasión dijo: “Si los pusiéramos en un cohete a la luna, el país cambiaría tanto”. Se refería al número de personas (la lista de lxs 562) que estaría frenando el Cambio en el país. Sin esas subjetividades se podrían “acelerar los cambios culturales”, abundó como forma de la pauperización de la vida colectiva y negación de esa diversidad que es propia de un país. Ese número que es una Lista no es un caso aislado. Una cosa que se verifica una vez es paradójicamente una cosa, pero si se repite dos veces permite adivinar una tendencia. De hecho, esa primera lista negra encontró una reverberación en otro tipo de lista –negra y de exclusión– que se confeccionó con motivo de la Cumbre de la OMC. En estos días en Buenos Aires se está llevando a cabo la XI Cumbre de la Organización Mundial de Comercio. En ese contexto, vimos que el activista Peter Titland, ciudadano noruego y presidente de AttacNorge (una ONG), que llegó a la Argentina para cubrir el encuentro, fue deportado a Brasil. Este acto discriminador provocó enormes críticas de la ONU, de la Unión Europea y del campo popular argentino y latinoamericano. No se trató de un caso aislado y por eso mismo se precipita la figura de la Lista. La periodista Sally Bruch, de Gran Bretaña, directora ejecutiva de la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI), también fue situada a la fuerza en el espacio de la deportación, dado que no pudo ingresar al país. Iba a participar de las actividades paralelas de la OMC. Estamos pues frente a una misma figura: listas para lxs de adentro/listas para lxs de afuera.

Lista negra: que se verifica en la Argentina de estos días. Lista producto del espionaje ilegal. Se trata de una especie de categoría que integra una teoría de la acción política –de la CEOcracia macrista: lxs empresarios que gobiernan–, cuyo punto básico de funcionamiento, entre otros, es la performance de la persecución, inaugurada con Milagro Sala. Me refiero a esos megaoperativos mediáticos que pretenden fijar en nuestras retinas cómo recordaremos este presente. Se trata de la (per)formación de la memoria futura. De todos modos, el núcleo de estas reflexiones es la Lista. Ahora que “Argentina volvió al mundo” (es otra metáfora de El Perseguidor enunciada en un contexto latinoamericano marcado por golpes de Estado: Haití, 2004; Honduras, 2009; Paraguay, 2012; Brasil, 2016), el gobierno que conduce el país y que desde el campo popular (las grandes mayorías sociales de este país) reconocemos en sus formas mínimas de democracia superficial, nos proporciona un nuevo elemento de su racionalidad: la Lista. De subjetividades perseguidas por el poder y que no cejan frente al respecto por los derechos humanos y la democracia, dentro y fuera de la Argentina. Fuera esos nombres son Titland y Bruch. Dentro son lxs perseguidxs por la especularización del poder. Pues bien, ¿en las listas que El Perseguidor confecciona desde Ezeiza hacia adentro, y desde Ezeiza hacia fuera, qué podemos leer? ¿Qué es lo que se concentra en ese ademán? No es fácil decirlo con precisión en sus mínimos detalles, pues es tan grande la opacidad del presente. Sin embargo, podemos aventurar una hipótesis: que la Argentina CEOliberal tiene algo que ocultar. Que tiene esqueletos en el placar y que todxs lxs que tienen el coraje de acercarse a ese placar tendrán el mismo destino: la expulsión o la cacería espectacularizada en medio de operaciones bruscas, grandilocuentes y performáticas. Son formas de captura ideológica.

Último. En la historia de la humanidad, en la historia argentina, las listas no siempre fueron negras. Hay listas que rescatan y que luchan por el sentido de la vida: las listas de los testigos, de los sobrevivientes, las listas que dan fe y testimonio de quiénes compartieron infortunios frente a poderes abrumadores o las listas de presos políticos que se hacían en la década de 1930 como en la de 1970. Las que confecciona El Perseguidor son negras porque encarna un poder que teme la vida del campo popular (y por eso mismo la ataca). Pero las grandes mayorías sociales atesoran una potencia: la de Johnny Carter. Al fin y al cabo: nosotrxs. Ellxs: lxs ricxs. Nosotrxs: lxs pobres (orgullosamente clase trabajadora dijo Yasky en la Plaza de los dos Congresos). Y la grieta –que por cierto no tenemos que suturar porque nunca fuimos ni somos iguales– es la zanja de Alsina o la Zanja Nacional de la plusvalía.

Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET

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