Por Luis Bruschtein
El homenaje al ex presidente Arturo Umberto Illia no fue tanto un homenaje sino más bien una excusa del presidente Mauricio Macri para recongraciarse con los radicales, aliados que aportaron caudal electoral, pero que casi no pudieron colocar funcionarios y son ignorados olímpicamente por el PRO a la hora de tomar decisiones, incluyendo las del ajuste que después tienen que respaldar. Los aliados del PRO no son la mejor expresión del radicalismo para hacerle un homenaje a Illia. Un gobierno conservador integrado por los Ceos de las grandes corporaciones, incluyendo a las farmacéuticas, tampoco da con el perfil de un ex presidente que fue derrocado por un golpe promovido por estas corporaciones y apoyado por la derecha radical que manejaba el partido.

Un homenaje que fue excusa, por parte de sectores que no lo representan. La historia es injusta con un hecho injusto. El justicialismo recuerda siempre que Illia ganó las elecciones porque el peronismo estaba proscripto. Y tiene razón. Pese a ese pecado de origen, Illia fue un buen presidente, pero sin respaldo. Y cuando los militares lo echaron, sólo unos pocos de sus correligionarios lo defendieron. Su salida de la Casa Rosada fue una de las escenas más tristes de la institución presidencial. El peronismo y la izquierda también fueron críticos de su gobierno, pero eran oposición. El radicalismo no defendió a un presidente propio y poco después, le puso funcionarios a los militares.

Hubo muchas formas de salir de la Rosada, y varios fueron de allí a la prisión VIP de Martín García sin escalas. La salida de Fernando De la Rúa en helicóptero tampoco fue muy feliz, pero tiene cierta coherencia con el personaje.

En el caso de Illia, la soberbia de los milicos y la soledad en que lo dejaron sus correligionarios representó una tremenda injusticia. Muchos de los que se habían dejado arrastrar por la feroz campaña mediática que, como en todos los golpes, había creado el ambiente propicio para su derrocamiento, se arrepintieron después de haber puesto su granito de arena para contribuir a esa escena.

Este homenaje-excusa le sirvió también a Macri para insistir en su campaña contra el kirchnerismo y usó el contraste desmesurado de Illia con López. No dijo López, dijo: “si lo comparamos con lo que estamos viendo hoy”. En la división del trabajo, los PRO no tienen participación activa en esta tarea. Los servicios de inteligencia prefieren que no sean del gobierno los que dan los carpetazos. El carpetazo pesa más cuando viene de los opositores cercanos al macrismo. Como el massismo viene del peronismo, tampoco le dan carpetas. Los opositores más coherentes tampoco se dejan usar fácilmente y no les dan carpetas. Las carpetas de los servicios alimentan siempre al mismo sector que forma el panradicalismo anti k, como otro aporte de este radicalismo que poco tiene que ver con Arturo Illia, al gobierno de los Ceos.

Los PRO son gente agradable, no odian y siempre sonríen, son pro y no contras. Para eso tienen a la derecha radical que es la que sostiene un antiperonismo visceral. Los dirigentes PRO no están en el conflicto, en la crispación, pero sí el núcleo duro que los vota, como Alejandro Fabián Sidero, un técnico informático que disparó varias veces al bulto contra una reunión de 400 jóvenes kirchneristas. Hirió a dos chicas y casi mata a un bebé y después huyó a los Estados Unidos. Por la información que aparece en los medios oficialistas tendría que haber sido al revés. Los malditos jóvenes k atacando a una concentración de los globitos. Está cambiada la imagen.

La derecha radical tiene un héroe, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, protagonista de un clasismo fascistoide, que copa la justicia y después la utiliza contra la dirigente de un movimiento social y para extorsionar a sus seguidores para que la denuncien, incluyendo amenazas contra sus familias. Pero en el partido, sobre todo su dirección, admiran la supuesta valentía de este hombre que se atrevió a convertirse en el villano de una película del neorrealismo italiano. En una justicia no manipulada por el gobernador, las múltiples acusaciones contra Milagro Salas no se podrían sostener. La malversación es evidente cuando todas las semanas le agregan un nuevo cargo, el último es por el secuestro de un bebé. El gorilismo de este sector del radicalismo, que representa a un sector derechista de la sociedad, ha sido tierra fértil para la campaña del PRO, que encontró allí mano de obra dispuesta para el trabajo sucio.

En ese clasismo fascistoide se inscribe la detención del Pitu Salvatierra. La información que dieron los medios oficialistas el día que lo detuvieron hacía pensar que habían apresado a un narco con su carga. Los hechos fueron completamente distintos. Ni siquiera se lo puede acusar de “simple tenencia”, a lo sumo de “tenencia para consumo personal”. Con cualquiera de esas dos acusaciones tendrían que haberlo puesto en libertad, pero el juez Claudio Bonadio le negó la excarcelación. Los organismos de derechos humanos han salido en su defensa. Los dirigentes de muchos movimientos sociales son jóvenes militantes de clase media. En cambio el Pitu Salvatierra y Milagro Salas son exponentes genuinos de los dramas humanos que representan, son culturas diferentes porque son existencias diferentes. Por eso son representativos, porque a pesar de todas las tragedias que debieron sobrellevar en sus vidas, encontraron en la organización y la solidaridad con sus iguales una forma de salir adelante frente a una sociedad que los excluía y relegaba. No son egresados del cardenal Newman. Es su pecado capital. El clasismo fascistoide que condena a Salas y Salvatierra, puede perdonar en cambio a un egresado del Newman que abre cuentas millonarias en el exterior y que evade impuestos. La palabra “gorila” es vieja, igual que oligarquía, oligopolio o sinarquía. Aunque digan que uno se quedó en el 45 no existe otra palabra para describir esa mirada que justifica como justas a todas las injusticias, que culpabiliza al diferente y sobre todo a los pobres, que tienen la desgracia de no pensar como cree ese sector pretencioso de la clase media que piensan los ricos. Son diferentes, se identifican con otras historias y tienen sus propias formas de relacionarse y de expresarse en la política. Por eso los eligieron para meterlos en la cárcel.

Hay muchos dirigentes sociales de clase media de todos los colores políticos y no hay ninguno preso de esas características. No es casual la elección del Pitu Salvatierra y Milagro Salas, hasta con los nombres que tienen entre Milagro y Salvatierra. Tampoco podría decirse que forma parte de un plan magistral. No es así. Esa no casualidad es el producto de una formación cultural que se consuma en esa elección. Es un caldo germinal que alimenta esa mirada que encuentra en esas dos personas todo lo que es diferente y que rechazan y que, en su imaginario, constituyen el kirchnerismo. Que un chico de clase media sea kirchnerista está mal para ellos. Pero un chico se puede equivocar, al fin y al cabo podría ser el sobrino de cualquiera. El Pitu y Milagro son de los excluidos, de los advenedizos, de los que son pobres porque no quieren trabajar. De los que viven del plan. De las que se embarazan por la Asignación. De los que tienen un plasma en la villa. De los que eligen vivir rodeados y empapados del narco y el delito. De todo lo que se percibe como amenaza. Ellos son el kirchnerismo, la falta de moral, de republicanismo, de buena educación. En ese microclima se piensa que la sociedad sufrió al kirchnerismo porque esos bárbaros lo votaron contra la voluntad de la gente buena.

La cárcel de Milagro y Salvatierra funciona para ese grupo social como la confirmación de todo lo podrido del kirchnerismo. Los ponen en la misma bolsa que López aunque sean exactamente lo opuesto, totalmente lo opuesto. Y lo mezclan porque así cierra todo. Los dirigentes populares del kirchnerismo son drogones y ladrones y eligen políticos como López. Se puede aceptar que un pibe de clase media sea dirigente social, pero si ese dirigente sale del seno del mundo que representa, es un negro berreta y ladrón y encima kirchnerista.

Ser gorila no es nuevo, es viejo como la palabra. El peronismo siempre lo sufrió. Es como ese mal dirigente de izquierda que se enoja porque los obreros no son como él quisiera. El pueblo es el pueblo y las injusticias son injusticias siempre, y más cuanto peor sea la situación de la víctima. El gorila lo ve al revés. Es injusticia si le pasa a alguien como él, pero si le pasa a un pobre es porque se lo buscó o, en definitiva, el viejo y conocido “por algo habrá sido”. Cada día que pasa con Milagro y Salvatierra en la cárcel hace más injusta a esta sociedad.

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