El grado de conciencia alcanzado por el pueblo brasileño, su nivel de organización y las conquistas sociales y políticas conseguidas molestaron y molestarán a los sectores económicos enemigos del pueblo, a los grandes grupos económicos, al establishment y a los aliados de éstos en la Justicia.

Lo intentaron en 2005, cuando quisieron iniciarle un juicio político al entonces presidente Lula, quien tiempo después afirmó: “Ellos intentaron dar un golpe contra mi gobierno... La élite política brasileña no sabía que tenían enfrente a alguien diferente. No sabían que existía apenas un Lula en Brasil, sino que había millones de Lulas en todas las ciudades, en las fábricas, en las escuelas, vestido de mujer, de hombre, de indio”.

La movilización popular y la actitud de su vicepresidente, José Alencar, impidieron esa jugada, que a lo largo del continente americano ha sido intentada muchas veces. Lo lograron en Honduras y Paraguay con los golpes que derrocaron a Manuel Zelaya y Fernando Lugo, respectivamente; fracasaron con el levantamiento policial contra Rafael Correa y un intento claro por asesinarlo; no pudieron avanzar con el proyecto secesionista en la Media Luna del oriente petrolero en Bolivia, y en nuestro país, con el paro de las patronales del campo en el año 2008, en el primer gobierno de Cristina Kirchner.

El juicio a los dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT) no encontró una sola prueba del involucramiento de sus dirigentes y debieron acudir a la teoría del “dominio remoto”, por la cual los jefes no pueden desconocer lo que sus subordinados hacen; y a partir de allí fueron juzgados y lapidados mediáticamente. Se produjo la condena judicial y la orden de prisión de los mismos.

Los sectores de poder quieren dar una señal clara a quienes se atrevan a modificar el sistema establecido, allí donde las elites dominantes, en sociedad con el imperio de turno, actúan en desmedro de sus pueblos. Esto pudo comprobarse en Ecuador y Argentina, donde sendas leyes lograron democratizar las voces en la sociedad y avanzar sobre la monopolización de los medios; frente a las estatizaciones de las empresas que manejan recursos naturales o energéticos (Bolivia o Argentina con YPF), en el avance de la legislación sobre tierras, o los planes de inclusión social en nuestro país y Brasil. Los grupos económicos concentrados, en sociedad con los grandes medios de comunicación, han impulsado campañas de desprestigio, acusaciones contra funcionarios y acciones claras de desestabilización.

Por lo tanto, estas situaciones no se producen fruto de una casualidad histórica; forman parte de una estrategia que han desarrollado con el correr de los años.

Como parte de la misma mataron, en su momento, a João Goulart, derrocaron a Perón, atentaron contra el avión de Torrijos, llevaron a la muerte a Salvador Allende y gestaron el Plan Cóndor; luego, cuando los regímenes dictatoriales sufrieron el desgaste de sus propias acciones, impulsaron la teoría de los golpes suaves, con el objetivo de desgastar los procesos populares y democráticos y sabotearlos con los parlamentos de cada país.

Los militantes populares no nos confundimos: a la dirigencia del PT, a José Genoíno y a José Dirceu no se los condena por sus errores, sino por los logros de una construcción colectiva, que primero llevó a Lula al gobierno y luego a Dilma Rousseff; que promete seguir avanzando con el apoyo popular, con una política socioeconómica que incorporó a 40 millones de compatriotas a la clase media, que implementó el Plan Hambre Cero, que convirtió a Brasil en una de las mayores economías del mundo y lo posicionó, junto a otros países latinomericanos, como forjadores de un nuevo proceso regional, empezando a hacer realidad el sueño de la Patria Grande.

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