Es el clásico reclamo de quien pierde a un padre, de quien se encuentra de golpe solo y sin el sostén que le aseguraba estabilidad.

Es la queja del que se da cuenta, bruscamente, de que su camino ahora será por sus propios medios. Con los miedos que eso acarrea.
Y el comandante Chávez nos dejó solos.
Hoy vemos, en muchos medios, el regocijo del enemigo que acecha a ver qué restos dejó la muerte de este líder.
A partir de ahora, ese enemigo va a estar atento a la reacción de todos los pueblos latinoamericanos que se unieron en un proyecto regional claramente orientado y sostenido por este histórico hombre.
Hoy, Latinoamérica se ve en la obligación de demostrar que este proyecto trasciende a los hombres y mujeres que lo llevaron y llevan adelante, pero sin dejar de seguir el camino que nuestros predecesores nos trazaron.
En estas últimas décadas, nuestro continente tuvo la bendición de gozar de próceres a la altura de los que hicieron la gesta de la independencia. De descubrir que un héroe popular es atemporal y, a la vez, que puede surgir en el tiempo en que el pueblo más lo necesita.
Perdimos uno hace ya dos años, y el destino intenta burlarse nuevamente quitándonos otro.
No quiero ofender a ningún pueblo hermano, pero quiero ser realista y sincero: la República Argentina jugó y juega un papel primordial en este proyecto del que somos parte.
Y es por eso que estoy atento a que, casi con total seguridad, los ataques a nuestra nación serán crueles para desestabilizar a la región intentando hacer temblar a uno de los pilares más firmes que quedan.
Alguno saldrá a decir que soy alarmista, que no hay que sembrar el miedo. Nada más lejos.
Soy consciente de lo que produjo en algunos sectores esta unidad latinoamericana, esta idea de soberanía nacional y regional, este grito de hartazgo que quieren que desaparezca para volver con sus intereses foráneos, sus privilegios para pocos y su idea de dependencia disfrazada de libertades individuales.
Hoy el comandante nos dejó solos…
Pero para que sostengamos el modelo, para que valoremos a nuestros líderes, para que aprendamos de una vez que la lucha es nuestra.
Hoy no despido al comandante, le aseguro su trascendencia.
Hoy quiero que, desde lo más profundo del alma, el saludo que muchos le han dado sea un grito desgarrador, al mismo tiempo que sincero y firmemente arraigado.
Que, cuando lo gritemos, no sea una leyenda de remera sino un himno de una estrofa y cuatro palabras.
Que el enemigo tiemble de sólo escucharlo, sabiendo que es el canto de un continente.
Que es el pensamiento de una América Latina soñada por San Martín y Bolívar, hecho carne nuevamente en los líderes de nuestro tiempo.
Por eso no me despido, le prometo.

HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!

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