A partir de la crisis de 2001 –que redujo los partidos políticos a caparazones huecos- la estrategia de la representación sólo pudo concebirse en clave frentista. Con el sinceramiento y la transparencia de objetivos que denotaba su autodenominación, el Frente para la Victoria (FpV) supo comprender de entrada que para cruzar el abismo que separaba la institucionalidad democrática de la bronca popular en las calles, había que tender un puente superestructural. Ninguna otra mediación hubiera sido eficaz porque aquella bronca no había cuajado en una perdurable alianza social, con liderazgos y organicidad reconocidos y legitimados por el común. Néstor Kirchner fue el audaz ingeniero de esa obra que, en otras manos, hubiera sido imposible. Ahora, el FpV marcha hacia su tercer gobierno y puede decirse que “la victoria” que se había propuesto en 2003 ha sido alcanzada. ¿Cuál es la construcción política no ya “para” la victoria sino después de ésta?

En su periodicidad semanal y desde hace tres años, esta columna ha sido enfática en destacar todos los logros del kirchnerismo, pero nunca estará demás reiterar aquí que el principal de ellos es el de restituir en la sociedad el valor de la política como herramienta de los cambios que hacen al interés público y al bien común. Por si faltara alguna prueba de la realización de ese cometido, ahí está la contundencia del resultado electoral del 14 de agosto pasado y, en ciernes, el triunfo inapelable de Cristina en octubre próximo. La mayoría de la sociedad ha percibido que la política es el cincel con el que se han modelado las transformaciones que la sacaron del pantano neoliberal para introducirla en la tierra firme de una convivencia más decorosa. No es una casualidad que la Presidenta reitere, como nunca antes, los conceptos de unidad nacional, patria, inclusión e igualdad como sinónimos del proyecto que encabeza: es porque tiene en la acción de gobierno al fundamento más alto de sus dichos y en la respuesta del electorado la confirmación del rumbo escogido. He aquí la victoria que, trazada como meta en 2003, se consuma en 2011. Se trata, ni más ni menos, del restablecimiento de la confianza ciudadana en la efectividad de la política para hacer que una parte sustantiva de la institucionalidad democrática resuelva las demandas más postergadas.

Ahora bien, a casi una década de los sucesos de diciembre de 2001, también es necesario decir que la direccionalidad del curso emprendido para llegar a esta victoria ha sido desde la maltrecha superestructura política hacia las bases de la sociedad. El FpV no fue el punto de arribo de un nuevo bloque popular que, en términos históricos, pudo haber tenido su partida de nacimiento con la caída del gobierno de la Alianza. Al contrario, el FpV resultó ser la construcción política que cubrió la ausencia de esa fuerza social orgánica. Y lo hizo con todos los problemas y contradicciones que una tarea de tal magnitud supone. Pero lo hizo y, desde este punto de vista, es preciso señalar que se trató de una construcción tan necesaria como exitosa para alcanzar la victoria actual. Sin embargo, es la propia victoria la que le reclama a la construcción política una direccionalidad novedosa o, mejor dicho, un balance ajustado de sus propios orígenes y, por ende, la jerarquización de las tareas que devienen de haber alcanzado el triunfo que se había propuesto.

Una de estas tareas es la de prever que el restablecimiento de la confianza ciudadana se expresará, mucho antes de lo imaginable, en formas de intervención cada vez más autónomas de los circuitos profesionales de la política. Por lo mismo, debiera ser previsible que esas intervenciones remitan a actores sociales concretos, con intereses particulares bien definidos, no susceptibles de ser encuadrados en la órbita estatal sino como protagonistas activos y directos de las políticas públicas que al Estado le demanden. Esta dinámica de la intervención política supondrá una superación notable de las condiciones imperantes en diciembre de 2001 y, consecuentemente, reabrirá las puertas históricas para la conformación de aquello que, desde entonces, aún falta: una fuerza social, un bloque popular, una alianza práctica de intereses entre sectores sociales afines, capaz de proyectar la victoria actual al plano más elevado e imprescindible de su consolidación y profundización.

Por supuesto que no hay ninguna garantía, ni está legislado, que esa dinámica de la intervención política conducirá, necesariamente, al surgimiento de un sujeto social de los cambios acontecidos y por venir. Es más, puede ocurrir que dicho sujeto no llegue a materializarse y que esta situación perdure así un tiempo indefinido, en un permanente equilibrio inestable entre la superestructura estatal vigente y las demandas más o menos corporativas de actores sociales diversos. Pero el carácter de la victoria actual no autoriza a dejar en la imprevisibilidad las tareas de la construcción política vinculadas a la identificación, reconocimiento y jerarquización de las nuevas prácticas políticas que, potencialmente, remiten al nacimiento del bloque histórico ausente.

Si es posible pensar hoy en un “después” de la victoria es porque ésta ya impone una calificación superior para las acciones que deben sucederla, consolidarla y proyectarla en el tiempo. Al fin y al cabo, si un FpV fue necesario para arribar a ella, un bloque popular de la victoria será imprescindible para sostenerla.-

Carlos Girotti, Sociólogo, Conicet, 24 de agosto de 2011. ARTÍCULO PARA BAE

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