Mucho se ha dicho y especulado en diferentes momentos políticos respecto a lo que haría Evita si viviera. No lo sabemos, pero lo cierto es que el pasado 26 de julio conmemoramos el 61º aniversario de su fallecimiento y podemos recordarla desde la vitalidad del proyecto nacional, popular, latinoamericano, que supo soñar junto a Perón.

A partir del año pasado y en conmemoración del 60º aniversario, la Presidenta decidió incluirla en los billetes de 100 pesos. Es la primera mujer que figura en un billete de circulación legal en nuestro país. Decisión presidencial que en general fue muy bien recibida, pero que requirió en los últimos meses tareas de difusión masiva para que fuera aceptado en algunos comercios remisos, no está tan claro si porque dudan de su autenticidad o sólo porque tienen miedo a contagiarse de algo, vaya una a saber de qué.

Este recuerdo trae a mi memoria un comentario negativo que realizara en una contratapa de Página 12 el escritor José Pablo Feinmann (el bueno) en el momento de presentación del billete. Allí señalaba que el dinero como símbolo de la mercancía y la acumulación capitalista no le parecía el mejor lugar para homenajear a “Ella”. Decía textualmente: “Será tal vez un honor para cualquier otro, pero una Evita cosificada en la mercancía esencial del sistema que ella abominó no servirá de mucho. Ni le hace honor…” Podemos inferir entonces que si Evita viviera, que sea en otro lado y en otras cosas, no en los sucios y viles billetes, según sostiene el filósofo. Voy a polemizar con esta idea, porque me parece muy acertada la decisión de la Presidenta.

Sabemos sobradamente que las mujeres siempre fuimos protagonistas de la historia, aunque esta presencia haya sido invisible a los ojos del androcentrismo histórico y cultural. Justo es decir que las veces que recordaban nuestra presencia, en general, nos tocó un lugar asociado a la extensión de nuestras tareas en el ámbito privado. Las tertulias, la manufactura de la bandera, la cura de los heridos de las batallas de independencia, fueron mencionados como espacios de reconocimiento de algunas pocas. Mucho se discutió y se discute qué supone esta presencia de las mujeres en la política y en la escena pública. Sin lugar a dudas Evita es una figura bisagra en la historia de la presencia política y pública de las mujeres. La Ley que otorgó el derecho a voto, largamente reclamada, fue parte central para consolidar derechos civiles y políticos. Pero Evita fue más allá del reconocimiento básico del derecho a elegir a los representantes, basamento fundamental de una república y un sistema democrático. Ella tomó dos decisiones más encaminadas a ampliar los derechos y superar la mera democracia representativa. El derecho a ser elegida y participar. Para esto constituyó el primer antecedente mundial del cupo o cuota para cargos electivos, que supuso un 33% de las candidaturas para las mujeres en el año 1951 (26 legisladoras nacionales y más de 100 legisladoras provinciales fueron electas). Junto a esto se conformó el Partido Peronista Femenino, que en dos años creó más de 3000 unidades básicas en el país. Evita lo decía en sus discursos a las mujeres: no sólo hay que votar, también hay que organizarse y participar.

Porque así como sólo los obreros salvarán a los obreros, sólo las mujeres se salvarán de la histórica opresión. Palabras más o menos así repetía para arengar a la movilización de una fuerza social que irrumpía. Ya estaban los grasitas, los descamisados, los desclasados históricos; ahora también las mujeres. Ambos colectivos son “el otro”, la alteridad puesta en el centro, con las patas en la fuente. La patria es el otro se encarnaba y volvía multitud con identidad y pertenencia. Llevó muchas décadas más y un cambio de siglo, atravesados por los avatares de nuestra maltratada democracia, poder consolidar el camino de mayor igualdad para las mujeres.

Por eso es justo para las mujeres, para Evita, estar en todos lados, en las plazas, las calles, las primeras magistraturas, las casas, las presidencias, los barrios, la cultura y también en los billetes, como figura central de nuestra historia. Como dato adicional, podemos sumar a su justificación, que con este cambio empezamos a bajar al genocida Roca de los monumentos.

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