El desafío de Alexis Tsipras es gigantesco. Lo mejor para él sería encarnar a un Néstor Kirchner griego, el presidente de la renegociación de la deuda y la recuperación de la economía. Un papel difícil pero interesante. El problema es que Cronos, dios griego del tiempo, lo hizo llegar al gobierno en el peor momento. Es primer ministro desde el 26 de enero de este año. Puesto en argentino, Tsipras debe encarnar simultáneamente a los presidentes Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. No sólo tiene por delante la encrucijada del relanzamiento político y productivo de su país. Afronta los dilemas del default y la devaluación.

Cuando Kirchner empezó a negociar la deuda, muchas veces los banqueros le preguntaron su opinión sobre el default. “Yo no lo hice”, respondía. También solía recibir preguntas sobre la megadevaluación y la pesificación asimétrica de Duhalde. La respuesta era la misma que en el caso anterior: “Ninguna de esas decisiones la tomé yo”.

Kirchner heredó una Argentina sumida en la crisis política y con una desocupación de dos dígitos. Se empleó a fondo en la creación de trabajo, en la aplicación de políticas sociales que mitigaran la pobreza y en la prevención, política y policial, de todo conflicto violento. Al mismo tiempo negoció la deuda externa. Una parte de los bonistas aceptó la quita en el 2005 y otra durante el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en 2010.

Cuando el 25 de mayo de 2003 Kirchner asumió la presidencia, los productos argentinos habían ganado competitividad por la devaluación del 2002, con Duhalde presidente y Jorge Remes Lenicov de ministro, y renegociar la deuda ya no era una opción sino un deber: el default ya se había producido por la bomba colocada por Carlos Menem y su ministro Domingo Cavallo y activada por Fernando de la Rúa y sus ministros José Luis Machinea y Domingo Cavallo. La bomba terminó explotando en diciembre de 2001 en las manos de Rodríguez Saá, que como todos recuerdan se alegró como si escuchara cohetes de Navidad.

Tsipras parece haber tenido siempre en claro la diferencia entre Grecia y la Argentina. En un diálogo con este diario mantenido en 2012 (se puede leer haciendo click en http://bit.ly/1HqYoGb) el entonces líder de Syriza y la oposición griega dijo que la Argentina “aguantó porque contó con una base productiva amplia y exportadora”. Cubrió las necesidades populares y luego las exportaciones garantizaron las divisas para el crecimiento del Producto Bruto. Tsipras agregó que, sin embargo, “cuando la Argentina pasó por una fase de crecimiento alta, el crecimiento global también era alto, y además todo ocurrió dentro de una coyuntura regional sudamericana positiva”. Grecia, en cambio, no contaba ni con el crecimiento global ni con la coyuntura regional favorable, sino todo lo contrario. Frente a esos dos puntos débiles, su punto fuerte era, según Tsipras, la capacidad de daño de Grecia. Con el 2,5 por ciento del PBI total europeo, Grecia tendría en sus manos un botón parecido al de la bomba atómica durante la Guerra Fría entre Washington y Moscú. El primero que apretase el botón dañaría más al otro. Pero los dos saldrían perjudicados. En el caso griego el botón sería la explosión del euro. Y opinaba Tsipras hace tres años: “El que pierda esta guerra fría será el que dé un paso atrás”.

En la mitología griega, más severa que el momento farsesco de la Era Xipolitakis, Cronos se comía a sus hijos cuando nacían para que luego no le arrebataran el poder. Pero el menor de todos sobrevivió porque Rea, la esposa de Cronos, le quitó el chico a tiempo y lo reemplazó con una piedra envuelta en pañales. Así fue que Zeus creció y terminó derrotando a Cronos. Difícil momento para Tsipras, con tanta mitología detrás y la obligación de no dejarse tentar por ningún espejismo en la cabina.

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