El grupo de empresas que gobierna el país desde diciembre de 2015 habla con una transparencia que asusta. Liderados por el Presidente de la Nación que reflexiona sobre la angustia de los patriotas por haberse independizado del querido Rey y no desaprovecha oportunidad ante el micrófono para defender a los grandes empresarios como si fueran débiles presas del abuso del trabajador, sus ministros siguen sus pasos hacia el sinceramiento del discurso.

Esta semana se ha sumado el Ministro de Educación y Deportes que definió en Choelé-Choel, Río Negro, el proyecto educativo de su gobierno como “una nueva Campaña del Desierto”. Puede sorprender, pero sólo asusta. Esteban Bullrich utilizó la metáfora de un genocidio en el mismo lugar en que fue realizado.

La idea de “desierto” fue utilizada para justificar la masacre de los Pueblos Originarios en el Sur durante la segunda mitad del Siglo XIX. Las tierras estaban “desiertas” para los conquistadores puesto que allí no había seres humanos. Este razonamiento que funcionó como justificación moral de las conquistas eurocéntricas fue rubricado por la historia oficial. Sin embargo, a lo largo de los años de nuestro convulsionado derrotero institucional se construyó un piso de consenso sobre el valor de la democracia. Ese es el piso que pretende perforar el gobierno de Mauricio Macri mediante algunos discursos.

A las lamentables declaraciones negacionistas de un ex ministro de Cultura sobre el número de desaparecidos en la última dictadura cívico militar, se suma la desafortunada metáfora del ministro de Educación. Para ilustrar esa base de consenso democrático podríamos citar el ejemplo de la comunidad rionegrina que hace ya unos años abordó desde su Legislatura estos debates sobre el pasado y modificó por ley la letra del Himno Provincial. La frase “Ha dejado atrás el tiempo, ahora marcha rumbo al sol, sobre el alma del tehuelche, puso el sello el español” fue sustituida por “Patagónica su tierra, Junto al mar es bendición: ¡sus riquezas para todos construyendo la Nación!”. El sistema educativo es uno de los principales ámbitos en donde se debe promover esa revisión de la historia para alcanzar consensos de convivencia democrática. Por eso es preocupante que sea el máximo responsable del área educativa el portador de ese discurso.

Pero la metáfora de la “Campaña del Desierto” adquiere su sentido pleno cuando se la lee como un nuevo sinceramiento enunciativo. ¿Quién habla? ¿Desde dónde habla? Desde que en 1916 se puso en práctica la Ley de voto obligatorio, secreto y masculino, el grupo de familias que venía gobernando durante más de medio siglo la Argentina no pudo acceder más al poder ejecutivo nacional sino mediante golpes de Estado o camuflados al interior de partidos populares. Hasta las elecciones de 2015. La Alianza Cambiemos representa la versión más acabada de un gobierno orgánico a las clases dominantes en los últimos cien años de historia. Desde esa mayoría electoral comenzaron a transparentar sin pausa su lenguaje patronal.

Esteban José Bullrich Ocampo pertenece a las familias que se vieron beneficiadas por la distribución de esas tierras. Es uno de sus descendientes. Para realizar el oxímoron de conquistar un desierto aquellas familias se sirvieron del reciente Estado nacional. Sus herederos aborrecen del intervencionismo estatal. Se esmeraron en los últimos años en construir la idea de que el populismo es la forma en que el estado se entromete artificialmente en la naturaleza del libre mercado para garantizarle condiciones de vida inmerecidas a quienes por incapacidad o desidia individual no logran triunfar como emprendedores. Sin embargo, fue el dinero del Estado el que garantizó la importación de los fusiles Remington que permitieron la acumulación originaria de tierras. El mismo aparato estatal que hoy es atendido sin intermediarios por accionistas y gerentes de unas pocas empresas. Los dueños de la Patagonia, los apellidos grabados en bronce en los pasillos de la Sociedad Rural ocupan hoy los distintos ministerios.

“No con la espada, sino con la educación” oscureció Esteban José su infeliz comparación. Y aunque tal vez la pluma no excluya la aplicación de la violencia estatal en manos de la otra Bullrich del gabinete, su agregado desnuda los objetivos en materia educativa. Si los generales de Roca pusieron las tierras al servicio de unas pocas familias, los gerentes de Macri intentan hoy poner la educación al servicio de pocas empresas. No estamos frente a los mecanismos tradicionales de privatización. No se trata una escuela privada más o menos. La tercerización de la responsabilidad educativa se juega en el ingreso masivo de ONGs, que encubren al capital privado, dentro del sistema educativo público. Monsanto y Coca-Cola elaborando los programas de “alimentación saludable” de nuestras escuelas; el Grupo Pearson, dueño de medios y editoriales, a cargo de la evaluación educativa; Microsoft reemplazando el diseño soberano de nuestro software pedagógico. Son sólo algunos ejemplos de la “campaña del desierto” que se proponen los nuevos/viejos conquistadores.

Cuando sinceran su discurso no lo hacen por error, sino por convicción. Es la forma de naturalizar una mirada patronal de la vida y de la sociedad. No dejar pasar esas frases aparentemente descuidadas, no habituarnos a que ese repertorio constituya el sentido común es la tarea de los que creemos en el Estado como garantía de derechos para todos y no de negocios para pocos.

* Secretarios general y de Comunicación de UTE-Ctera, respectivamente.

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