Hacía un tiempo que no conversaba con Lula, hasta que lo fui a ver al Instituto Lula.

Venía de una semana muy intensa, porque no hubo día en que la ofensiva judicial, periodística y policial no presentara nuevas supuestas denuncias en su contra. Cuando lo encontré, la denuncia del día involucraba a unos viáticos de un viaje de personas que trabajan con él, que habrían sido pagadas con recursos del Partido de los Trabajadores (PT), que Lula lidera. A pesar de que se trataba de una cuenta irrisoria y pagada de forma legal, sirvía para mantener a Lula en las crónicas político-policiales.

Ese mismo día Lula había publicado un artículo en uno de los periódicos que más participó en las campañas en su contra, denunciando la persecución que sufre, sin que sus denunciantes hayan presentado prueba alguna. En el artículo, Lula reitera que no se trata de intentos de condenarlo sólo a él sino a los millones que han mejorado sus vidas durante su gobierno.

Asimismo, la semana pasada volvieron a circular noticias, por internet, citando fuentes supuestamente seguras, pero no reveladas, de que el lunes por la mañana se haría una operación para detenerlo en su residencia. Miles de personas pasaron la noche en vigilia frente a su casa, hasta que esa denuncia tampoco se confirmó.

Lo encontré contento, aunque cansado, incluso porque ya conocía la nueva encuesta electoral, hecha diez días después de la gran derrota electoral del PT en las elecciones municipales. Una encuesta en la que, a pesar de los ataques diarios que sufre, su nombre se destaca como el favorito para las elecciones presidenciales de Brasil, subiendo del 29 por ciento de junio al 35 ahora. Mientras tanto, Marina bajó del 18 al 11 por ciento, y Aecio Neves del 17 al 15.

En la encuesta espontánea, 28 por ciento prefiere a Lula, mientras Aecio Neves aparece en segundo lugar, con el 6 por ciento de las preferencias. Preguntados sobre quién fue el mejor presidente de Brasil, el 42 por ciento contesta que Lula. Los que vienen detrás de él no superan el 2 por ciento. Sobre su condición de vida durante los gobiernos petistas, el 56 por ciento considera que su vida mejoró, mientras el 14 considera que ha empeorado.

Lula no se entusiasma mucho con los datos, pero se siente visiblemente aliviado al darse cuenta de que su imagen resiste e incluso se fortalece, aun después de dos años seguidos de acusaciones reiteradas.

Nunca en su vida Lula ha tenido un calendario tan lleno de reuniones con movimientos populares como en estos tiempos nuevos y difíciles, en los que él escucha mucho más de lo que habla. Quiere entender las señales complejas y contradictorias que emite la realidad. Grandes movilizaciones populares, malos resultados electorales, gobierno extremadamente frágil, sin ningún apoyo popular, pero blindado, hasta donde pueden, por los medios de comunicación.

Lula se preocupa por los debates internos del PT y trata de apoyar los intentos de renovación de sus dirigentes. Pero está más interesado en incentivar las movilizaciones populares y los procesos de debate político en búsqueda de nuevas perspectivas.

Las encuestas le refuerzan la idea de que él y el PT disponen todavía de un gran capital político, que las realizaciones de su gobierno han calado hondo en la memoria de la gente. Insiste en que hay que seguir reivindicando todas esos logros, aunque es indispensable tener nuevas propuestas para el futuro.

Uno sale de los encuentros con Lula siempre con el sentimiento de que es un líder impar, indispensable y, a la vez, absolutamente sencillo. Que reitera, como si fuera necesario, que sigue siempre firme en la lucha. Reconoce las dificultades, pero ya ha asimilado los reveses y tiene sus ojos puestos en las grandes disputas del futuro, sabiendo que gran parte de ese futuro depende de él. Lo cual no lo abruma, sino que lo compromete con las disputas que, tiene claro, definirán el futuro de Brasil por mucho tiempo.

Portada del sitio || En los medios || Una conversación con Lula