Cuando ganó las elecciones porteñas y recibió el llamado de la Presidenta, le dijo que estaba en calzoncillos. Cuando fue la Presidenta quien ganó las elecciones primarias, él le dijo que estaba en bermudas, disfrutando del sol del Mediterráneo. Ahora que pasaron las elecciones, pero en vísperas de las presidenciales, Mauricio Macri optó por un delantal de matarife como vestimenta: echó a ocho trabajadores del Teatro Colón, siete de los cuales son delegados gremiales de ATE.

La política tiene esas cosas, cualquiera puede elegir lo que supone son los mejores modos para ganarse el favor del electorado pero, al cabo, la dura realidad acaba mostrándolo tal como es y piensa. Macri no ha podido escapar a esta ley de hierro. Durante su campaña electoral e, incluso, exageradamente en los festejos del triunfo, escogió ese inverosímil discurso de las ondas de amor y paz para resumir aquello que pretendía mostrar como la quintaesencia de su política: la no confrontación, la no crispación y, eventualmente, la posibilidad de la cooperación con quienes no pensaran igual que él. En verdad, los globos amarillos, el cotillón de carnaval carioca y ese clima de fiestita en el pelotero eran, al mismo tiempo, un intento de mostrar una pretendida alternativa al discurso kirchnerista y un camuflaje para ocultar sus verdaderas convicciones. Sus consejeros le habrían advertido que la opción preferencial por los Fino Palacios, las escuchas telefónicas, el Jurassic Park de Abel Posse, el salvajismo descarnado de la UCEP y las pistolas eléctricas para la Policía Metropolitana, no le ayudarían mucho en la tarea de encolumnar votantes. Macri tenía que matizar; no podía ser tan rudimentariamente explícito y justo es decir que supo adaptarse al consejo de su oráculo ecuatoriano. De hecho ensayó ese giro discursivo, allá por el mes de marzo, cuando el tenor Plácido Domingo apareció como un impensado mediador entre la prepotencia del gobierno porteño y los trabajadores del Teatro Colón.

El conflicto ya tenía su antigüedad y Pedro Pablo García Caffi, director del teatro, lejos de ofrecer soluciones a las demandas y denuncias gremiales, había logrado que la orquesta estable se negara a tocar en el concierto de Plácido Domingo, programado por la Fundación Beethoven y auspiciado por el gobierno de Macri. Se trataba de una muestra cabal del concepto de cultura que la gestión del PRO viene desplegando desde sus inicios: el negocio privado del gran espectáculo hecho a expensas del patrimonio público. En contraste, los trabajadores hacía ya seis meses que clamaban por la revocación de sumarios que los afectaban, el desestimiento oficial de demandas judiciales leoninas y una recomposición salarial que los equiparara a otros cuerpos artísticos como los del Teatro Argentino de La Plata. “El problema en el Colón es mucho más grave de lo que parece”, dijo Plácido Domingo para sorpresa de Macri y García Caffi. Y lo era. Tanto la Fundación Beethoven como el gobierno porteño habían intentado convocar a orquestas de Chile, Uruguay, Salta y Entre Ríos para suplir a la estable del Colón, pero encontraron una cerrada negativa de dichos cuerpos fundada en la solidaridad con los trabajadores porteños. El tenor español, entonces, optó por intervenir directamente. “Tuvimos una reunión con la orquesta y me lo han explicado todo. No está todo solucionado, pero esperamos que se vaya a solucionar", le manifestó a los periodistas y agregó: “ Me haría muy mal volver sin haber actuado, pero entiendo a los sindicatos, son importantísimos, entiendo los problemas desde todos los puntos de vista (pero) como le he expresado a la orquesta, yo estoy con ellos de cualquier manera". Era un torpedo a la línea de flotación del autoritarismo y, en esas condiciones, el concierto no se realizó en el Teatro sino frente al Obelisco y Macri tuvo que poner el violín en la bolsa durante un tiempo prudencial.
Pero ahora se le terminó la prudencia. En la convicción de que los votos obtenidos para un nuevo mandato al frente del gobierno de la Ciudad lo habilitan para hacer y deshacer a su antojo, Mauricio Macri vuelve a acometer contra los trabajadores del Teatro Colón. Ya no es sólo su política; es también su cultura de la revancha lo que lo lleva a uno de los actos más despóticos que se puedan pensar: despedir a delegados sindicales cuando toda la legislación en la materia los tutela en su condición de legítimos representantes de sus compañeros de trabajo. Tal como ocurriera con el Grupo Clarín y ahora, más recientemente con la multinacional Firestone, Macri no duda un instante cuando se trata de impedir el derecho de organización sindical y de representación gremial que los trabajadores han sabido conquistar a lo largo de toda su historia como clase. Es la cultura de la revancha, la de hacer hociquear, la de obligar a morder el polvo en la creencia de que se dispone de un poder omnímodo y de una impunidad a prueba de memorias y luchas.

Pero el desfachatado imitador de Freddy Mercury vuelve a equivocarse y se equivocan todos aquellos que, como él, hacen caso omiso de los vientos que soplan en Argentina y en todo el continente. Deberían mirar hacia Chile o, al menos, atreverse a pensar que después de octubre, los trabajadores y el pueblo subirán un escalón más para divisar, desde esa nueva altura y con más claridad aún, que pueden volver a ser artífices de sus propios anhelos. Ayer, en la concentración de protesta, hubo más de 1.500 trabajadores a las puertas del Teatro Colón. Frente a esto, la revancha anticipada suena ya a fracaso estrepitoso.-

(*) Sociólogo, Conicet. 31 de agosto de 2011. ARTÍCULO PARA BAE

Portada del sitio || Opinión || Macri: La política del revanchismo