Los triunfos del campo nacional son, por definición, épicos. No se derrota sólo al otro, se derrota la adversidad, la asimetría, el desbalance. Que las lanzas y boleadoras derrotan a las bayonetas es noticia y no al revés. Lo mismo con el agua hirviendo o las cadenas bajo el agua. La campaña del Frente de Todos, como muchas veces en nuestra historia, fue obligadamente creativa y artesanal, para compensar la diferencia de recursos técnicos y económicos. Entonces, hay mucho para festejar. Pero esos festejos no deben demorar el análisis.

El peor presidente desde la recuperación democrática, el que sembró deuda, pobreza y desempleo, sacó 40 puntos. Los mismos 40 puntos que sacaron Menem y López Murphy sumados en 2003, con el recuerdo del estallido bien fresquito.

Esos votos no son de Macri, de Menem ni de López Murphy. Son de la subjetividad neoliberal. El neoliberalismo, recordemos, no es un modelo económico, es una mirada de la vida, una cosmovisión. Los votos son de Starbucks, de Apple, de Nike, de Dolce Gabbana. No de todos los que consumen eso sino de todos los que desean y demandan consumo. Porque el consumo es un sentido posible de la vida. O la ilusión de consumir, cuando no hay posibilidad real.

Muchos de los que forman ese 40 no votaron al modelo económico neoliberal, votaron la ilusión de vida y consumo que el neoliberalismo ofrece. Probablemente no conozcan ni entiendan, por poner apenas un ejemplo, la restricción externa, la fuga, la deuda. Quieren dólares, aunque nunca hayan tenido uno. Y es difícil que una explicación racional modifique su parecer. Porque caída esa ilusión y sin otra que la sustituya, sólo queda el angustiante vacío.

La tarea es refutar zonceras, pero también conjurar el vacío: ofrecer un sentido de la vida donde el consumo no sea todo, recrear la idea de comunidad para construir una mayoría política e ideológica, no sólo electoral. Es una tarea enorme e impostergable, con principio y probablemente sin final a la vista. De las que nos gustan a los patriotas.

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