En dos textos tan breves como contundentes, Emir Sader y Leonardo Boff nos describen el actual panorama brasileño. Traducidos por Carlos Girotti del portal “Carta Maior” (*), ambos compañeros aportan a la dramática comprensión de todo lo que se juega en las próximas elecciones presidenciales.

¡ES EL CAPITAL ESPECULATIVO, IMBÉCILES!

Por Emir Sader

Quien se deja llevar por la polarización entre una supuesta “nueva política” y la vieja política, deja escapar lo esencial de los dilemas de la elección presidencial de este año (en Brasil).

El neoliberalismo promovió el capital financiero, bajo su forma especulativa -esto es, no la que financia la producción, el consumo, la investigación científica, sino la que es más depredatoria, la que vive de la compra y venta de papeles, la que no produce ni bienes, ni empleos- como sector hegemónico de la economía, a escala mundial y de cada país. Al promover la desregulación, envés de aplicarse a una retomada de la expansión económica, hubo una gigantesca transferencia de capitales de la esfera productiva a la esfera especulativa. Porque, como decía Marx, el capital no está hecho para producir sino para acumular. Si encuentra mejores condiciones -mayor retorno, menos tributación, liquidez total- el capital se concentra en la esfera financiera.

En Brasil eso ocurrió en el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (FHC), cuando el sistema bancario sucedió a la industria automovilística como sector hegemónico de la economía. Hoy, Brasil tiene su economía trabada por la acción depredatoria y antisocial del sistema financiero, que prefiere colocar sus capitales en la Bolsa de Valores y en los paraísos fiscales antes que realizar las inversiones productivas que el país necesita.

El gran capital se niega acompañar el inmenso proceso de democratización económica y social promovido por los gobiernos de Lula y Dilma. Prefiere seguir produciendo para el consumo de lujo de la alta esfera del mercado, en lugar de reciclar sus inversiones para atender las demandas de las capas emergentes de la población que constituyen un nuevo mercado de consumo popular en enorme expansión.

Esa es la contradicción fundamental que Brasil vive hoy. Los capitales no se dirigen hacia donde lo requiere el proyecto de democratización social, de combate a la desigualdad, a la miseria y a la pobreza; prefiere sabotear ese proyecto y permanecer en el nivel especulativo.

El programa de Marina Silva no podría ser más explícito para consolidar esa opción al proponer la independencia del Banco Central y que el comando político de éste tenga a economistas vinculados a las tesis neoliberales del libre comercio y a la heredera de uno de los mayores bancos brasileños. La eventual victoria de Marina significaría el fortalecimiento de la hegemonía del capital financiero sobre la economía, atentando fuertemente contra el proceso de distribución de las ganancias del gobierno actual.

Ése es el dilema que surge en la campaña actual: a favor del capital especulativo -con aumento de la tasa de interés y consolidación de sus posiciones- o a favor de que éste pague una fuerte tributación y de una baja significativa de la tasa de interés. Lo que está en juego es el proyecto de inclusión social y de democratización del país, es decir, una resolución a favor de este proyecto, con un reciclaje de las grandes inversiones hacia la esfera productiva, o la dominación consolidada del capital especulativo sobre el país. Dicho de otro modo: si por detrás de la próxima presidenta estará Lula o Neca Setubal (Sader se refiere a la heredera del Banco Itaú y principal sostén de Marina Silva).-

MARINA SILVA: LA QUE CAMBIÓ DE LADO

Por Leonardo Boff

La campaña presidencial ya está recalentada con la disputa abierta entre Dilma Rouseff, actual presidenta, y la pretendiente Marina Silva. Se trata, en verdad de la confrontación entre dos proyectos. De un lado, la manutención, por parte del PT, de un proyecto progresista, marcado por fuertes políticas públicas que permitieron integrar una (población equivalente a) Argentina entera a la sociedad organizada. La práctica política, impuesta por las elites, era la de los gobiernos que hacían políticas ricas para los ricos y políticas pobres para los pobres. Pero ocurrió un viraje en esa historia. Alguien del pueblo llegó al centro del poder y le confirió otra dirección al poder político. No se puede negar que Brasil, en una perspectiva general, especialmente en la óptica de los pobres, mejoró mucho. Negarlo sería mentirle a la realidad.

A este proyecto progresista se opone el que la candidata Marina Silva llama “nueva política”. Sin embargo, observado de cerca, este proyecto no pasa de conservador y viejo, que beneficia a los que ya son beneficiarios y que alinea al país en la macroeconomía voraz que hace que el 1% de los americanos posea el equivalente de lo que el 99% de la población gana. Este proyecto apunta a contener el proceso progresista, evidentemente, sin anularlo, porque habría -sin dudas- una rebelión popular.

Las opciones del PSB y de Marina Silva representan un retroceso de lo que habíamos ganado en doce años. La centralidad ya no será la del Estado republicano que pone a la “cosa (res) pública” en primer plano, el Estado dinamizador de cambios que benefician a las grandes mayorías, al punto de haber disminuido la desigualdad social -en doce años- al 17%. El foco será el del Estado más chico para concederle mayor espacio al mercado, al libre flujo de capitales sin ley, reafirmando las teses neoliberales, las del aumento del superávit primario que se logra con el recorte de los gastos públicos, con el ajuste salarial y el desempleo, para así controlar la inflación y, finalmente, imponiendo la autonomía del Banco Central. Especialmente este último punto es grave porque un presidente fue electo también para gerenciar la economía, que es parte de la política y no de la estadística, y no entregarla a las presiones de los capitales, de los bancos y de los rentistas. Sería un atentado a la soberanía monetaria del país.

Este viejo proyecto fue aplicado en Brasil por el gobierno del PSDB, pero ya antes no había funcionado: quebró la economía de la Unión Europea y lanzó al mundo en una crisis de la cual nadie sabe cómo salir. El efecto inmediato será, como ya lo dijimos, el ajuste salarial y el desempleo, con una transferencia de grandes ganancias a los dueños del capital financiero y de los bancos.

Marina quiere gobernar con los mejores de la sociedad y de los partidos, por encima de las alianzas inevitables en nuestro presidencialismo de coalición. Las alianzas se harán, probablemente, con el PSDB y con el PMDB y tendrá que tragarse a José Sarney, Renan Calheiros y Fernando Collor, que ella tanto abomina. Caso contrario, Marina corre el riesgo de no ver aprobados por el parlamento los proyectos que propone por falta de sustentación.

Quien la escucha y lee su programa, le parece haber hecho un paseo por el Jardín del Edén: todo es armónico, todos son cooperativos y no hay conflictos por choques de intereses. Olvida que vivimos en un tipo de sociedad de mercado -y no apenas con el mercado- que se caracteriza, como la nuestra, por la competencia feroz y la escasa cooperación. Estimo que Marina, religiosa como es, se inspire en el sueño del paleocristianismo de los Actos de los Apóstoles, donde se dice que “la multitud era un sólo corazón y un sólo alma; nadie consideraba suya la propiedad que poseía; todo entre ellos era común”(At. 4,32).

Estas opciones muestran claramente que ella, Marina, cambió de lado. Antes, cuando estaba en el PT -del cual es una de las fundadoras- hablaba de la opción por los pobres y de su liberación. Construía en la cantera de los explotados y oprimidos. Ahora ella construye en la cantera de los opresores: los adinerados, los bancos, el capital financiero y especulativo. A ellos les lleva el ladrillo, el cemento y el agua. Sus asesores en economía son todos neoliberales. Los seringueiros de Acre y la familia de Chico Mendes -puesto éste entre las elites, en una formulación infeliz y hasta injuriosa hecha por Marina- son conscientes de que fueron agentes de esas elites quienes asesinaron a Chico. Por eso protestaron vehemente contra la opción tomada por Marina y reafirmaron la tradición del PT apoyando la candidatura de Dilma.

Mi sospecha es que Marina persigue el poder y busca alcanzar la presidencia por un proyecto personal y cueste lo que cueste. Se dice por ahí que una profeta de su iglesia evangélica, la Asamblea de Dios, vaticinó que Marina sería presidenta. Y ella cree ciegamente en eso, como cree en esos pasajes de la Biblia, escogidos al azar cotidianamente, como si en ellos se revelase la voluntad de Dios para aquel día. Son las patologías de un tipo de comprensión fundamentalista de la Biblia que substituye la inteligencia humana y la búsqueda colectiva de los mejores caminos para el país.

¿Estaré siendo duro en la crítica? Lo soy. Y lo soy para alertar a los electores y electoras sobre la responsabilidad de elegir una presidenta con tales ideas. Ja erramos dos veces, con Janio (Quadros) y con Collor. No nos está permitido errar ahora que la humanidad para por una grave crisis global, social y ambiental que reverbera en sobre nuestro país. No debemos desistir de que aquello que funcionó y avanzó y que, todavía, debe ser profundizado y enriquecido con nuevas políticas públicas.-

(*) http://www.cartamaior.com.br/?utm_source=emailmanager&utm_medium=email&utm_campaign=Boletim_Carta_Maior__07092014

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