Hay que repetirlo: la salud mental de nuestro pueblo, de todos nosotros, estaría mucho más comprometida si no se hubieran gestado producciones culturales como por ejemplo Garaje Olimpo, lnfancia clandestina, Montecristo, las de Teatro abierto, Plata dulce, Vientos de agua o Sinfonía de un sentimiento.

En un país plagado de pérdidas, de experiencias imposibles de asimilar, tales como los genocidios, la inmigración forzada y los golpes de mercado, fue aquella labor diversa la que posibilitó que las subjetividades singulares y el colectivo pudieran integrar a través de vivencias accesibles, el horror, la fractura social, lo inhumano al extremo.

El relato oral, la memoria, siempre resisten a su captura en lo siniestro, pero estas herramientas culturales los potencian.

Muchos sectores de poder se oponen a la Ley justamente por eso.

En lo que quieren que se olvide, permanezca oculto o tergiversado, está el origen de su riqueza y el despojo y las masacres con que se generó esta sociedad de exclusión y resistencia.

Todas y cada una de estas razones son ineludibles a la hora de apoyar el proyecto de ley de Asignaciones Específicas para Industrias e Instituciones Culturales iniciado por el diputado Pablo Carro.

(*) Psicólogo.

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