Resulta difícil imaginar hoy quiénes podrían ocupar, en las actuales circunstancias, el lugar que cubrieran, a partir del 7 de junio de 1810, revolucionarios como Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano.

El ejemplo de estos héroes de Mayo -convertidos en redactores de La Gazeta- ha atravesado todas las épocas históricas y, por supuesto, ha marcado el compromiso de insignes periodistas argentinos. Sin embargo, en esta nueva conmemoración del Día del Periodista, la permanente labor de desinformación que acometen las grandes empresas periodísticas obliga a una reflexión de otro tipo.

Es que el poder de las grandes patronales de la comunicación, a diferencia de lo que ocurría con el periodismo revolucionario en 1810, ha venido a disimular la incapacidad política de la clase dominante para dirigir al conjunto de la sociedad y, en la práctica, los llamados multimedios comenzaron a actuar como verdaderos sustitutos de partidos de derecha o centroderecha. Es más: estas empresas, convertidas en remedo del “intelectual colectivo” del que carece la clase dominante, han vulgarizado los principios filosóficos hegemónicos modelando de este modo, una y otra vez, el sentido común de la sociedad. Los temas que “preocupan a la opinión pública” son, precisamente, aquellos que instalan los grandes medios, echando mano para ello de todos los soportes tecnológicos a su alcance e, incluso, apelando a toda clase de programas televisivos que van desde el género de entretenimiento hasta las novelas semanales y las series unitarias.

Esta labor constante de formación y modelación del sentido común más amplio; esta recurrencia a los valores sobre los que se fundaran el terrorismo de Estado y la ofensiva neoliberal y, en suma, esta apelación a una moral pretendidamente imparcial y alejada de las pasiones sociales, no han sido -para los sectores dominantes- más que el despliegue de una estrategia de recuperación de las riendas políticas del Estado desde que, en 2003, Néstor Kirchner iniciara el actual proceso de expansión y profundización de todos los derechos civiles y de realineamiento con los pueblos hermanos y los gobiernos democráticos de la Patria Grande. De hecho, no fue una mera casualidad que un hombre del mundo periodístico como José Claudio Escribano – por entonces verdadero mandamás del diario La Nación- hubiese querido condicionar de entrada a Kirchner con un memorándum de recomendaciones que no disimulaban el fundamento corporativo y autoritario que las animaba.

De modo que conmemorar el Día del Periodista, en la Argentina de este tiempo, no puede ser concebible sin una crítica frontal a quienes, desde su labor cotidiana, hacen todo lo que esté a su alcance para destituir la experiencia gubernamental que, además de ampliar los horizontes de igualdad en la sociedad argentina, se ha empeñado en democratizar la palabra con la sanción y aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Dicho esto, ninguna nota alusiva debería finalizar sin reconocer el compromiso, la pasión y la honestidad de los trabajadores de prensa, de los comunicadores populares y de todos aquellos medios gráficos, radiales y/o televisivos que, a diario, procuran seguir la huella trazada por Jorge Ricardo Masetti, Emilio Jáuregui, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti y José Luis Cabezas.-

(*) Director de Comunicación de la CTA

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