Fuente: Página/12

¿Pero qué es lo que quieren ustedes exactamente?
–Queremos cambiarlo todo.

Las relaciones amorosas y también las laborales, la autonomía sobre nuestros cuerpos, la relación con la tierra y la naturaleza, la distribución del poder y de la riqueza, la idea misma de trabajo, las formas de organizarnos, de reconocernos y narrarnos sin ninguna exclusión; nuestras casas, nuestras camas y nuestras plazas, donde nos manifestamos y también nos abrazamos en el duelo por las heridas que hacemos visibles y en la lucha por repararlas.

La pregunta y la respuesta se reiteran cada vez que nos preparamos para tomar las calles y poner en acto nuestras demandas. Y la certeza con que contestamos dan cuenta del proceso complejo de organización que nos estamos dando en asambleas feministas, cada vez más masivas, cada vez más extendidas en los territorios más diversos. En esos espacios dejamos de ser puras víctimas de la violencia sexual, femicida y transfemicida; de la violencia económica que se traduce en la feminización de la pobreza, los despidos; de la violencia racista, colonial, la que excluye a los cuerpos inconvenientes. Emergemos en los círculos asamblearios como cuerpos políticos que se dejan afectar mutuamente, que encuentran en lo colectivo su potencia. Así podemos soñar con un bloque sindical feminista tanto como empujar de una vez por todas que el derecho al aborto legal, seguro y gratuito se consagre finalmente en donde tiene que consagrarse, en el ámbito legislativo. 

No es sencillo. Son procesos complejos que no están ajenos a los conflictos, donde se hacen audibles las urgencias de unas y de otras y se intenta tramarlas para que efectivamente se pueda construir y sostener la enorme y potente heterogeneidad y transversalidad que nos compone. Pero cada vez que hablamos, cada vez que una compañera despedida, del Hospital Posadas, del Inti, de Radio Nacional o del Ferrocarril Sarmiento pone en diálogo su situación y la entrelaza con lo que plantean las compañeras afro, con las trabajadoras de la economía popular o con las que se plantaron para denunciar abusos sexuales largamente naturalizados lo que se gesta es potencia política, justamente, para cambiarlo todo. La multiplicidad de fuerzas sociales, políticas, sindicales, en diálogo feminista hacen aparecer una nueva resistencia. 
Y esta resistencia no pasa desapercibida, ni para el Poder Ejecutivo que sabe que las calles van a desbordar el 8M, ni para otros actores sociales fundamentales como el sindicalismo que desbordó el 21F –y en donde la presencia de las trabajadoras fue masiva y evidente– y que puso al Paro Internacional de Mujeres como la continuidad de un plan de lucha, de una conflictividad social que viene creciendo y resistiendo desde diciembre. Las voces fueron claras en ese escenario: si el dirigente de la Ctep, Esteban Castro, dijo que cuando las mujeres paren los hombres iban a estar cuidando a los niños y sosteniendo los comedores, lo cierto es que el integrante del triunvirato al frente de la CGT, Juan Carlos Schmid, ya se comprometió a pasar el 8M en un comedor popular en Moreno.

No se puede obviar que frente a la reforma previsional la fuerza feminista no sólo estuvo en la calle. También se ocupó de narrar lo que significaba en la vida de las mujeres desarmando de plano lo que se pretende imponer desde el Ejecutivo cuando en la voz de Marcos Peña, entrevistado en este diario, se dice que la agenda Ni Una Menos es la agenda del gobierno. 

La habilitación del debate legislativo sobre el derecho al aborto, desde el oficialismo, puede leerse en esta continuidad. ¿Y qué más queremos? Si desde las formas de organización feministas, desde la construcción de un discurso público cada vez más popular y masivo que conjuga la chance de hablar en primera persona sobre las heridas de la violencia machista con la masividad de las asambleas y lo que en ellas se expone y entrelaza, si desde la ocupación reiterada de las calles -en el “pañuelazo” convocado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito pero también, cada fecha Ni Una Menos y en los dos paros de mujeres anteriores, en octubre de 2016 y el 8M de 2017- vuelve necesario o incluso, por qué no, oportunista, abrir el debate legislativo sobre el aborto; eso es una victoria.

El derecho al aborto legal es una demanda basal del movimiento feminista. Porque nos cambia la vida saber que nuestras decisiones salen de la clandestinidad, porque todas, sin distinción de clase vamos a poder decidir con la misma libertad. Porque ya las distancias geográficas no determinarán nuestro derecho a la vida –como escribió Luciana Peker en Las12, las cifras oficiales dicen que una mujer en Formosa tiene ocho veces más chances de morir por complicaciones de aborto que una mujer en Buenos Aires–. Porque nos modifica a todos y a todas saber que decidir seguir adelante o no con un embarazo no será ya un secreto del que avergonzarse. Porque con el aborto legal recuperamos la libertad que nos pertenece y que ejercemos, aun cuando nos quieran criminalizar, aun cuando tantas veces sea la vida misma la que se pone en juego. La libertad se defiende incluso con la vida, pero es hora de decir ¡basta! Ni una menos por aborto clandestino.

La oportunidad que se abre la vamos a tomar, vamos a presionar por el aborto legal, ya. Y el Paro Internacional de Mujeres, que desde América Latina irradia con fuerza al resto del mundo con ánimo rebelde es una oportunidad para ejercer esa presión desde las calles.

El desafío, sin embargo, es tramar esa demanda con todas las demandas urgentes que el Paro feminista conjuga. Es encontrar la manera, colectivamente como se viene haciendo en las asambleas, para desplegar nuestros cuerpos y nuestras banderas de manera que la complejidad que encarnamos se haga visible en la calle sin borramientos. El desafío es poner en juego a través de la herramienta del paro la chance de bloquear y transformar el mundo para poner a prueba ahora mismo la forma de vida queremos vivir. Parar no es sólo dejar un trabajo o ausentarse de él, sino suspender, bloquear y sabotear todo tipo de tareas que históricamente han quedado a cargo de los cuerpos feminizados, de modo casi siempre invisible, no remunerado o mal remunerado. Tareas en general despreciadas políticamente pero que son la base de la reproducción de la sociedad en su conjunto. Y paramos contra la feminización de la pobreza, contra el desprecio a nuestras vidas que significa la violencia machista, paramos contra los despidos y las reformas previsional y laboral. Paramos contra la violencia institucional que mantiene presa a Milagro Sala, contra la represión en las calles y contra el aval oficialista al gatillo fácil, contra el genocidio indígena y la lucha por otro modo de vivir en la tierra. Paramos también contra el negacionismo del genocidio perpetrado por la última dictadura cívico militar. Paramos porque todos los cuerpos cuentan y por eso luchamos contra todas las formas de exclusión, paramos por la dignidad de todas las existencias.

Eso es lo que el feminismo va a poner en acto el 8M: Paro, exigencia del derecho al aborto legal y movilización popular para seguir construyendo resistencia. Nosotras paramos, en definitiva, porque queremos cambiarlo todo. Aquí y en el mundo.

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