Asumieron sus bancas los nuevos senadores y, en breve, lo harán los nuevos diputados. Entretanto, el runrún en torno a la composición del próximo gabinete de ministros continúa chocando contra la pared del silencio oficial y esto, como no podía ser de otro modo, exaspera a la usina granmediática. Por increíble que parezca, los escribas de los poderosos parecieran no percatarse que, a medida que se aproxima el décimo aniversario de la crisis de la representación, los representados y los representantes hace rato que decidieron establecer un nuevo convenio de vinculación.

Este es un verdadero problema para el poder real porque no sólo carece de liderazgos políticos para intervenir en esa vinculación, sino que también se muestra huérfano de teorías y teóricos para repensar una novedosa estrategia de dominio. En los últimos tiempos ha apelado a viejas recetas: el terrorismo del dólar, los pronósticos de catástrofe frente a la crisis mundial y, por supuesto, usufructuar recientes hechos criminales como los asesinatos de mujeres y niños para reinstalar la cuestión de la inseguridad. Sin embargo, este menú raquítico no hace más que mostrar en todo su intensidad el síndrome de impotencia que experimenta ante el escenario político que se despliega sin cesar ante sus ojos.

La composición de ambas Cámaras, resultado directo del torrente de votos que lleva a Cristina a su segundo mandato, no sólo demuestra la extensión y profundidad del consenso articulado por la Presidenta; es también un indicador insoslayable de que la mayoría de la sociedad ha resuelto en su favor aquello que había quedado abierto para la disputa en 2001. La ruptura del vínculo entre representantes y representados podía haber cursado hacia la restauración del orden neoliberal (recuérdese el pliego de condiciones que vanamente esgrimiera José Claudio Escribano, subdirector de La Nación, ante Néstor Kirchner), o seguir el sinuoso y accidentado derrotero que lo trajo a este presente. La Argentina de estos días sería impensable si no hubieran mediado, cada uno con su relevancia específica, todos los logros del período kirchnerista. Pero ese conjunto de políticas e, incluso, actitudes y gestos de gobierno, tradujeron y realizaron en sentido práctico buena parte de lo que se había expresado en diciembre de 2001 sin orden ni concierto. Esto ya forma parte del nuevo escenario político porque, de aquí en más, el sistema de la representación ha quedado marcado con la impronta de esta última década.

En su reciente visita al país, el destacado filósofo italiano Toni Negri ha recordado que, según Schmitt, "la representación es la presencia de una ausencia. También la representación de Rousseau es siempre una ruptura, una fetichización de la presencia. Y esa presencia viene construida por elementos que no tienen nada que ver con la participación". En esa cuestión no se equivoca; el sistema de la representación se funda en el hecho de que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, como reza la Constitución Nacional. Pero, a lo largo de estos diez años, los representados en la Argentina no abandonaron el espacio público que habían ocupado tumultuosamente en 2001. Por el contrario, la presencia del representado en el espacio público se hizo notar de múltiples maneras al punto, incluso, que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández hicieron de la no represión al conflicto social una política de Estado. Se podrá decir que esa presencia no equivale a una suerte de doble poder, pero tampoco se deberá ignorar que los representantes han debido actuar ya no en base a la ausencia que representan sino a una presencia de los representados que, de hecho, los determina. Este rasgo, crucial para entender el triunfo electoral del kirchnerismo, lo es también para entender la estrepitosa debacle de sus oposiciones, tanto por izquierda como por derecha.

Ahora, el sistema de la representación tiene un componente genético del que carecía en 2001: está la contundente y explícita presencia del "nunca menos" que esto que se ha logrado hasta aquí. Se trata de la irrupción de un nuevo tipo de conciencia ciudadana, una manifestación de principios del común que condiciona todo desarrollo ulterior de los vínculos entre representantes y representados. Es más, hace que la delegación del representado en el representante suponga un contrato a término, con cláusulas específicas de rescisión que dotan al primero de un tipo de fuerza de persuasión y disuasión absolutamente novedosa. Por cierto, no será el tipo de "calidad institucional" que pretendía José Claudio Escribano en su exigencia a Kirchner, pero aquí ha emergido y se ha consolidado un modelo de institucionalidad que tiene más de presencia del representado que de su ausencia en el sistema al que adscribe cuando vota.

Desde este punto de vista, la nueva composición del Congreso -luego del conflicto agrario en 2008 y de las elecciones de 2009- puede ser considerado como un hito de superación de aquello que entrara en crisis en 2001. Claro, lo que no puede resolver la derecha argentina es qué hacer con esta novedad porque la buena nueva no lo es para ella. Las grandes mayorías que a lo largo de esta década fueron tejiendo sus sueños de menor a mayor; que no dudaron en expresarse en las calles y plazas cuando fueron convocadas y cuando no también; que alientan hoy una esperanza que les había sido arrebatada toda vez que pronunciaban la palabra futuro, se disponen a transitar este tramo del camino con todas sus banderas en alto. Lo saben ellas como lo saben sus legítimos representantes y esta conciencia, con toda seguridad, es parte del padecimiento político de sus más acérrimos enemigos.

A propósito de ello, quizás no haya un hecho que ilustre mejor esa impotencia política de la derecha argentina, o sea, con la dramaticidad del caso, que aquel personaje que imaginaron, en 2008, como el adalid de sus sueños restauradores, ni siquiera tenga la oportunidad de colocarle la nueva banda presidencial a Cristina. Todo un símbolo para la derrota y un renovado sentido para las presencias y las ausencias.-

(*) Sociólogo, Conicet. 30 de noviembre de 2011. ARTÍCULO

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