Asentada sobre una preocupante desmovilización ciudadana, la campaña electoral que desemboca en los comicios porteños del domingo próximo acaba de producir una interesante novedad. Daniel Filmus se ha anticipado al resultado y llama a todas las fuerzas opositoras al macrismo a ganar, en la segunda vuelta, con una propuesta de gobierno de coalición.

La iniciativa parte de una premisa verosímil: no puede haber tantos modelos de ciudad como oferentes para conducirla por un camino alternativo al de Mauricio Macri. O uno u otro, dice Filmus pero, para ello, es preciso coaligar las diversas miradas que, más allá de los explicables énfasis que cada quien ponga para diferenciarse en la primera vuelta, aspiran a una ciudad antitética a la urbe empresarial de Macri.

Se trata, entonces, de algo más que de un gambito táctico. Un gobierno de coalición supone, en primer término, la aceptación de que las razonables diferencias entre los aliados no pueden ni deben tener mayor peso específico que la unanimidad requerida para plantarse frente a la sociedad como una verdadera alternativa a lo existente. Esto, entretanto, impone una doble condición que implica tanto al binomio Filmus-Tomada, indiscutible contendiente para la segunda vuelta, como a quienes se propongan en ésta contribuir a lograr la victoria sobre Macri. De un lado está el reconocimiento de que sin el otro nada es posible, o sea, que su particularidad cuenta y mucho. Por lo mismo, la aceptación de esa importancia conlleva una cesión que, sin desmentir las preponderancias relativas, abone el terreno de un consenso perdurable. La doble condición resulta así una matriz estratégica que, en el caso de la ciudad de Buenos Aires, es producto directo de la desmovilización ciudadana la que, a la sazón, explica todavía los escasos puntos de ventaja que le lleva Macri a Filmus. Si no fuera así, la propuesta de un gobierno de coalición apenas disimularía su carácter proselitista. Pero para derrotar a Macri en la segunda vuelta es imperioso, desde ahora, remarcar la índole estratégica de la coalición.

Por supuesto que casi en las vísperas del domingo electoral lo primero que surge es el llamado a la integración de los mejores especialistas, técnicos y profesionales de las diversas fuerzas con vistas a producir respuestas rápidas y eficaces a los problemas políticos que plantea la segunda vuelta. Pero es indudable que la coalición, para ser tal, debe poder materializarse allí donde ya hace falta. La disputa por el favor de los votantes no ha tenido hasta ahora las características de un cuerpo a cuerpo. La mayor proximidad con los ciudadanos ha ocurrido en ocasión de actos muy acotados, muchos de ellos realizados en espacios cerrados. Un enorme y casi amorfo caudal militante, constituido por múltiples y dispares voluntades –aunque siempre confluyente en la consigna de derrotar a Macri- está disponible para hablar puerta por puerta y plaza por plaza. Una coalición estratégica lo es, ante todo, porque es portadora de una épica de la participación y el protagonismo colectivo y una y otro son los recursos imprescindibles para llenar los huecos que la desmovilización ciudadana le deja libre a la parafernalia propagandística del macrismo.

Para ganar en la segunda vuelta hay que movilizar, pero no ese tipo de movilización que empieza y termina con un acto público, una muchedumbre más o menos organizada que acude a una cita y así como llega se va. Movilizar significa hacerlo dentro de cada barrio y desde cada uno de ellos hacia la comuna respectiva. Movilizar es apelar a ese cúmulo de energías dispersas que, sin embargo, cuando son interpeladas individualmente en la feria, el mercado, la cancha o la peluquería no cesan de acusar al jefe de Gobierno por su ineptitud y su mendacidad. El caótico tráfico vehicular, el elefante blanco del metrobus, la mugre desparramada en las calles del Once, Retiro y Constitución y el larguísmo etcétera que hace a la desventura del habitante medio de la ciudad está allí, en cada esquina, presto a ser canalizado positivamente por una alternativa que convoque en serio a ese habitante a ser artífice de una ciudad que lo incluya y lo reconozca. El gobierno de coalición no puede ser sino la expresión de ese tipo de movilización.

Será también, por cierto, un entramado de acuerdos y compromisos que inexorablemente se tejan en la superestructura política, pero la perdurabilidad de ese consenso gubernativo dependerá de cuán afincado se encuentre en el protagonismo ciudadano. Presidida por la consigna del gobierno de coalición, la campaña para ganar en la segunda vuelta es, por encima de cualquier otra consideración, aquella que llame a los ciudadanos a ser parte activa de ese gobierno.

En las antípodas de Macri, que sigue mostrándose en sus afiches de frente a la cámara mientras le dice a “los vecinos” –siempre de espaldas- que “juntos venimos bien” pero sin decirles adónde los lleva, la campaña del gobierno de coalición debe proclamarlo a los cuatro vientos: juntos vamos a gobernar.
Sociólogo, Conicet. 6 de julio de 2011. ARTÍCULO PARA BAE

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