Escribe: Beto Pianelli (*)

"La lucha por la jornada laboral muestra dos tendencias enfrentadas. Unos pretenden alargarla y otros acortarla. Casi siempre la polémica se instala como resultado de nuevas demandas empresarias de adaptar los tiempos de la gente a las necesidades de la producción y servicios"

Una “independencia” que te convierte en esclavo

Se escuchan voces contradictorias sobre el teletrabajo y la “independencia que te da trabajar por tu cuenta” en boca de algunos monotributistas freelance. Miles de trabajadores independientes considerados “emprendedores” sueñan con ser sus propios patrones para decidir cuántas horas trabajan, en qué horario lo van a hacer e incluso se prometen a sí mismos rendidoras carreras laborales con internet de su lado. Terminan trabajando 14 horas 7×24 en su propio taxi o abriendo el quiosco los fines de semana para vender cerveza de contrabando en trasnoche. Con suerte, diseñan por las madrugadas para realizar entregas imposibles después de consumir sustancias para soportar las jornadas eternas.

Una mítica demanda del movimiento obrero, como es la reducción de la jornada a 8 horas, cae víctima de la falsa conciencia que nos imponen los voceros del capital, como si internet no implicara trabajo dependiente, incluso gratuito y siempre subordinado. Repasemos virtudes, problemas, ventajas y desventajas de la demanda.

En la Argentina, el guante lo recoge el propio gobierno, aunque con promesa de considerarlo posCovid. “Estudiamos semanas laborales más cortas y distintas variantes del trabajo remoto”, aseguró la secretaria de Gestión y Empleo Público, Ana Castellani. Es auspicioso que se sincere una polémica que hace rato venimos planteando diversos sectores sindicales interesados en la cuestión del uso del tiempo de los trabajadores de una manera más racional. Sería interesante que fuera para ahora y no para “la pospandemia”, una entelequia sin fecha ni precisión alguna. Moroni sostiene que en medio de la emergencia no da. Justo ahora es el momento.

En una Argentina con alta inflación y puja distributiva, la pandemia y el desarrollo de las fuerzas productivas nos colocan ante la posibilidad y la necesidad imperiosa de avanzar en la discusión paritaria que negocia salarios y condiciones de trabajo de los empleos públicos. La pugna es entre quienes creen que mejoraría la productividad y se consumirían menos combustibles fósiles, al par de mejorar la salud mental quitando estrés a la vida cotidiana: la pandemia agudiza los problemas en torno al bienestar, las complicaciones para el traslado, el agotamiento y el equilibrio entre la vida laboral y personal.

El debate por la jornada laboral

La lucha por la jornada laboral muestra dos tendencias enfrentadas. Unos pretenden alargarla y otros acortarla. Casi siempre la polémica se instala como resultado de nuevas demandas empresarias de adaptar los tiempos de la gente a las necesidades de la producción y servicios. Es un debate para encarar con seriedad y pensar en soluciones tentativas, nunca definitivas sin pasar por la prueba y error de la realidad.

El modelo productivo ha ido cambiando, sobre todo por la extensión y demanda de la actividad en los servicios. Producción y consumo coinciden en el tiempo y obligan a organizar todo en función de pautas temporales específicas. Esto no ocurre sólo en los casos más obvios de las actividades turísticas y recreativas donde prevalecen pautas temporales diferenciadas: estacionalidades diversas en turismo playero, horas pico de restaurantes, escapadas de fin de semana, horarios de eventos deportivos o festivales.

Existen tres estrategias posibles ante los cambios en el trabajo y la ocupación: la reducción del tiempo de trabajo, el reparto de horas trabajadas y el trabajo con jornadas especiales. Unos trabajan toda su vida jornadas extenuantes y otros no tienen trabajo. Ambos grupos deben trabajar con equilibrio a lo largo de su vida, según modalidades y ritmos variados. La redistribución del trabajo se convierte en una necesidad imperiosa.

No es una relación mecánica la reducción de la jornada laboral como fórmula para reducir la destrucción de empleo generada por el cambio tecnológico. Organizaciones feministas tienen el mérito de haber descripto la relación de los tiempos del trabajo pagado con el trabajo de cuidados no remunerado y con el conjunto de la vida social en sus múltiples complejidades y han situado en el debate de la sociedad esta cuestión, ya que antes se daba por supuesto que solo las mujeres desarrollaban el trabajo doméstico.

En España ya se consigue

España impulsa un sistema de incentivos y formación empresarial para impulsar la reducción de la jornada laboral a 4 días o a 32 horas semanales, sin mengua salarial. Ese país se encuentra entre los países de la UE que trabajan un mayor número de horas de manera presencial. Aun así, los índices que evalúan la evolución de la productividad se encuentran por debajo de los valores de referencia de los países desarrollados.

Con la declarada intención de obtener una mejor gestión de los factores productivos, especialmente en cuanto a la organización del trabajo en las empresas, sumado a la emergencia climática y la crisis derivada de la pandemia de la Covid19, han puesto en evidencia la necesidad de introducir la sustentabilidad, la salud o el consenso social como parámetros para evaluar la transformación del modelo productivo.

“España no está preparada para la implantación de la semana laboral de cuatro días”, dicen “expertos” economistas neoliberales. Es la principal coincidencia de quienes desprecian el proyecto piloto aprobado por el Gobierno con una dotación de 50 millones de euros. “Un 42% de las empresas del tejido productivo vería incrementarse sus costes laboral de manera automática” deploran.

Las cuentas mecánicas al uso del pasado no le cierran a estos negadores. Desconocen que en muchas compañías del sector tecnológico la semana de cuatro días ya está implantada, por lo que se puede observar estas experiencias para conocer las variaciones de productividad y su conveniencia. Los contreras de siempre se escandalizan sin argumentos contra la innovación puesta en marcha.

Los planes de Gobierno y patronal van por el camino de la precarización, la temporalidad y el trabajo a tiempo parcial; en definitiva, por la vía de permitir un mayor control de los tiempos por parte del empresariado y la consiguiente reducción salarial y de prestaciones sociales. Por ello, argumenta que el reparto del trabajo exige tener en cuenta salario, productividad, organización del trabajo en la empresa, y el fomento de los instrumentos de participación de los trabajadores en la empresa.

La tradición sindical que entendía la reducción de jornada como medio “para reducir el sufrimiento del trabajo, mejorar la calidad de vida y ganar tiempo libre para el disfrute y el cultivo personal fuera de las empresas”, en nada está relacionada con empleo y desempleo.

Una filosofía igualitaria

“El ansia del capital por una prolongación desmesurada y despiadada de la jornada laboral”, encuentra el campo abonado en “el trabajador aislado, el trabajador como vendedor ‘libre’ de su fuerza de trabajo”. Carlos Marx hizo un aporte central al problema de la conciencia “en sí” de los trabajadores.

Cualquier propuesta igualitaria debe contemplar trabajo en blanco o precarizado, tareas domésticas, actividades de ocio y relación social, formación, participación político-social. Casi siempre las propuestas impulsan el modelo de las clases medias o de obreros de elite asalariados: trabajo superexplotado, vida familiar cerrada y fines de semana consumistas en shoppings y grandes superficies de ventas.

Siempre hubo artimañas que permitían jornadas reales de 12, 14 o más horas; una jornada laboral restringida por la ley debería poner en claro finalmente cuándo termina el tiempo que el obrero vende, y cuándo comienza el tiempo que le pertenece a sí mismo. En 1929, cuando el capitalismo tocó fondo, personalidades notables como Albert Einstein y John Maynard Keynes abogaban por formas de reducción de la jornada laboral.

Una parte de la población vive una vida casi satisfactoria en lo material que se sustenta sobre una enorme masa de trabajadoras y trabajadores precarios que realizan su actividad en horarios que les impiden mantener un esquema horario racional de vida. Esto solo es viable para una minoría social. La alternativa razonable, igualitaria es la de un cambio del modelo de vida menos basado en el consumo y más en un desarrollo social donde la participación, la actividad cultural (incluidos la ciencia y el arte), los cuidados personales, las relaciones interpersonales tengan más importancia.

Trabajar de noche es malo para la salud y para la vida en todas sus expresiones. Adam Smith ya apuntó que los empleos más desagradables debían estar mejor pagos que los que dan prestigio o son agradables. Todo lo contrario de la dinámica real de las sociedades actuales. Somos capaces de producir más en menos tiempo. El enfoque predilecto de la ingeniería del tiempo de trabajo es precisamente este: reducir, reordenar la jornada tiene un efecto positivo sobre la productividad.

El derecho a la supervivencia
Lo importante es quién paga la fiesta. “Avanzar hacia un ingreso básico universal para asegurar el derecho básico a la sobrevivencia”. Este concepto es lo más novedoso y revolucionario que en este momento se está discutiendo en el mundo. La pandemia ha agudizado las dificultades de la población para satisfacer sus necesidades básicas. Por ello, es preciso garantizar los ingresos, la seguridad alimentaria y los servicios básicos a un amplio grupo de personas cuya situación se ha vuelto vulnerable en extremo y que no estaban incluidas en los programas sociales existentes antes de la pandemia, como se reveló con la implementación del IFE.

Para avanzar en ello es necesaria la reducción de la jornada hacia las 32/35 horas, controlar las medidas de flexibilidad del tiempo unilaterales; eliminar el pluriempleo; fomentar la jubilación anticipada y la jubilación a los 60 años; planes de vacaciones y años sabáticos, etc. La reducción del tiempo de trabajo es una cuestión estratégica para los sindicatos: para extender la solidaridad y como alternativa a los despidos, también para preservar su papel interlocutor lejos de las soluciones individuales. El progreso técnico acelerado, la subcontratación, el banco de horas o la eliminación de stocks con traslados de sedes a otros países han sido respuestas desde las empresas para no hablar de la reducción de jornada.

La cuestión de la jornada laboral es una lucha. Un conflicto que implica avances y retrocesos. Lo conseguido en el siglo XIX, mediante una reducción horaria significó un descenso efectivo del salario a destajo, y la necesidad empujaba a los obreros a las horas extras. Los derechos y protecciones, las regulaciones, conseguidas durante los años de bienestar, en algunos países y algunos colectivos, y estampadas en convenios colectivos y leyes, son ‘puenteadas’ en la actualidad, de forma acelerada y anárquica por la explosión de nuevas formas de ‘ocupación creativa’ impulsada por iniciativas empresariales e inversoras con objetivos exclusivos de ganancia rápida e impaciente. Matan la gallina de los huevos de oro.

(*) Secretario General de la Asociacion Gremial de los Trabajadores del Subte y Premetro / (Metrodelegados) – Sec de Salud Laboral CTA Nacional

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