Hoy, casi en las vísperas de las históricas elecciones presidenciales del domingo próximo, se inaugura en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti la muestra “200 Años-200 Libros”. La iniciativa conjunta de la Biblioteca Nacional y el citado Centro –que funciona en el predio de la ex ESMA- aparenta no tener vinculación alguna con la trascendencia de los comicios. Pero la tiene.

Es notorio que el domingo 23 una mayoría tan consistente como inapelable le dará el triunfo a Cristina. La oposición lo sabe, los grandes medios también y los tortuosos y omnipresentes “mercados” lo dan por hecho desde hace tiempo. Pero lo que estos actores de la escena política nacional ignoran es que ese triunfo, con toda su valía, expresa algo más que el hecho en sí mismo.

La reelección de la actual Presidenta es, también, un volver a elegir como válido el camino de búsquedas emprendido por Kirchner en 2003; búsquedas de alternativas que, como en 2008, resultaron fuertemente impugnadas por la reacción y, no obstante, persistieron como rumbo a base de realizaciones concretas. Por supuesto que estas últimas pesan, y mucho, a la hora del sufragio, pero en la elección también se juega la ratificación del sentido social de esa búsqueda de alternativas. La mayoría de la sociedad, pues, viene a prestar su consentimiento para que ese proyecto de país que encabeza Cristina continúe materializándose, aun a sabiendas de que no todo está previsto y ordenado y que, como en cualquier búsqueda, hay una cuota de incertidumbre que está dada por el carácter de lo no conocido o inexplorado, ínsito en el concepto mismo del porvenir. La búsqueda, por lo tanto, asociada a un umbral de riesgo asumido, esto es, a la conciencia de que no hay una receta o canon establecido que garantice la consecución de los objetivos.

La reelección de Cristina tampoco es producto de una conciencia negativa, un saber lo que no se quiere sin saber qué se busca. Con justeza, Roberto Feletti, actual viceministro de Economía y candidato a diputado nacional por el FpV, a propósito de ello señaló que “la experiencia del período 1983/2003 es que la gente se decepcionó de la política porque no importaba dónde pusiera el voto (siempre) ganaba el partido del ajuste. Bueno, eso cambió”. Y cambió porque ahora interviene una subjetividad diferente, moldeada en la comprobación fáctica de que hay una alternativa al ajuste aunque ella no circule por un camino plano y libre de imprevistos y peligros.

Algo de eso hay en la muestra que se inaugura hoy en el Haroldo Conti. La elección de los 200 libros que conmemoran el Bicentenario y los dos siglos de literatura nacional, provino de una subjetividad multifacética, plural –sencilla pero elocuentemente democrática- compuesta por la sensibilidad de veintitrés seleccionadores de textos. Lo sabido, lo probado, hubiera sido que los directores del Centro y de la Biblioteca Nacional, Eduardo Jozami y Horacio González respectivamente, dispusieran por sí y ante sí de la selección de textos, u optaran por convocar a un conjunto homogéneo de asesores para que les indicaran cuáles eran los autores y los libros de un pretendido panteón nacional de la literatura. No fue así, pero no sólo por la probidad y honestidad de ambos intelectuales, sino porque esa búsqueda viene a inscribirse en la búsqueda mayor que la contiene y le da sentido. Lejos del adocenamiento y de todo facilismo, la búsqueda de los 200 libros recayó en la lectura dispar y azarosa que podían hacer un Andrés Rivera y un Norberto Galasso, o una Beatriz Sarlo y un Eduardo Rinesi, sólo para poner ejemplos de subjetividades siempre contrapuestas. Pero estas subjetividades, que en su individualidad política actuarán el domingo próximo de modo bien diferente, pudieron aunarse en la búsqueda de una matriz discursiva que hizo que esos 200 autores consigan expresar casi todo lo diverso que, en términos culturales, configura la subjetividad mayoritaria que también se expresará como tal en las elecciones venideras. Y éste, por supuesto, es un tema en debate.

La muestra en el Haroldo Conti propone “recorridos” por la cultura argentina, así, en plural, porque resulta impensable un único tránsito a través de ella. Esta cultura, en sí, está atravesada y compuesta por escrituras que son parte de experiencias históricas y memoria viva de estas mismas. En ella, como trazos indelebles, perduran los avatares de una lengua que se ha repropuesto como búsqueda de futuro toda vez que la política –y la sangre siempre- la sometieron a la prueba de fundarse nuevamente sin perder ninguno de sus orígenes y, al mismo tiempo, la de procurarse nuevos destinos. No es unidireccional la muestra porque no podía serlo, y menos en esta coyuntura histórica en la que la mayoría de los argentinos, con tozudez y esperanza, atina a mirar el mañana sin olvidar de dónde viene. Aquí, en esta subjetividad de nuevo tipo, esta que nació en medio del mayor descreimiento popular de lo político y la política, hay una conciencia de lo diverso que la compone porque precisamente en ello reside su inusitada fortaleza.

¿Cómo no podría sentirse fortalecido aquel peronista, este comunista, ese otro socialista y aquel otro radical y tantos y tantos otros no afiliados ni reconocibles en partido político alguno que, al cabo de los comicios del domingo 23, se supieran votantes convictos y confesos de la reelección de Cristina?¿Cuál es la cultura que a esta mayoría la representa?¿No es acaso aquella que, como en la valiente iniciativa conjunta de la Biblioteca Nacional y el Haroldo Conti, hunde su raíz en lo diverso y, al hacerlo, asume el desafío del futuro como propio e innegociable?

Si en el abrumador resultado de las elecciones del domingo próximo hay una clave para entender el camino emprendido por la sociedad argentina, también hay una clave para ratificar aquel rumbo en la búsqueda de esos 200 libros para estos 200 años de historia.-

(*) Sociólogo, Conicet. 19 de octubre de 2011. ARTÍCULO PARA DIARIO BAE

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