Fuente: Página 12, 12 de febrero de 2014, pp 10.
Por Mario Toer *

No recuerdo ahora si lo dijo Marx, Mao, Lacan o Jauretche. En cualquier caso, vale: con la realidad se pueden hacer muchas cosas, pero lo menos conveniente es pelearse con ella. Por eso, cuando el tiempo es tormentoso, no hay que olvidarse de armar el cuadro de situación: de dónde venimos. Por qué lo nuestro no podía ser sino un aprendizaje cotidiano. Sin organización, sin una guía conceptual acendrada. Algo así como una nebulosa que se fue haciendo consistente. Pero que aún es muy joven, en un cielo que también es nuevo. Fuimos saliendo del desastre neoliberal, “el infierno”, con muy poco más que las ganas. A pesar de valiosos y perseverantes puntales de la primera hora, cómo no iban a ser tentativos y a veces deslucidos los resultados de los castings para vicepresidente, jefes de Gabinete, ministros de Economía y otros tantos con menor brillo. Como el que comunicó la 125 y ahora es diputado por la lista de Carrió. Se aprende, y hoy encontramos más gente capaz y comprometida en puestos claves. Y, por eso, hacia allí apuntan con las armas más pesadas de la artillería mediática.

Tiempo de turbulencias. No será la primera vez ni la última. Es lo que puede esperarse cuando se mantiene el rumbo sobre las cimas del privilegio. Se suele hacer la comparación con lo ocurrido en torno de la 125. Quieren cercenar los recursos y estrechar las opciones. Suponen que en un futuro podrán completar la faena. Quieren que se lleven a cabo tareas malmiradas para que después ellos completen la cirugía, si es anticipadamente, mejor. Pero no les vamos a dar el gusto. Porque, arriba, lo acaba de reiterar la Presidenta, no se van a barrer los principios debajo del sillón presidencial. Y, por abajo, somos muchos más que en 2008. Y con bastante más experiencia.

Además, hay una particular circunstancia que pone distancia entre el actual retaceo de recursos con lo ocurrido con la 125. Entonces consiguieron crear el mito emblemático de que era “el campo” el que se levantaba ante el atropello. Con sus ombúes, ñandúes y hasta fotos de vacunos en poses henchidas de dignidad. ¿Y hoy? ¿Quiénes son? ¿Qué pueden mostrar? ¿Los huecos de las casas donde encanutaron las divisas? ¿Las góndolas con precios flamantes? ¿Los gigantescos preservativos repletos de soja que estropean el paisaje? Con aquello de “el campo” podían pretender cierta nobleza telúrica. ¿Pero ahora? ¿Qué son? ¿Los guardianes de las cuevas? No cualquier “arbolito” es un ombú. Todo suena y aparece demasiado mezquino. El mito que les cuadra ahora es el de la avaricia, y no lo pueden disimular. El avaro. Tantas veces representado como el summum de la desvergüenza. Si hasta puede que no salgan a cacerolear por temor a dejar desguarnecidos los escondites en los que ocultan los dólares.

El dispositivo puesto en movimiento ya no luce como un vergel. Ahora aparecen como monstruitos peludos, alimañas saliendo de aquellas cuevas, mostrando los dientes y blandiendo la maquinita de remarcar precios. Han perdido el camuflaje. Consiguieron los verdes y perdieron el verdor.

Y esto favorece notoriamente la movilización que ya se ha iniciado. Las exhortaciones de ir al territorio se están cumpliendo. Y se suman más, como en el boicot a los súper. Ya no parece que los precios los suben desde la Casa Rosada. ¡Les estamos quitando, después de mucho tiempo, la bandera de la lucha contra la inflación! Seguimos aprendiendo. Y ahora también sabemos que tenemos que añadirle el control del comercio exterior.

La disputa se hace intensa. Como en 2008. Entonces emergieron nuevas alineaciones, se constituyó Carta Abierta y tomaron forma las organizaciones juveniles. Con este sustento el crecimiento puede ser exponencial. Y también se puede enriquecer la creatividad. No estaría mal que se despliegue la ironía, el humor. Para que algunos no vuelvan más del ridículo. Son varios los que la hacen fácil. La dejan picando. Es otra flor que tiene que renacer.

Hay dos tipos de rivales. Los que no tienen ningún perdón. Y los que defienden otras lógicas, aquellos que tienen otra perspectiva. Entre los primeros se incluyen algunos migrantes con inmensa arrogancia. Petulantes de pacotilla que esparcen su resentimiento. Y los consabidos representantes del orden establecido que cumplen su papel sin pedir ni dar tregua. Con ellos, lo que corresponde. Con los segundos hay que debatir. Sean centristas empedernidos, víctimas de las cadenas del desánimo o izquierdistas con mucha imaginación e incluso, a veces, con argumentos. O simplemente partícipes de otras tradiciones. Y muy bueno sería que hiciéramos resaltar la diferencia. Hay todavía sectores que no se merecen ser apoyatura del antipueblo y debemos buscarles un lugar a nuestro lado. Hay ocasiones para desplegar la pertenencia y ocasiones para encontrar el equilibrio que permite compartir.

La Presidenta aludió a los sindicatos. O mejor dicho, a la diversidad entre los sindicalistas. Y por cierto aquí residen algunas de las tareas pendientes. Una buena parte de nosotros pertenecemos a sindicatos. No nos contentemos con figurar en las planillas. Tenemos que fortalecerlos buscando trascender el mero reclamo salarial. Tenemos que defender los salarios pero, ahora, con más razones que nunca, tenemos que poner en evidencia a la maquinaria de remarcar. Ningún sindicato conseguirá aumentos duraderos si no nos ponemos a la cabeza de la lucha contra la inflación. No hay bie-nestar posible para los trabajadores sin que este proyecto político alcance sus objetivos. Hay quienes se han jactado de que pueden “parar al país”. Nosotros también podemos pararlo, pero hemos elegido hacerlo andar.

No hace mucho tuve la oportunidad de visitar China. El asombro sorprende en los más diversos escenarios. Pero hay algo que me llegó profundamente. La presencia de la danza. En parques, plazas y peatonales comerciales, centenares de danzantes fluyendo armoniosamente sus cuerpos en algo que puede suponerse como una fusión deliberada con los elementos del Tai Chi. Rememoré una sentencia presente en las lecturas sobre la historia de China de algunas décadas atrás: “Cuando el enemigo avanza retrocedemos, cuando el enemigo acampa lo hostigamos, cuando no quiere pelear lo atacamos y cuando huye lo perseguimos” (esta vez tengo presente quien lo decía). Y me percaté de que allí también se encontraba presente una danza. En sus formas más duras, si se quiere. Esta evocación, con todas sus distancias, me lleva a concluir que un paso atrás no es necesariamente una retirada. Es un momento de la danza. Que así lo tenemos que vivir. Sabiendo que retornamos con todos y con todo. Muchas veces antes de lo que nosotros mismos imaginamos. Aunque sea una danza con lobos. Y como después del 2008, nos volveremos a sorprender constatando que somos muchos más.

* Profesor de Política Latinoamericana (UBA).

Opinión

Desestabilización con olor a campo

Por Norma Giarracca *

Cuando Juan Perón reflexionaba sobre la caída de su gobierno en 1955, solía decir que con los sectores que fueron un escollo para su programa de corte popular, los terratenientes por ejemplo, su error había sido enfrentarlos y dejarlos de pie: al recuperarse un poco largaron la estocada mortal de la mano del sector liberal de las Fuerzas Armadas. En el gobierno de 1973-74 fue más a fondo y proponía interceptarles la renta agraria, una sobreganancia que los ponía en superioridad de fuerza en relación con la burguesía industrial nacional, aliada al proyecto, y que le servía, además, para financiar su programa de construcción de una plataforma industrial exportadora. No es casual que en el golpe de 1976 se le haya entregado la Secretaría de Agricultura y Ganadería a la Marina, aliada histórica de la clase terrateniente, para que la desmantelara mediante el terror.

El gobierno de Cristina Kirchner creyó cumplir con un mandato histórico enfrentándose en 2008 a una Sociedad Rural Argentina ya sin el poder de antaño y subordinada con tensiones a los verdaderos grupos de poder del consolidado complejo del agronegocio. Mientras tanto, los verdaderos sectores del poder agrario, como las grandes corporaciones (Monsanto), fondos de inversión –sociedades entre el capital financiero y la nueva o vieja clase agraria (Grobocopatel o Rodrigué), y los estudios agronómicos de viejo cuño o de nuevos técnicos formados en la universidad neoliberal– y grandes exportadores, seguían haciendo sus negocios, aprovechando aún la reglamentación “menemista” de no tener plazos para liquidar divisas, vendiendo a futuro con oscuras prácticas en relación con las retenciones y expandiéndose de sur a norte del territorio gracias a la falta de cumplimiento de leyes nacionales, como la de bosques nativos, o convenios internacionales en relación con territorios indígenas.

Estos sectores poderosos, sean simples terratenientes de antaño o complejos actores del presente, siempre quieren más: dólar más caro, impuestos más bajos, plazos infinitos para liquidar divisas, que se “disciplinen” de una vez a las poblaciones que impiden las nuevas plantas de semillas transgénicas, que salga sin problemas la ley de semilla a su medida... Por eso, ahora utilizan las herramientas que tienen en sus manos (liquidación de divisas, fuga de capitales, especulación con el dólar, etcétera) para producir cambios dentro del propio gobierno o, si es necesario, un adelanto del recambio gubernamental, pues ya cuentan con nuevos aliados políticos y económicos.

La concentración económica, la habilitación para la formación de fuertes actores económicos agrarios ligados al capital financiero internacional en nuestro caso, nunca fue algo bueno para los procesos de democratización de cualquier sociedad. Lo marcaban autores clásicos como Barrington Moore o el propio Max Weber en las etapas tempranas del capitalismo. El marxismo ortodoxo no pudo darse cuenta de las consecuencias que la concentración acarrea, porque la considera inevitable desde un economicismo que lo debilitó como teoría. No hay ningún indicio de que esto haya cambiado: fortalecer o darles entrada a las grandes corporaciones implica riesgos infinitos y las democracias suelen pagarlo muy caro.

El contexto internacional es complicado. Estados Unidos reacciona a los intentos de “desoccidentalización” que implican las alianzas con China, por ejemplo, de parte de países de crecimiento importante, como Brasil, de significativa influencia sobre el nuestro. Desestabilizar la Argentina, socio importante de Brasil, es una jugada posible. El capital financiero internacional brega para que los países de cierto crecimiento se endeuden y sus aliados internos juegan muy fuerte en la misma dirección. Los conjuntos sociales, mientras tanto, están desgarrados, fragmentados. En las grandes ciudades prima un fascismo societal de sectores medios asustados y en posición de creer cualquier cosa que se les prometa. Gustavo Esteva sostiene, en un reciente artículo sobre México, que las poblaciones alucinan pues pierden el contacto con la realidad inmediata y, una vez abandonados los saberes locales, la cultura barrial solidaria en nuestro caso, que les permiten orientarse en el mundo, conocerse y reconocerse en el transcurrir cotidiano, quedan irremediablemente expuestas a la manipulación y el desconcierto. La clase política nacional no está a la altura de las circunstancias, no lo estuvo nunca a pesar de sufrir el 2001-2002.

Intelectuales cercanos al Gobierno proponen una resistencia colectiva a estos sectores especulativos, poderosos y con vocación destituyente. Estamos de acuerdo siempre y cuando la encabecen aquellos que hicieron sonar tempranamente la alarma sobre este modelo agrario, lo denunciaron y combatieron. Muchas voces de sujetos destacados o simples pobladores han reclamado con fundamentos y experiencias que se modifique el modelo agrario y se les pongan límites a sus actores que demuestran en el territorio su vocación antidemocrática y autoritaria. Son ellos, a nuestro entender, los que deben encabezar una demanda que, sin duda, muchos suscribiríamos para recordarle a esta gente que los espacios de representación, elección y plazos de las autoridades que gobiernan sólo deben regirse por la Constitución Nacional.

* Profesora de Soiología Rural (IIGG-UBA).

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