Estamos a la intemperie. Solos, dolidos, temerosos. Cada día una ocurrencia perniciosa acecha nuestras vidas, las de todos y todas. Ningún fantasma prometedor recorre nuestra tierra. Este gobierno ha entregado lo que poseíamos y habíamos ganado.

Lo justo, nada más que lo justo aun sabiendo que había mucho más por hacer. Hay resistencia y malestar. ¡Claro que hay! Y en todo el país, por diversas causas, pero todas en defensa de derechos avasallados. En estos días la palabra tormenta ha sido repetida en el discurso presidencial alrededor de 20 veces. No había ideas, había meteorología. En ellos habrá siempre palabras precarias que intentan ocultar la guadaña diaria. Sin duda hemos ido a parar al peor lugar, al más perverso y desolador para la argentina. Todos los conocemos. Han ido por nuestros cuerpos, por nuestra sensibilidad, por la cultura, por los hombres, mujeres y niños, por el trabajo, por la seguridad social, por la salud, la vivienda, la educación, el abrigo y la comida. Qué es esto sino dejar fuera de todo derecho a miles y miles de personas que pueblan esta tierra agraviada. Llegaron con mentiras, provocaron, se burlaron, acusaron, apalearon y mataron. Sólo así podía ponerse en marcha este plan ya sabido de antes de antes porque a la frialdad en el corazón la llevan desde siempre. Desconocen absolutamente como viven las personas, qué deseos tienen, qué derechos, qué dignidad, fortaleza y padecimientos. Desconocen la historia, la densidad de la historia de este país. Ignoran las grandes polémicas sobre qué significa un territorio y los destinos de sus habitantes. Son impiadosos hasta para justificar los animalitos en los billetes argumentando que la historia está llena de muertos. Todo país está lleno de muertos, de fiestas, de celebraciones y de luchas. Desconocen que luego de los años del terror militar, los gobiernos posteriores quisieron otorgarle un destino democrático a las fuerzas armadas en sus nuevas tareas, en su formación profesional. Siempre fue una tarea pendiente. El macrismo no tenía ningún plan para ellas, salvo el pensamiento nunca claramente formulado, de acordar con las acciones pavorosas del pasado. Debemos saber esto. Ahora encontraron la llave del cofre. En vez de ignorarlas y hacerlas pensar sobre lo que produjeron, les asignarán tareas que rompen un acuerdo básico de la democracia. Los obligan por decreto a tareas de control interno, que modifica toda la legislación anterior. La excusa ambigua del narcotráfico agrupa sólo a sus fantasmas, a lo más temido y odiado; todos los movimientos sociales, los movimientos indigenistas, las protestas populares, las movilizaciones masivas, los agrupamientos feministas. Pero las diversidades están hartas y ellas son incomprensibles e inadmisibles para los hombres y mujeres de esta derecha que solo las tolerarían si se presentan bajo la máscara del neoliberalismo. De un plumazo y por decreto aluden a las guerras informáticas, por lo cual cada miembro de las Fuerzas armadas se convertirá en un peón servicial de las redes que cubren el orbe y cuyos servidores centrales no serán ellos. La fusión del poder informático con la tecnología de nuevos artefactos de demolición tiene como destino ser una sección menor de los grandes núcleos militares que controlan zonas enteras del planeta, en este caso el comando sur de los Estados Unidos. Triste destino. Deberían avergonzarse los propios militares y también pensar si deben cumplir con tan cuestionables tareas. Aceptar sin más ser separadas de doctrinas de defensa territorial y nacional que este gobierno abandona poniendo así en riesgo la propia estructura constitucional de la nación. Triste destino por abandonar doctrinas democráticas y pasar a ser fantoches de las nuevas formas de guerra global como auxiliares minusválidos de los grandes Comandos Mundiales. El gobierno no sabe que el pasado regresa. Jamás se han preguntado qué hacer con lo que ha sucedido. Ese horror no se disolvió. Por el contrario, sobrevive en cada historia, en cada cuerpo, en cada esquina. Las fuerzas armadas aún deben realizar un acto fundamental que implica interrogar sus escuelas mecánicas del terror. Los argentinos en cambio tropezamos con esos hechos todos los días, incluso aunque no lo sepamos. Porque el viaje que se recorre entre el pasado y el presente no es un cómodo viaje bajo estrictas etapas previstas. Nosotros sabemos que es posible enlazar los tiempos. El tiempo apela continuamente a su raíz. Y en cualquier momento, lo que parecía ya terminado, se hace presente. El tiempo nunca fluye armónicamente. Se quiebra con la inesperada presencia de lo extemporáneo y de lo inaudito.

* Dolores Solá, Liliana Herrero, Luisa Kuliok, Majo Malvares, Marina Glezer, Carolina Papaleo y Alejandra Flechner.

Fuente: Página/12

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