El Nono Frondizi hablaba con una voz que parecía surgir de una mochila de remotas luchas escondidas en el interior de la garganta.

El resultado era cierto sigilo, un efecto confidencial. Así se tratase de algo muy importante o de un caso trivial recién ocurrido, siempre parecía transmitir un secreto, con en canto oblicuo de la mano cortando la comisura de la boca. En el pasadizo interno de lo que decía había una indignación que apenas vibraba, lo suficiente para que se note, pero no tanto para cargar una charla con culpas, que no por ser muy reales, dejaban de guardarse en una intimidad delicadamente complotada. No fui su amigo, en el sentido tan pleno e irrecusablemente inmediato que le damos a ese vocablo. Creí serlo en cambio de su hermano Diego, que en los inicios de los 70, cayó bajo las balas policiales junto a su muy querido amigo Manuel Belloni. La familia Frondizi es un árbol genealógico de todas las vertientes del drama argentino. El Nono eligió una de esas, la vertiente del infinito, la incesante lucha de los trabajadores. “Nono”, se le decía, creo, desde hace mucho tiempo. Muchos, quizás mayores que él, pudimos pasar de largo, evitando ese calificativo cariñoso, y si pensamos que podría ser revelador de un achaque o de un retiro, en el Nono era todo lo contrario. Sólo ponía de relieve que era visto por una multitud de jóvenes que se integraban al mundo sindical como una figura que parecía esfumarse en el tiempo, pero resurgía con los signos más fervorosos del presente, simbolizando la disconformidad con decisiones que llevan a un país a una catástrofe colectiva. Bajo el sello de su mera presencia, militante de uno de los más antiguos sindicatos argentinos, ATE, era imposible no ser testigo de cómo emanaba del Nono, un sentido superior del compromiso gremial y político. La rasa y blanca barba algo descuidada, la voz que brotaba de ese rostro tallado por una serena energía social, todo parecía recortarse en una atmósfera impasible. Pero no era difícil reconocer detrás de sus emblemas, todos los rasgos de ironía –a veces dolido sarcasmo–, que le son indispensables a toda existencia política. Hay un puñado de nombres, que para las memorias más exigentes, alcanzan para inspirar los máximos compromisos e imaginación para detener las felonías hoy en curso. El del Nono Frondizi es uno de ellos.

Fuente: Página/12