Desde la primera persona puedo decir, no sólo que lejos quedó aquella joven de 20 años que votaba por primera vez, también distante está la configuración de modelos de género que moldeado mi niñez y juventud. Es difícil olvidar la felicidad de ese primer voto, que despedía a una dictadura feroz, en retiraba, corrida por el zarpazo fallido de la trágica guerra de Malvinas y la resistencia cada día más creciente. Es por eso redundante y necesario reconocer una vez más el ineludible papel que tuvieron –tienen- las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. La búsqueda del hijo/a individual se transformó en una lucha colectiva, en un ser paridoras-paridas por los hijos, provocador de una nueva subversión del orden natural de las cosas. Acontecimiento que produjo un quiebre simbólico, un cambio de lugar, una revisión del relato hegemónico de la maternidad. En el momento histórico de mayor silencio, la “toma de la palabra”, produce una enunciación portadora de un acontecimiento político. La voz de las mujeres en la escena pública (social, cultural, política) es una voz que surgió de manera contra-hegemónica. Es una voz que expresa una presencia disruptiva, instituyente de prácticas de la política que acompañan y pluralizan los recorridos de estos treinta años.

Las marcas setentistas en la democracia primera se dejan ver. Muchas militantes del campo popular, de fuerzas de izquierda y grupos armados que se fueron al exilio, trajeron de Europa y América la experiencia de encuentro con los feminismos, que crecieron con fuerza durante los 60/70 lejos de nuestros países atrapados por los autoritarismos. Esas jovencitas que llegaron con la decisión política de “desalojar la fragilidad”. Mucha de ellas accedieron a la universidad, se involucraron en la militancia, a partir de aquellas décadas por primera vez de manera masiva, trajeron luego del exilio una mirada que revisaba su propio espacio político anterior y ampliaba su propuesta programática, para poner esta vez en el centro la visibilidad de la discriminación y el lugar histórico de subalternidad de las mujeres. Las otras, las negras de mundo, comenzaban a tener voz y cuerpo y una programática concretable; convocante para nuevas generaciones de activistas.

Mujeres que se encuentran. A partir del año 1986 comenzaron a desarrollarse en Argentina los Encuentros Nacionales de Mujeres. Forman parte de una experiencia inédita en el mundo, por su masividad, por lo sostenido en el tiempo, su carácter movimientista, su extensión territorial, su metodología y por la vitalidad de un espacio que se sostiene a pesar de las tensiones políticas e ideológicas siempre presentes. Miles de mujeres de todo el país, desde una gran diversidad, se dan cita cada año (discuten, disputan, discrepan, irrumpen, se encuentran) siempre atravesadas por los diferentes contextos que reactualizan las temáticas de las comisiones donde se debate durante 2 días. No se toman resoluciones, imposible sería en tanta diversidad que alguien acate una supuesta mayoría circunstancial. Lo cierto es que este ámbito tan poco usual y aprehensible para las formas tradicionales de participación, ha contribuido como motor de los enormes cambios ocurridos en las relaciones de género.

Cuando lo personal movilizó lo político. Las mujeres irrumpimos en el espacio público, parece que esta vez vinimos para quedarnos y para poner en cuestión buena parte del status quo dominante. Presencia que produce un acontecimiento que se hace evidencia y realidad –en especial- en los cambios culturales y simbólicos que esta presencia motivó e impone. Los ámbitos educativos comenzaron a albergar cada vez más mujeres y se fueron feminizando de manera evidente. Además se consolidó el fenómeno, que tuvo idas y vueltas en períodos anteriores, de crecimiento constante de la participación de las mujeres en el trabajo remunerado. La tasa laboral femenina pasó de un 31% en los 80 a un 55% en el año 2010; lo cierto es que la mayor participación en el trabajo remunerado está asociada a mayores niveles de autonomía y también a la existencia de nuevas configuraciones familias. Un tercio de los hogares están a cargo de mujeres. Lejos quedó el estigma social del “hijo/a natural” o la “divorciada”, como también quedó atrás, para muchas, la resignación y docilidad con la que asumían la vida conyugal y familiar.

La escena pública se pluralizó en imágenes y también en contenidos. La reforma en derechos civiles y políticos, la puesta en evidencia de la violencia contra las mujeres, las discusiones acerca del acceso a los derechos reproductivos, entre otros muchos temas salieron al ruedo, para ir desplegándose y revitalizando los debates. Es muy larga la lista que deberíamos hacer de todo lo alcanzado, en especial, durante estos últimos diez años, que han sido centrales para recuperar la política como la herramienta para la construcción de un proyecto de país con inclusión social, distribución de la riqueza y mayor igualdad. Sólo destacar en este punto como la sanción temprana de la ley de cupo de 30% de mujeres para cargos legislativos (1991), hoy puede leerse en imágenes, territorios, disputas, propuestas con nombres de mujeres. Coronadas con el orgullo que sentimos al tener la primera mujer electa y reelecta Presidencia de la Nación, en clave con una Latinoamérica que feminiza sus liderazgos.

En estas tres décadas, sin dudas, se han enriquecido los contenidos, las tramas, los textos y sub-textos de lo público, con impacto en las vidas privadas. En especial se ha conmovido el sentido común machista y sexista. Es obvio que esto no es definitivo. Pero por lo menos, lo más grosero, bizarro y explícito de la discriminación y la violencia contra las mujeres, está puesto en evidencia. También destacar que la agenda de la igualdad, ampliada por las temáticas de la diversidad sexual, ya no es un tema sólo de mujeres. La han hecho suyas diferentes organizaciones sociales, políticas, sindicales, la academia, instituciones diversas, la juventud repolitizada y participante. En este contexto que amplía agendas, el derecho al aborto, como aspecto de salud y justicia social, pero también de autonomía sobre el propio cuerpo, re-politizó al movimiento de mujeres y permitió la articulación con otros actores sociales y de derechos humanos.

Es cierto también que falta mucho por conquistar y que todo el tiempo es necesario confrontar con fuerzas que retrasan, que lucen impávidas su misoginia, su homofobia, su racismo. No obstante, nos ha tocado vivir en tiempos interesantes. La perspectiva actual Latinoamericana nos convoca para fortalecer un pensamiento estratégico para la Región, que permitan sostener todo lo conquistado, y sobre todo, profundizar los cambios que vienen encabezando nuestros gobiernos populares. Por último, ratificar con énfasis, que celebramos los 30 años de democracia. Porque sabemos desde lo más profundo de la memoria histórica, que la democracia de nuestra bicentenaria Argentina -incluso la más formal- es el basamento y plataforma básica para ir por todo lo que falta.

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