Algunos interrogantes: ¿La televisión seguirá siendo una pantalla? ¿O debería volver a la industria que alguna vez fue? Veamos:

Durante el menemato, los canales fueron entregados, y apropiados, contando con la voracidad incondicional del neoliberalismo. Se revelaba, entonces, el comienzo de una etapa tan reclamada por ciertas minorías, como traumática para los sectores mayoritarios.

La televisión deja de ser el lastre del Estado, con todo su caudal de desfinanciamiento y corrupción, para asumirse como lo que debe ser: la imagen prolija, segura y eficaz de la seriedad empresaria. Igual que los teléfonos, los trenes o la luz de Doña Rosa.

Las consecuencias se traducen de inmediato en la imprescindible baja del costo laboral. Cientos de despidos y retiros voluntarios ensombrecen el panorama social, y las pantallas comienzan a “sanearse” con las latas -sobre todo extranjeras-, lo que inaugura un nuevo y atractivo mercado.

La televisión ya no será la de “los cubanos”, aquellos gusanos que desembarcaban por igual en Miami o en el 13, y que, a pesar de todo, apostaban a la programación en vivo. Ni la de ATC, esa herencia de los milicos, donde cientos de actores y técnicos nos cruzábamos en los pasillos y los estudios. Ni la del 11. Ni la del 9, aquella fábrica de ficción que llenara de autores y actores su pantalla, esta vez desde la empresa privada, aunque hubiera que grabar sosteniendo el decorado.

Lógico, en la cruzada por un Estado ausente, a nadie se le hubiera ocurrido subsidiar. Mucho menos concursar, como hoy sucede.

Pero sigamos. Empezaba otra tele. Otra historia. Y no de ficción. Un garage en el lugar de una fábrica. Sí, un garage donde estacionar una lata producida en otro lado. Con una condición, además del costo de estacionamiento, claro: la lata debe garantizar el rating o el encendido esperado, según el acuerdo publicitario, y si no, cambiar de garage.

Esa es la tele que comienza en los 90. Por supuesto que los laburantes nos opusimos. Los artistas, los técnicos y los autores, y hasta los mismos productores, enfrentamos, mal o bien, la atropellada.

Pero la revolución productiva estaba en marcha. Otra cultura se instalaba. El cuentapropismo, alentado por los retiros voluntarios, empezaba a ganar muchas cabezas. Te alcanzaba para poner un quiosquito o largarte como tachero, con un tacho usado.

Así fue. Así empezó. Canales con poca gente y pantallas con cada vez más negocios. En el medio, la nueva resistencia de los laburantes a los varios intentos de privatizar el único estatal que quedaba, el 7, que igual, bajo la mesa, se gerenciaba con los amigos del poder.

Digresión: ¿Otra vez los laburantes? ¿No tendrá razón Magnetto, y seremos un obstáculo?

Espero que no. Porque, a pesar de que seamos muchos menos, y no estemos físicamente en los canales, porque ésta ya es la otra televisión, el público sigue pidiendo que volvamos. Las ficciones ganan los horarios, aunque no se produzcan allí, la música suena cada vez más fuerte, y el vivo se graba de raje, para salir al rato al aire. Y para colmo la Ley de Medios democratiza, distribuye y cuotea la pantalla.

No. Creería que no. Porque si fuéramos ese obstáculo, no seguirían multiplicándose las productoras independientes, esas que, por suerte, producen y en algunos casos gerencian los canales de la vieja tele, aunque desde sus nuevas pantallas.

Entonces, vuelta al comienzo y larga pregunta final.

¿La industria de ayer fue transitoria o transformada? ¿Es verdad que nada es para siempre? ¿Estaremos ante la irrupción de la tecnología y las nuevas generaciones tecnocráticas?

Vaya a saber.

Norberto Gonzalo es integrante de la Mesa Nacional de la CTA

Norberto Gonzalo

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