Mientras las diferencias culturales, de clase, religiosas y políticas terminan con las generalizaciones más torpes, la presencia masiva de las mujeres en el espacio público genera nuevos y ricos debates.

Cuando sobreviven a la trivialización, a la mercantilización y a la banalidad, las fechas conmemorativas nos permiten encontrarnos, movilizar, actualizar la agenda reivindicativa y también repensar su estado de situación. El 8 de marzo, inicialmente denominado “día internacional de la mujer trabajadora”, es para nosotras una oportunidad propicia para revisar los caminos recorridos, pero no sólo con un fin contemplativo, sino para renovar las fuerzas militantes. Cuando nos preguntamos por el balance en temas de igualdad para las mujeres, se puede recorrer un listado de decisiones legislativas, de políticas públicas, de presencia y ausencias; pero en este caso más que ese repaso enumerativo preferimos repensar algunas dimensiones del protagonismo, la participación y liderazgos de las mujeres.

Si algo nos aportaron la categoría de género y las diversas corrientes políticas del feminismo, es el análisis de la diferencia sexual en clave cultural, histórica y social. Desde esta perspectiva pudimos visualizar que las desigualdades de género no se debían a determinantes biológicos sino a construcciones sociales pasibles de modificación. Esta dimensión de la construcción histórica y cultural de la diferencia sexual, que se tradujo en desigualdad social y discriminación para la mitad de la humanidad, nos da cuenta a su vez de que no podemos analizar a las mujeres como una entidad uniforme, homogénea, ni esencial. “La mujer” no existe. En cambio existimos mujeres situadas y en contexto, atravesadas por diferencias sociales, de clase, etarias, religiosas, de opciones sexuales, identitarias, regionales, étnicas, políticas e ideológicas.

Por eso no es simple definir que trae de nuevo la presencia masiva de las mujeres en el espacio público. El dato ineludible es la aparición de voces nuevas, plurales, que diversifican la escena, la agenda y ponen en tensión la institucionalidad tradicional. Voces necesarias en la ampliación de ciudadanía. Llegamos para quedarnos, esa es la otra certeza. Pero también es bueno que repasemos cómo y dónde estamos. Porque la alegría que nos produce contar con una mujer presidenta, con un liderazgo excepcional, además de todas las presencias en femenino que llegaron a cambiar el nombre de las profesiones, no supone olvidar las asimetrías aún vigentes.
Examinar la situación de los derechos humanos de las mujeres nos lleva a reflexionar acerca del movimiento de mujeres, como actor plural y dinámico de estas transformaciones, y también a situarnos desde una perspectiva Latinoamericana. Nuestro continente está atravesando una experiencia política, económica y social impensable hace pocas décadas.

Los gobiernos populares y de izquierda de la región marcan un camino de unidad, revalorizan la democracia, incluyen a las mayorías históricamente silenciadas y exploran alternativas a la globalización neoliberal. Instituir nuevas prácticas políticas también moviliza la búsqueda de respuestas teóricas, para contribuir a pensarnos en una perspectiva pos-neoliberal hacia la construcción de una radicalidad democrática. En cada país los procesos son diversos, pero comparten la aparición de los excluidos de siempre: mujeres, afro, indios/as, obreros/as, migrantes. Así, los otros, las nadies, diversifican el territorio político y van creando esta esperanza emancipadora.

El movimiento de mujeres argentinas tuvo un papel muy dinámico a partir de los ’80. Está compuesto por las mujeres de organizaciones sociales, sindicatos, las militantes políticas, las jóvenes, las académicas, las activistas de diferentes temáticas. Es un movimiento que tiene fronteras difusas, que supo ser parte de ese motor subterráneo de este cambio de época y que hoy se encuentra con nuevos desafíos, frente a otros retos. Hacer visible la fuerza de las mujeres organizadas es uno de ellos. Porque nosotras sabemos que no hay irreversibilidad en los procesos sociales. Avanzamos y mucho, pero también podemos retroceder. Por eso, la recuperación de la política y la participación son herramientas fundamentales. No nos asusta la crispación, al contrario. Las tensiones son un saludable signo de movimiento, debate y libertad.

Estela Díaz es la secretaria de género de la CTA Nacional

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