Fue un hombre común con responsabilidades importantes. Un tipo de esos que escasean en la política. Hasta su llegada, la escena pública era dominada por los medios hegemónicos y las corporaciones. Y tal como anunció, no abandonó sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada.

Néstor, Lupín, el flaco, el pingüino. Hizo lo que sólo Perón antes que él: enfrentó a los poderes fácticos. A aquellos que sin ganar una elección ni mancharse las manos de sangre, gobernaban todos los días. Con votos o con botas.

Los desafió con insolencia y rebeldía en aras de reconstruir una nación devastada por el dogma del lucro y la cultura cipaya. Lo miraban de soslayo, se removían en sus asientos de reyes cuando “ese tipo” de mocasines que arrastraba las eses se negaba a negociar con ellos.

Hizo caso omiso al pliego de condiciones que le presentaron a través del Diario La Nación y en cambio contó que venía a proponernos un sueño, el de “reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como nación…volver a tener una Argentina con todos y para todos”. Y cumplió.

Cuántas imágenes podemos evocar. Cien, mil, decenas de miles. Pero tal vez haya una que, por su valor histórico, por lo que decía del pasado pero también del futuro, valga por todas las demás: cuando ordenó bajar los cuadros de los genocidas.

Ese día la ESMA dejó de ser el espacio del horror para convertirse en símbolo de lo que nunca más debe suceder, un museo de la memoria colectiva. La Patria abandonó, para siempre, su aroma a campo de concentración.

No había otra forma de hacer las cosas para quien quisiera hacerlas bien. Y él lo sabía. Por eso el pingüino se entremezclaba con su pueblo en cada acto. Recibía abrazos, palabras, pedidos y aliento. Se nutría de la fuerza popular.

Fuerza necesaria para pararse frente a los poderosos del mundo y negociar la deuda externa hasta lograr una quita que será recordada tanto desde lo gestual como también por el impacto que representó para levantarnos y volver a caminar.

Miralo a Kirchner, le dijo Fidel a Hugo Chávez cuando ambos analizaban con quién se podía contar para sacarse de encima el proyecto neocolonial que significaba el ALCA.

Por eso Chávez, en su primer discurso como presidente reelecto de Venezuela, rememoró la gesta del No al Alca, protagonizada con Néstor, en la Cumbre de 2005 en Mar del Plata, y lo colocó donde merece estar, a la cabeza de aquel operativo de autodeterminación suramericana.

Es que si fue trascendente lo que Néstor hizo fronteras adentro, ni siquiera sus más acérrimos detractores pueden obviar su protagonismo en la construcción de esta nueva unidad estratégica que vive América del Sur.

Como secretario general de UNASUR evitó, por ejemplo, que dos naciones hermanas como Colombia y Venezuela se enfrentasen en un conflicto bélico cuya sangre hubiera herido de muerte al proceso de integración regional.

Néstor, Lupín, el flaco, el pingüino. Su irrupción en el mapa institucional significó un punto de quiebre edificado sobre hechos y palabras de gran valor simbólico. Recuperó para el pueblo la capacidad de hacer política y liberó a esta de la tutela de la economía y de sus mandantes.

Rescató la palabra, hasta entonces devaluada, dotándola de nuevos sentidos. Entendió mejor que nadie, que en la época de las nuevas tecnologías de la comunicación y los medios omnipresentes, la comunicación directa con el pueblo, el cuerpo a cuerpo que sólo da la militancia, era irreemplazable para enfrentar a los grupos de privilegio.

Por ese camino logró que su presidencia represente la salida del infierno para una sociedad que se consumía en la hoguera de las recetas que hoy devastan Europa. El pueblo argentino recobró la esperanza y la autoestima.

Su compañera de toda la vida, Cristina, tomó la posta y hoy lidera esta etapa de avances sociales. Miles de jóvenes y no tan jóvenes se
volcaron a la política para defender lo conquistado y para ir por más. Por todo lo que falta.

La presidenta lo echa de menos y no lo disimula. En eso también la acompañamos muchos. En extrañar a ese militante que supo conjugar sus convicciones, y las de una generación, para construir una Argentina más justa y solidaria.

Ahí está Néstor, el flaco, el pingüino, Lupín. Está en la memoria popular que es mucho más fuerte que el odio oligárquico. Ahí está Néstor, el flaco, el pingüino, Lupín. Un tipo común que luchó toda su vida y por eso, como Bertolt Brecht, lo sabemos “imprescindible”.

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