En pleno corazón del barrio del Abasto, Presidente Perón al 3300, está la Iglesia de Nuestra Señora del Tránsito. Allí se venera la imagen de Nuestra Señora de Montallegro que cada primer domingo de julio celebra su fiesta patronal. Una devoción cristiana de tradición lígure, que trajeron los inmigrantes genoveses al país. La particularidad de la misma radica en la presencia de cruces gigantes muy pesadas que son trasportadas por fieles que se entrenan todo el año en esta tarea de portar estos Cristos procesionales.

“Esta es una historia casi milenaria que arranca en el año 1096, en la época de las Cruzadas, cuando Italia no estaba constituida como tal y eran tiempos de lucha por la liberación de la Tierra Santa. Cada una de las tropas venía con sus estandartes. Entre éstos, aparecían estas cruces gigantes, a veces, llevadas por carros o caballos. Y otras, de la misma forma que se lleva en la actualidad. Una sola persona munida de correajes de cuero donde se somete el peso”, explica Alejandro Rossi, Decano Entrenador de PortaCristos de Buenos Aires y encargado de la Unión Genovesa Madonna de la Guardia.

Sobre el contraste entre los orígenes y el presente de esta tradición, Rossi cuenta que “antiguamente marchaban como ahora, pero con la particularidad de que el Cristo iba al revés de la usanza litúrgica actual. O sea que el Cristo miraba hacia atrás, hacia la tropa infundiendo valor y dándole la espalda a los infieles. Desde entonces, en toda manifestación que se hace en la región Lígure de Italia nunca faltan estos Cristos. También en otro tiempo, los encargados de transportar estos Cristos llevaban una capucha blanca, cubiertos con una túnica del mismo color; como lo hacen todavía los “costaleros” en Sevilla. Según cuentan, lo hacían por que a los ojos de Dios somos todos iguales. El ku kux klan, y su historia hizo que se dejara de lado esta costumbre. Posteriormente, también se dejaron de usar los Cristos gigantes. Luego, el Papa Urbano II Bula Pontificia logró que en el Lígure salieran nuevamente a la calle. En la Liguria, en cada oratorio hay un Cristo. Los oratorios están al lado de cada iglesia y se construyeron también a raíz de estas peleas que sacaron a los Cristos de las iglesias. Entonces, los “tanos” construyeron sus propias iglesias que son estos oratorios”.

- ¿Cómo usted tomó contacto con esta tradición?

Soy nieto de genoveses, cuando era chico iba de la mano de mi abuela Aurelia Paganini a todas las fiestas que hacían acá los emigrados y que trajeron todas sus tradiciones y devociones. La más importante es La Madonna de la Guardia en Vernal, porque es la patrona de Génova, de la Liguria. Es como acá en el país Nuestra Señora de Luján. Cada lugar tiene una protectora. Ahora se ha ido perdiendo, pero cuando era chico recuerdo que se llenaban los trenes hacia Bernal con fieles que iban a los festejos. Estos emigrados trajeron sus tradiciones y también trajeron sus Cristos. Para los descendientes lígures son fechas de honor y todos participan.

- ¿Cómo se inicia en esta tradición en el país?

En el año 1948, trajeron el Cristo de Plata para acá a la Iglesia de Nuestra Señora del Tránsito. El primer Cristo histórico es el que está en la Iglesia de la Misericordia en Moreno y Solís. Este Cristo vino a nuestro país en 1870 con los Salecianos. Fueron los genoveses de Savonna quienes trajeron esta imagen juntamente con la Obra de Don Bosco. Este Cristo de Plata que tenemos aquí cuando vino de Italia tenía ciento veinticinco kilos. En ese momento, acá en el Abasto los genoveses trabajaban en el mercado. Eran hombres rudos, cargaban y descargaban camiones todos los días. Estos “tanos” venían trayendo esta devoción y pensaban cuanto más grande y pesado, mejor.
Este Cristo, pasado el tiempo ya no se podía llevar y quedó colgado en la Iglesia hasta que decidieron alivianarlo. A las punteras, los extremos, les sacaron toda la madera embutida y le bajaron un peso importante. El Cristo hoy tiene noventa kilos. Es uno de los Cristos más pesados que hay en el país. Hace treinta años que estoy debajo del Cristo he visto pasar gigantes, hombres enormes que decían, yo lo llevo y no podían ni dar dos pasos y personas que son flaquitas, lo agarran y lo llevan. Entonces, si eso no es fe y voluntad de querer llevarlo, qué es. No se puede creer otra cosa.

- En el legado de esta tradición aparece hasta un descendiente de Garibaldi.

Italo Garibaldi, él me ha legado la representación de las colectividades de la Liguria. Fue una persona que llegó de Italia, un mariano absoluto de una fe inquebrantable, que trajo esta devoción de su pueblo en Génova. Llegó al país en 1948 y se instaló en la Boca, el mismo año en que el Cristo de Plata llega a estas tierras. Provenía de la histórica familia Garibaldi y acá creó el Clan de los Garibaldi.

- ¿Cómo conoce a Italo Garibaldi?

Por mi abuela especialmente, Italo ayudó a mucha gente a irse de Italia. Mi abuelo, era camionero del Abasto y mucha comunidad genovesa estaba alrededor del Mercado e incluso se hablaba el xeneize, el dialécto genovés. A través de mi abuela Aurelia conozco a Italo, fui portacristo y poco a poco Italo fue llevándome detrás de él para entender la cocina de cada fiesta. Acá en el Abasto, hemos unido a la feligresía que no tiene tanto que ver con la comunidad italiana, pero se unió y eso es bueno. Por que los “tanos” que mantienen esta devoción cada vez son menos.
En el país, hay tres escuadras de portacristos. Una es de Buenos Aires, la sede la tenemos acá en la Madonna de Montallegro. Otra en Arroyo Seco y la última en Rosario. En Argentina hay nueve Cristos, uno está en la Catedral de San Justo que quedó colgado, otro en San Juan Evangelista en La Boca, también en La Misericordia, el de acá. Uno en Rosario, y dos en Arroyo Seco. Estamos fabricando un Cristo chiquito, a la usanza Lígure, para los chicos.

- ¿Cuáles son las cualidades que debe reunir alguien que aspire a ser portacristo?

El cura anterior, que estaba acá, el Padre Blas lo explicó una mientras volvía de una procesión y todos decían “qué bien que llevan el Cristo, cómo lo llevan”. Ahí él afirmó: “El Cristo quiere que lo lleven ellos”. Después de haber visto procesiones durante treinta años, sé que puede el que tiene fe, voluntad y devoción. Más allá de que esto es una tradición, que tiene una connotación religiosa, pesada. Porque es nada más y nada menos que el símbolo de nuestra fe y nuestra tradición

Una de “bosteros”

Hablar del barrio de La Boca y no hablar de su club de fútbol es casi visitar Buenos Aires y no comer pizza. En un paréntesis de la charla, Alejandro Rossi, aporta otra hipótesis a los orígenes del azul y oro xeneize y al apelativo de bosteros con el que se caracteriza a su hinchada.

Cuando llega la inmigración italiana, en el Puerto de la Boca se instalan los genoveses. Lo llaman la República de la Boca porque hasta idioma oficial tenía, el genovés. De ahí tomó el apodo xeneize el Club Boca Juniors. Hay varias historias de cómo nació Boca, una que cuentan los más viejos genoveses de la Boca es así: La primer migración es de genoveses adinerados. Ellos fundaron un club que todavía no se llamaba Boca Juniors. Los colores de la camiseta eran los colores de la bandera genovesa, rojo y blanco. Luego, cae otra migración de genoveses muy pobres a los que les decían “la lacra”. También se instalan en la Boca, algo que no soportaron los migrantes de plata. Se mandaron a mudar de la rivera y se llevan los colores de la camiseta, después de haber ganado un partido en que se puso en juego la titularidad del rojo y blanco. De ahí nació River Plate.
Por ese entonces, los que quedaron se preguntaron “¿y qué color le ponemos?”. Y se respondieron: “Bueno, el primer barco que entre al puerto tendrá los colores que le pondremos a la camiseta”; y así se armó el club Boca Juniors con los colores azul y amarillo de la bandera de un barco sueco.

- ¿Y por qué le dicen “bosteros” a la gente de Boca?

- En ese momento la ciudad se movía con tracción a sangre. Eran todos carros tirados por caballos que iban dejando sus necesidades en la calle. Los que hacían la limpieza eran de la Boca y les decían “los bosteros”. Pero estos tanos piolas que venían a ganarse un mango sacaban la bosta de los caballos de la ciudad y se la vendían, como abono, a los genoveses quinteros de San Justo. Negocio redondo, algunas monedas y una pasión.

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