Una semana después de las PASO, el frío invernal hace de las suyas. Lo mismo ocurría en 2009, tras las elecciones legislativas; hacía mucho frío y, además, el fantasma de la gripe A obligaba a convocar las reuniones en espacios abiertos para que nadie se contagiara. En ambos casos el resultado electoral no fue favorable al kirchnerismo en el principal distrito que es el bonaerense. Pero las coincidencias terminan ahí.

El sábado 4 de julio de 2009, Néstor Kirchner concurrió a la asamblea que Carta Abierta realizaba en el Parque Lezama. Seis días después de las elecciones que había perdido frente a Francisco de Narváez, no se conocían declaraciones del ex presidente ni éste se había mostrado en público para la prensa. Optó, fiel a su estilo, por aparecer de improviso y en el lugar menos esperado. Salvo dos integrantes de la coordinación de Carta Abierta, nadie sabía que Kirchner iría a la asamblea del parque y por eso allí no había periodistas ni, mucho menos, una claque de ocasión. La sorpresa fue mayúscula, pero el hecho no ingresó al ámbito de las narraciones legendarias por eso sino porque Kirchner, con una serenidad que sólo puede provenir de las grandes convicciones, advirtió a propios y extraños que “este proceso no es sólo ganar o perder elecciones”. ¿A qué se refería? ¿Cómo era posible que ante el exitismo emergente de los juegos de ingeniería electoral, en los que la contabilidad de los porotos es más importante que la construcción política, este hombre viniera a hablar del futuro y, de yapa, sin perder la alegría? ¿Qué sabía él que los demás no atinaban siquiera a vislumbrar tras los resultados adversos de una semana atrás?

El rejunte que dio lugar a lo que Horacio Verbitsky luego rebautizaría como el Grupo Aaaah, era el producto de la derrota oficial en el conflicto de 2008 con las grandes patronales agrarias y de los medios de comunicación. Se trataba –y esto es lo que ya sabía Kirchner en aquella asamblea de Parque Lezama- de una mayoría efímera; una mayoría que tenía su cuarto de hora de fama pero que carecía del consenso y la legitimidad que el kirchnerismo había entramado en las mayorías populares con el proceso de cambios abierto desde 2003. Como nadie, Kirchner había comprendido el sentido profundo del Nunca Menos, ese piso de conciencia ciudadana que le permitía, aquella mañana fría del 4 de julio de 2009, “desdramatizar el resultado electoral”, así lo dijo, y trazar un horizonte político que en 2011, con el triunfo contundente de Cristina, habría de tener su cabal materialización. Es que desde la derrota de la Resolución 125 hasta ese triunfo de Cristina, el kirchnerismo supo avanzar concretando lo que había prometido y realizando, incluso, lo que jamás había anunciado (tal y como la Presidenta lo manifestara en su discurso del domingo pasado, luego de conocerse el resultado de las PASO).

La presencia de Néstor en el Parque Lezama simbolizaba –cómo no subrayarlo hoy- tanto su confianza en la “Presidenta Coraje”, como la ratificación de esa certeza blindada que se ha convertido en la principal característica del kirchnerismo: su capacidad de sobreponerse a la adversidad empujando a toda la sociedad hacia adelante. La conmemoración multitudinaria del Bicentenario se inscribiría en aquel mensaje cifrado de Kirchner a los asistentes de la asamblea de Carta Abierta. Pero también, y de un modo tan impensado como doloroso, la irrupción de los jóvenes en la escena política en las horas de las exequias del Nestornauta.

Es decir, la visión de Kirchner, en 2009, era la de que pese a todas las señales alarmantes el “postkirchernerismo” apenas podía ser una quimera y que los integrantes del Grupo Aaaah repetirían entre sí la fábula de la rana y el escorpión. La realidad posterior al invernal 4 de julio de aquel año vino a darle la razón con la contundencia inapelable de los hechos históricos. Sin embargo, cuatro años después, la certidumbre de que no habrá una reforma constitucional que posibilite un nuevo mandato de Cristina en 2015, plantea un escenario distinto. Y esto por varios motivos, algunos dignos de mención en esta breve nota.

Uno de ellos es que las elecciones legislativas de octubre no darán –como lo pretenden las grandes usinas de la reacción- un resultado catastrófico ni nada que se le parezca. Todo indica que el gobierno –luego de tres mandatos presidenciales- está en condiciones, como ninguno de sus predecesores, de retener su fuerza parlamentaria y que la novedad en ese panorama será el nuevo bloque liderado por Sergio Massa, ungido para la tarea de “caprilizar” el discurso kirchnerista. Esta novedad, sumada a la inviabilidad de la reelección de Cristina, coloca un desafío cualitativamente distinto al de 2009 porque, por primera vez en una década, la cuestión de la construcción política no refiere a la contingencia electoral sino a la continuidad de un proyecto histórico que, además del plano institucional estatal, debe dilucidar y resolver quién es el sujeto político que garantice dicha continuidad.

El tema del sujeto político remite a una discusión postergada dentro de las filas del oficialismo y sus aliados. Hasta aquí, las figuras de Néstor y Cristina en el ápice de la gestión estatal morigeraban la ausencia de protagonismo de actores sociales vitales para las experiencias de gobierno popular, como otrora lo fueron el movimiento obrero organizado, el movimiento estudiantil, las ligas agrarias, etc. Pero, de ahora en más, el perfil del sujeto político pasa a ser un tema crucial, a no ser que alguien esté pensando que los procesos populares latinoamericanos y caribeños pueden ser concebidos como una linealidad evolutiva inmune a los cambios en la correlación de fuerzas que vienen operándose a escala mundial. Dicho de otro modo: la construcción política y el sujeto que la encarne no son conmutables por una suerte de mini aparato político que, a partir de octubre y hasta 2019, portará la llama olímpica para, entonces, volver a depositarla en manos de Cristina. Como nunca antes, la continuidad y ampliación del proyecto histórico emergente en 2003 deja de tener su centro de gravedad en el aparato estatal para pasar a ubicarse en las entrañas de la sociedad civil. Y esta es una diferencia notoria y notable respecto de 2009.-

Carlos Girotti es miembro de la Mesa Nacional de la CTA

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