Trabajos invisibles y visibles, pasado y presente de las mujeres

Cuando pensamos en la situación actual del mundo laboral y la inserción de las mujeres es forzoso recurrir a cierta perspectiva histórica, para mirar con una lente que nos ayude a ponderar cambios, permanencias y razones profundas de los mismos. La enorme transformación cultural que supuso la masiva presencia de las mujeres en el espacio público nos permite convivir con cierta ilusión de igualdad de género, que no debemos confundir, con la justa aspiración a lograrla.

Todavía hoy es necesario afirmar que las mujeres siempre trabajaron. ¿Cómo lo hicieron y lo hacen?, ¿en qué condiciones?, ¿en qué sectores y lugares?, ¿qué relación existe entre trabajo doméstico y trabajo remunerado?, ¿cómo se valora económicamente el trabajo en general y de las mujeres en particular?, ¿Cuáles son los cambios significativos en el tiempo?, ¿Qué cambios supuso la etapa de la pos convertibilidad en la inserción laboral de las mujeres? Son algunos de los interrogantes a desplegar a la hora de pensar en las mujeres y los trabajos, pero también en su papel como dirigentes y militantes en los espacios de representación y participación sindical.

Intentaremos eximir estas reflexiones de enumeraciones cansinas. Baste con remarcar que a pesar de la mejora sostenida desde el año 2003 a la fecha, en los indicadores sociales y laborales, los datos más duros de las diferencias y discriminación laboral de las mujeres siguen vigentes en cualquiera de los variables que analicemos. Menores salarios, mayor precariedad e informalidad, mayor presencia en jornadas a tiempo parcial, acceso a puestos de menor calificación, entre otras diferencias. A pesar de ser las mujeres la mitad de la población, la brecha de participación ronda el 25% promedio, variando por región y sector económico. La segmentación laboral, que sigue presente y actual a la hora de definir trayectos laborales, supone un mercado de trabajo femenino y uno masculino claramente diferenciados: “Las mujeres representan el 96% del empleo en el servicio doméstico, el 76% de los asalariados en el sector de la enseñanza, el 70% de los servicios sociales y de salud y el 44% de los servicios comunitarios, sociales y personales. Por su parte los varones representan, el 75% de los trabajadores/as de la industria, el 97% de la construcción, el 86% del transporte, el 61% de intermediación financiera y el 56% de la Administración.”

Necesitamos explicar el por qué de estas diferencias y asimetrías entre varones y mujeres, para reconocer también por qué las grandes transformaciones económicas, políticas y sociales, cabalgan junto a desigualdades resistentes a los cambios. Ya que esto no es un problema individual o del colectivo de las mujeres, es un problema para las mujeres y por lo tanto también para el acceso al trabajo decente2 y la justicia social. Y allí es donde nos acercamos a un tema que debería estar presente a la hora de mirar lo que pasa en el mundo laboral: la relación e interdependencia entre el espacio público y privado. Algo que aparece opaco en el cristal de las definiciones de Producto Bruto Interno, Trabajo, Productividad y Presupuestos. Quiénes han medido el valor económico del trabajo en los hogares –denominada como economía del cuidado- estiman que representa entre un veinte a un treinta por ciento del PBI de los países. Pavada de aporte a la riqueza y el desarrollo, acompañado por un silencio del que debemos sospechar.

La división sexual de trabajo sigue estructurando el mercado laboral y define así no sólo posibilidades sino también oportunidades y accesibilidad claramente diferenciales para varones y mujeres. La tensión entre trabajo y familia es cuestión que se resuelve de manera individual y que en particular interpela a las mujeres en la construcción de sus recorridos laborales, profesionales y de participación social. Recortando con especial énfasis las perspectivas de movilidad social de las mujeres y familias de sectores más postergados.

El gran cambio cultural que expresa la presencia de las mujeres en el espacio público no ha sido acompañado de un movimiento de similares características entorno a la corresponsabilidad entre trabajo y familia. Modificación que debería involucrar a las políticas públicas, las empresas, la sociedad y los sindicatos, estos últimos como ámbito específico de participación y representación de trabajadores y trabajadoras.

En este punto es útil retomar el concepto teórico desarrollado por Daniele Kergoat4 cuando define a las relaciones interindividuales entre las personas -varones, mujeres, personas trans- como inscriptas en el marco de relaciones sociales que estructuran las relaciones de fuerzas dentro de la sociedad, estas son las relaciones de clase y de género5; que además son situadas e históricas y que se modifican a lo largo del tiempo. No sólo debido a los cambios estructurales del sistema de producción sino también a la voluntad colectiva de lucha por la transformación social. Algo de la morosidad en producirse variaciones más profundas en el trabajo para las mujeres y la persistencia de las desigualdades, no como linealidad causal, pero algo de ello también está presente en la deuda democratizadora del mundo sindical, ámbito fuertemente masculinizado. Las interrelaciones existentes entre el sistema de producción, propiedad de los recursos, división social y sexual del trabajo, son aspectos teóricos a seguir profundizando para enriquecer los enfoques y también las propuestas de transformación.

Por último, dejándome llevar por algo así como la tentación a la moraleja y como un cuasi manifiesto, es dable suponer que el sistema capitalista, que cuenta con sólo trescientos años de hegemonía, no es el fin de la historia. No sabremos cómo se llamará otro tipo de sociedad, pero es justo y necesario el sueño de una humanidad sin explotación de clase, sin opresión de género y sin discriminación de ningún tipo. En el recorrido hacia la ruta prometida hay senderos posibles, alcanzables y experiencias a seguir para avanzar en la reducción de las desigualdades.

Estela Díaz es secretaria de Género CTA Nacional y Coordinadora del CEMyT-CTA

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