En momentos en que la ferocidad sin límites hace estallar a la condición humana (se podría prescindir de Irak y Afganistán y remitirse únicamente a Libia como ejemplo), la distinción otorgada por la UNESCO a las Abuelas de Plaza de Mayo es todo un premio a la no venganza.

Tras haber perpetrado toda clase de crímenes, la dictadura cívico militar no logró consumar el peor de todos: haber inducido a los familiares de sus miles de víctimas a escoger el camino de la revancha sangrienta. Los genocidas no pudieron atravesar ese dique moral interpuesto por quienes, como las Abuelas, fundaron su exigencia de memoria, verdad y justicia, en la búsqueda amorosa de sus nietos apropiados.

La asistencia de la Presidenta de todos los argentinos a la ceremonia de entrega del premio, pone de relieve que la tarea acometida por las Abuelas es, también, uno de los pilares sobre los que asienta la política de Estado desde 2003. En este caso, aquellos que instigaron y usufructuaron el genocidio seguirán sin reconocerle nada al gobierno nacional, pero no hace falta: para eso están las grandes mayorías.

13 de septiembre de 2011

Artículo escrito para la Revista Veintitres.

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