Esa mujer no está sola. Supo sobreponerse a las adversidades políticas y personales y en ese recorrido agigantar su liderazgo. Hoy tenemos una dimensión bastante certera de su alcance. Las críticas que recibió, muchas de ellas con fuerte contenido sexista, se re-configuraron en rasgos positivos de su modo de hacer y estar en la política. A millones de personas les gusta que se pinte como una puerta, que no reniegue de su femineidad, que use zapatos y carteras caras, que se plante firme, que rete y señale con el dedo en gestos de autoridad, pero de una forma bien femenina de ejercicio de esa autoridad.

También porque es la que da el liderazgos popular y democrático. Ese que se asienta en la convicción y que reconoce a la política como la herramienta para la transformación. Ese liderazgo que viene de una tradición política, pero que se actualiza y resignifica a partir de la práctica más reciente. El Kirchnerismo re-define al peronismo a partir de acercarlo nuevamente a la militancia revolucionaria de los setenta, al movimiento de derechos humanos y a las experiencias de resistencia al neoliberalismo. Por eso es resistido por el peronismo ortodoxo y por eso hoy muchos jóvenes se sienten peronistas. Porque el Frente para la Victoria y el liderazgo de Cristina es capaz de contener a una enorme heterogeneidad de identidades políticas, sociales y culturales.

Esa mujer es Latinoamericana. En Latinoamérica cada vez más las y los presidentes se parecen a sus pueblos. Indios, obreros, afro descendientes, mujeres. Las voces de los otros, de la alteridad silenciada y excluida, empieza a ser la voz de un nosotros inclusivo de diversidades, de una identidad que ancla en el pasado y se re-escribe e inscribe en el presente. La unidad latinoamericana estuvo presente en el cierre de campaña y también en el inicio del discurso de presidenta re-electa. El saludo de Dilma (Rousef), con palabras muy dulces, entre mujeres es así. Un saludo político que puede ser a la vez cariñoso. Nombró a todos los presidentes latinoamericanos por el nombre de pila, así como compañeros de ruta, de militancia, de proyectos. En una fuerte comprensión de la actual etapa mundial. América Latina es nuestra casa, no queremos ser ni estar en otro lugar. Frente a la fenomenal crisis internacional, acá en el sur, los gobiernos y sus pueblos están transitando la construcción de alternativas. Ese desafío está en marcha, pero también sufre amenazas, por eso no es banal ni ocioso el primer plano. Es una marca del lugar por el que deberá transitar la profundización del proyecto.

Esa mujer no es neutral. No hay lugar para la neutralidad. El discurso de inclusión está claramente expresado desde una toma de partido. Quienes dicen no hacerlo, es en realidad de los que hay que desconfiar. Ese lugar se ubica junto a quiénes están en situación de mayor vulnerabilidad, junto a los y las trabajadoras, los y las jóvenes, las fuerzas sociales del campo nacional y popular. Desde su identidad de género, desde ese saber milenario de que para las mujeres es más difícil, que para ella fue más difícil, pero no desde la victimización, sino desde el reconocimiento de una realidad social y cultural. En ese cierre final de la Plaza de Mayo -en qué otro lugar podría ser sino-, llamó a las y los jóvenes a organizarse, a participar a involucrarse cada vez más, para defender todo lo conquistado, pero también para avanzar en todo lo que aun falta, que no es poco. La plaza de las patas en la fuente, de la ronda de las Madres, de los encuentros y desencuentros. Aquella que nos convocó por años para denunciar a sus habitantes temporarios, ahora nos convoca para ir por más.

Esa mujer lo recuerda y se emociona. Sobre todo como su compañero de militancia y de proyecto político. No está sola. Somos millones a los que nos pasa lo mismo.

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