El 16 de abril de 2012 seguramente pasará a la historia. Es prematuro decirlo porque fue apenas el lunes pasado, pero las generaciones futuras sin duda asociarán esta fecha con la recuperación de la soberanía energética. Lo cierto es que tal como sucedió con la recuperación del sistema jubilatorio para el sector público, el anuncio de renacionalización de YPF constituye la medida que marca el punto más alto de las políticas públicas de transformación y recuperación de la soberanía nacional que se vienen produciendo desde 2003 en adelante.

Cristina Kirchner reafirma con esto definitivamente su papel como conducción del movimiento nacional en la presente etapa y perfila ahora con mayor nitidez la plena vigencia transformadora de las políticas de un gobierno que va acentuando su contenido anti-neoliberal, popular y democrático.

Tal como lo afirmáramos en declaraciones publicadas por este diario, la decisión de recuperar YPF “fue la demostración necesaria para terminar de marcar la división de aguas entre aquellos que están con el proyecto de país nacional y popular que encabeza Cristina y quienes continúan bajo las recetas neoliberales y el consenso de Washington”. Esa línea divisoria confronta cada vez con mayor contraste los dos proyectos de Nación en disputa desde los orígenes mismos de nuestra historia.

El de quienes peleamos por una Argentina con distribución de la riqueza, integrada al proyecto emancipador de la Patria Grande y apoyada en los sectores populares, trabajadores, movimientos sociales y juveniles, con eje en el gobierno de Cristina Kirchner. Y el de quienes quieren volver al viejo modelo de enajenación del patrimonio nacional y concentración de la riqueza, con una Argentina subordinada al orden establecido por las potencias del norte a través del Fondo Monetario y los tratados de libre comercio, cuyo núcleo duro lo constituye el poder económico concentrado, los grandes multimedios y la derecha política en sus distintas variantes.

No pasa un día sin que esa confrontación se haga más intensa.

El núcleo beligerante y el que marca la agenda de la disputa contra el kirchnerismo es el complejo multimediático comandado por Clarín y La Nación. Hasta el anuncio de la decisión del gobierno argentino de nacionalizar YPF, el asedio de éstos se concentraba sobre la figura del vicepresidente Amado Boudou, sometido a una suerte de linchamiento mediático con el claro objetivo de erosionar al Gobierno y, de paso, liquidar una figura de la que recelan pensando en el tablero de 2015.

Pero de pronto todo cambió. El anuncio de la Presidenta los puso otra vez a la defensiva y reaccionaron, como buenos cipayos que son, defendiendo los intereses de la multinacional Repsol como si fueran parte de la embajada española, recitando a coro con los Macri y los Morales el verso de la inseguridad jurídica, llorando porque se rompen las reglas de juego del libre comercio, clamando como viudas del neoliberalismo por la restitución del clima de negocios y presagiando las siete plagas que caerán sobre los argentinos como represalia por la decisión de un gobierno soberano. Vale para esta especie que hizo un culto del arrodillamiento como forma de relacionarse con los poderosos del norte las palabras de San Martín: “El enemigo parece más fuerte cuando se lo mira de rodillas”. Aunque desde la lógica de ellos también podrían responder citando a Rivadavia, el precursor de la deuda externa.

Esa es la gran diferencia entre ellos y nosotros. Ellos necesitan clima de negocios y un pueblo sometido a través del disciplinamiento social.

Nosotros necesitamos profundizar los cambios para que haya clima de justicia social y de democracia con participación popular. Que requiere de mística y de símbolos entrañables para nuestro pueblo. YPF es uno de ellos.

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