El “enemigo” a vencer en la Europa de las nuevas derechas tiene rostros variopintos. Puede ser el islam, los colectivos LGBTQI, el feminismo, los refugiados, el terrorismo a secas, los inmigrantes, o todo ello junto. En los dos últimos años se sumaron las campañas de vacunación contra la pandemia y su subproducto detestable: el aislamiento como forma conculcatoria de la “libertad individual”. El común denominador es un aceitado discurso del odio, travestido de nacionalismo, valores “tradicionales” y vocinglería de autodeterminación frente al peligro de lo diferente.
Sin embargo, Marine Le Pen (Francia), Matteo Salvini (Italia), Mateusz Morawiecki (Polonia), Santiago Abascal Conde (España), o Viktor Orbán (Hungría), por más simpatizantes que se proclamen de los idearios de los “fascio di combattimento”, o de las Schutzstaffel (las SS nazis), o de la Falange franquista, jamás osaron incorporar a sus deseos explícitos las ganas de tener una “Geheime Staatspolizei” propia. Es decir, una Policía Secreta del Estado o, si se prefiere por su nombre más conocido, una Gestapo que les resolviera los problemas de entrecasa.
En cambio, aquí, en la Argentina que conociera el genocidio indígena con la “campaña del desierto”, los horrores de la Liga Patriótica, la picana inventada por Polito Lugones -hijo de Leopoldo- y otros antecedentes de la dictadura cívica, militar y eclesial de 1976, parece hasta natural que una recua de espías, operadores judiciales y funcionarios macristas deseara, como lo deseó, contar con una Gestapo para liquidar a todos los gremios obreros.
Ese es el gran sueño de la clase dominante, pero hecho verbo en la palabra tan sigilosa como cobarde de Marcelo Villegas, el exministro de Trabajo de la exmodosita María Eugenia Vidal, durante esa reunión filmada por los propios espías allá por 2017.
Es que desde el 10 de diciembre de 2015, cuando asumió la presidencia Mauricio Macri, hasta su derrota en 2019 a manos del Frente de Todos, la resistencia obrera y popular no cesó de enfrentar al nuevo experimento neoliberal que había llegado en medio de globos y “música ligera” como si estuviera dentro de un pelotero.
Basta repasar, en la página web de la CTA de les Trabajadores, el “Compendio de Luchas 2015-2019”, para comprobar cuán cierta es aquella aseveración. En su presentación decíamos: “La particular edición de este material persigue dos objetivos muy precisos: 1) mostrar de un modo tan sistemático como resumido las acciones emprendidas por la Central e, incluso, por otras organizaciones populares durante la resistencia al macrismo y, 2) dejar un testimonio vivo que en el futuro pueda ser recuperado para su análisis por las generaciones venideras de militantes del campo popular, como así también por profesionales, investigadoras e investigadores de la historia del movimiento obrero argentino.” Pero lo que nunca imaginamos fue que ese cuerpo historiográfico llegaría a superar el millar de entradas, o sea, más de mil acciones de resistencia concreta al gobierno neoliberal.
Por ello es que el anhelo de una Gestapo propia venía a mostrar tanto la impotencia del macrismo para contener y neutralizar los embates de las y los trabajadores, como el reconocimiento de que “el enemigo” por antonomasia era el mismo que combatido y derrotado en cientos de oportunidades, volvía a levantarse para insistir en la lucha contra la explotación, la miseria, la injusticia y la entrega del país al mejor postor.
El macrismo nunca pudo entender -mucho menos aceptar- que la memoria obrera y popular se asienta en todos y cada uno de los hitos que jalonan el largo camino que viene desde el 17 de octubre de 1945 hasta nuestros días. Ninguna “policía secreta del Estado”, por más brutal y poderosa que pudiera ser (como de hecho lo fueron las “fuerzas de tarea” milicas durante el terrorismo dictatorial) ha logrado borrar esa memoria. Ni siquiera la Gestapo jujeña, con su horrendo laboratorio represivo, ha podido suprimir de la conciencia militante el valor que entraña la persistente e indoblegable exigencia de libertad para Milagro Sala.
El neoliberalismo argentino, adocenado en macristas, radicales y patéticos matones (con y sin peluca) devenidos diputados nacionales, no puede ofrecerle a la sociedad una noción de futuro, una esperanza de mejora, un porvenir de igualdad, un horizonte de justicia. Por eso sueña con una Gestapo propia; algo que le garantice que aquello que consiguió con el FMI no se le desmorone de repente ante un embate de los tan temidos sindicatos; una maquinaria fría, eficiente y temible que, tal vez, al mando de uno de los tantos aspirantes criollos a émulos del SS Gruppenführer Heinrich Müller, liquide de una vez y para siempre al “sindicalismo corrupto”, así como los policías de Larreta liquidan a pibitos de barrio con un tiro en la nuca.
El SS Anwärter (recluta) Villegas, que ahora balbucea compungido su tonta explicación, no puede en sí del asombro: él, un oscuro funcionario, un tinterillo de los grandes patrones, ha saltado a la notoriedad tan solo por haber puesto en palabras el miedo ancestral de la clase a la que sirvió con esmero. ¿Será juzgado por ello?, se preguntará, ¿o recompensado? En este país en disputa, la respuesta -diría Bob Dylan- está soplando en el viento.
(*) Secretario de Comunicación, Mesa Nacional de la CTA de les Trabajadores.