Palabras mayores se necesitan construir para hablar de él.
No sólo porque así lo exige su trayectoria, sino porque será en la creatividad discursiva – y solo allí- donde el discurso se transforme en política y volverá en intervenciones.

Las personas que lo nombran hoy vienen de distintos campos y trayectorias.
Pero sobre de todo de distintas vidas. Están los que batallaron junto con él, o quienes crecieron en sus sobremesas, así como aquellas personas que lo supieron en líneas de tintas o presenciaron sus asambleas. Están también los que lo supieron a través de la voz de la gran Liliana y aquellxs quienes buscaron insaciables su mirada como faro en realidades apremiantes.

No hay una de estas vidas que no se haya sentido interpelado a cambiar esta realidad después de haber sido atravesado por sus ideas. Y son esos sentimientos de justicia social, de desacralizar lo que es del pueblo por derecho, de pelearle a las calumnias con altura y escritura su más poderoso legado.

La rebeldía así como la lucha social tiene muchas banderas y discursos, aunque no tantos pensadores. Gente que le dedica su vida a la palabra escrita, a la imaginación, al empeño en la creatividad del decir. Pero sobre todo a la socialización de estos saberes construidos con y para otres.

Horacio González es (me apropio del tiempo verbal porque se me da la gana) uno de los pensadores más entrañables, tercos, tiernos y revolucionarios de nuestra época.
Se nos entristecen las redacciones, las bibliotecas populares, las rondas de cuentos, la poesía amiga, las plazas todas.

Pero estamos de pie, porque sabemos que la eternidad se construyó para personas como él.

Mariel Bleger
22-06-21
(*) Maestra, antropóloga, becaria Conicet.

Foto: El Cronista.

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