Nos habíamos acostumbrado a los abrazos largos, las sonrisas naturales, las identidades profundas entre los presidentes de Brasil y de Argentina, desde los encuentros de Néstor Kirchner con Lula da Silva hasta los de Dilma Rousseff con Cristina Fernández. Me acuerdo del intercambio de camisetas de Racing y de Corinthians entre Néstor y Lula, y del homenaje que hizo Dilma a Cristina en su último viaje como presidenta de Argentina a Brasil.

Esta vez el clima fue muy distinto. Predominaron el protocolo y la formalidad. Ni siquiera parecía que eran países hermanos, vecinos, parceros económicos y políticos.

A tal punto que uno de ellos –Macri– trajo un tema que los separa – Venezuela– y a pesar del antagonismo evidente de las posiciones entre los dos gobiernos, el recién elegido presidente de Argentina salió afirmando que no hay diferencia entre los dos países sobre el tema. Tal su necesidad de afirmar que la reunión arrojó puntos de vista convergentes.

Las fisonomías de los brasileños no podían ser más distintas respecto de las que tenían en el viaje de Cristina Fernández a Brasilia para la reunión del Mercosur. Estaba estampado en los rostros que son tiempos nuevos, muy complicados en las relaciones entre los dos países.

Para que los argentinos se imaginen lo extraño que resulta esta reunión sería como si Aécio Neves hubiera ganado las elecciones de 2014 en Brasil y fuera a visitar a Cristina Fernández en la Casa Rosada.

No quedan buenos pronósticos para el estreno internacional de Macri en la reunión del Mercosur en Asunción, el próximo 21 de diciembre. Basta con atender los pronunciamientos de Nicolás Maduro y de Rafael Correa en respuesta a la disposición de Macri de hacer su planteo sobre Venezuela. El riesgo es que Argentina se estrene en el plano internacional con su nuevo presidente en situación de absoluto aislamiento.

Visto desde Brasil, Mauricio Macri parece un ser absolutamente ajeno a lo que es América latina hoy.

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