Estamos acá debatiendo este tema gracias al movimiento feminista y de mujeres que logró tras largos años de activismo, primero la despenalización social del aborto, y el 13 de junio, con un millón de personas en las calles, la media sanción de la Ley que está en debate en esta Cámara.

Hablo en nombre de La Central de Trabajadorxs de la Argentina, somos parte de la Campaña por el Derecho al Aborto. Integramos la Confederación Sindical de las Américas, que nuclea a más de 50 millones de trabajadorxs del Continente, en la que participamos todas la Centrales Sindicales de la Argentina, organismo que decidió por Congreso llevar adelante acciones político-sindicales a favor del aborto legal, reconociendo a América Latina como un Continente que tiene una gran deuda con la vida, la salud y la autonomía de las mujeres trabajadoras y personas gestantes.

La cuestión del aborto puede ser abordada desde diversos puntos de vista: es un tema de salud pública, de justicia social, de derechos humanos, de igualdad. Pero especialmente refiere al tipo de Estado y políticas públicas que queremos. En temas controvertidos, un Estado laico y democrático, debe expresar la pluralidad social. En el tema del aborto tenemos diferencias por países que van desde la despenalización total a la penalización total, no creo equivocarme si sostengo que no hay otra cuestión en la que ocurra algo similar. Esto muestra la controversia y la necesidad por lo tanto de velar por políticas públicas que garanticen que todas las personas puedan tomar sus decisiones en la mayor libertad posible y con accesibilidad para concretar esas decisiones.

Quienes impulsamos esta Ley, integramos un colectivo muy amplio y diverso. Acá se dijo que hay dos bandos, dos fundamentalismos. No aceptamos esa definición, porque nosotras jamás seremos vistas queriendo imponer a una mujer que se practique un aborto, una ley no obliga a nadie a practicarla, garantiza derechos, que serán ejercidos según decisiones personalísimas. Verán por el contrario, cómo los sectores anti-derechos quieren imponer su visión al conjunto, incluso vulnerando la ley vigente, así como también hemos podido ver estos días los niveles de violencia que ejercen. Mientras que los 13 años de Campaña por aborto legal muestran todo lo contrario a la violencia. Por el contrario hoy recrudecen los ataques al activismo y las y los legisladores que apoyan. Esta imagen de la mujer ahorcada con el pañuelo verde que circuló por redes es por demás elocuente.

Nuestra militancia es conocida, hemos impulsado iniciativas que apuntan a lograr que cada vez el aborto sea menos necesario. Porque queremos todas las políticas de prevención: educación sexual integral, acceso a métodos anticonceptivos y la construcción de vínculos igualitarios y sin violencia, queremos una maternidad deseada, planificada, esperanzada.

El promedio de natalidad en nuestro país es de 2.3 hijxs por mujer. Tenemos capacidad de gestar entre treinta a cuarenta años (desde los 12/13 hasta los 50 años) muy excepcionalmente la genitalidad ligada al coito es ejercida para reproducirnos. El desarrollo de métodos anticonceptivos modernos ha mejorado muchísimo esta posibilidad, pero nada es infalible, ni todo el tiempo ni en todas las circunstancias. Algo puede fallar y a veces falla. Lo que resulta inaceptable, es que se transforme a la gestación en una obligación o condena por tener sexo. Eso es una forma de pretender anclarnos en el mandato de la biología, como forma de considerarnos un instrumento de la reproducción humana, más allá de nuestra propia voluntad y proyecto de vida.

Como seres humanos lo que nos caracteriza es la conciencia y parece que cuando hablamos de sexualidad y placer, nos prefieren más animales que humanas. Con la misma operación ideológica patriarcal que realizan al humanizar el embrión, como mecanismos de reducirnos a un instrumento en pos de garantizar su continuidad. NO valen las dos vidas. Ponderan la vida del embrión como valor absoluto, para desvalorizar nuestra subjetividad, nuestra personalidad, nuestra vida y nuestros derechos. Una remozada trampa del patriarcado. Las personas pueden hacer actos heroicos y temerarios, lo que no se puede es exigirlos por ley.

Como vivimos en una sociedad desigual, resulta ineludible ligar esta experiencia humana de la sexualidad, tan humana como comer y vestirse, con las condiciones sociales, reales y concretas de posibilidad de su ejercicio. Aquí es donde cobra un papel central el rol de Estado, de las políticas públicas y por supuesto de la justicia social. Es absolutamente llamativo que haya legisladorxs peronistas que plantean estar de acuerdo con la despenalización, pero no con la legalización. Qué quiere decir esto en la práctica: que las ricas accedan y las pobres, desocupadas, precarizadas, se arreglen como puedan. Eso no es justicialismo, eso no es el compromiso con un estado social de bienestar. Quiénes más necesitan del estado presente son los sectores populares, sino reina la libertad del sálvese quien pueda.

He escuchado el rechazo cuando en este debate se habla de la jerarquía católica, pero la verdad que resulta ineludible nombrarla, porque que está, está. Hay que hacerse cargo desde dónde se habla. Los sectores que se oponen al cambio de ley están en su mayoría orientados por las posiciones de las jerarquías religiosas. Una cuestión que no sería problemática, el problema es que quieran imponer esta visión al conjunto y a las políticas de estado. Pero además el otro problema es que solapan los fundamentos que en verdad inspiran su posición. Hablan de tratados de derechos humanos, de ciencia, de constitución, de leyes, para realizar interpretaciones que se dan de patadas con toda la evidencia científica y el marco normativo nacional e internacional. Hubo exposiciones magistrales en estas sesiones respecto a demostrar esto que afirmo. Me dirán que es parte de las reglas del juego democrático, y aquí la iglesia juega como un actor de poder y en democracia todxs podemos hacerlo, aunque sería mejor se haga con mayor honestidad intelectual. Más sencillo y franco sería decir: la/las iglesias están en contra, es un pecado capital y quiero/queremos que eso sea un delito, que se siga imponiendo la clandestinidad, a todas las personas gestantes, que siga la amenaza de la condena penal, aunque más no sea con el poder simbólico del castigo.

Hemos escuchado cosas terribles contra las mujeres: nos tratan de “irresponsables” en el mejor de los casos, porque sigue la lista con “asesinas”, “genocidas”, hasta “nazis” nos han dicho desde los púlpitos. Vengo aquí a sostener que muy por el contrario del sentido común que quieren instalar frente a la decisión del aborto, las mujeres decidimos interrumpir un embarazo en la inmensa mayoría de las situaciones como un acto de enorme responsabilidad.

Por eso para terminar quiero hablarles de Vicenta, quien me ha autorizado a hacerlo. Vicenta es la mamá de LMR, la joven con retraso madurativo, víctima de abuso que pidió un aborto legal, que le fue negado ejerciendo objeción de conciencia institucional, caso por el que fue sancionada la Argentina desde el Comité de DDHH de la ONU. Vicenta es una mujer muy creyente, muy humilde, analfabeta, que ha sufrido en su vida todo tipo de violencias. Entre otras, su ex marido la abandonó cuando nace LMR con una discapacidad. Nadie habla de esas abdicaciones de los padres. Por el contrario, con una muestra del doble discurso de “salvar las dos vidas”, personas ligadas al rector de la Universidad Católica de la Plata fueron primero a ofrecerle dinero, de improbable cumplimiento, y al ser echadas de la casa fueron a buscar a ese padre abandónico, realmente irresponsable, para que contribuya a impedir el aborto legal.

Vicenta es la muestra cabal de la enorme responsabilidad que tienen la mayoría de las mujeres cuando deciden interrumpir un embarazo. Ella cuidó sola a sus dos hijas, en situación de pobreza, con una gran dignidad y sobre todo con amor. Las mujeres sabemos de la enorme responsabilidad que supone cuidar de lxs otrxs, el 75 % de las tareas de cuidado familiar, comunitario y social –o sea todo el trabajo no remunerado– lo hacemos las mujeres. No sólo cuidamos de lxs hijxs, también de las personas enfermas, de lxs ancianos y de nuestras comunidades. En esta sociedad, eso, lejos de haber redundado en reconocimiento, prestigio social, autonomía e igualdad, ha sido la base estructural de nuestras discriminaciones, desigualdades y violencias. Por toda esta experiencia de vida decidir gestar o no hacerlo es un acto de responsabilidad con nosotras y con el futuro. Nosotras parimos, nosotras gestamos, nosotras cuidamos, nosotras decidimos.

Vicenta, el día que la acompañamos en la clandestinidad a hacer el aborto legal para su hija, insisto, negado por objeción de conciencia institucional, como el día que se logró la media sanción me dijo: “Todo salió bien y vamos a lograr esta ley porque Dios está con nosotras, porque Dios es justo”.

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