Juan Díaz, “Cuerito” para los amigos, falleció. Con él se fue una marca registrada de los estatales de la Capital: la de los militantes obreros que, como también los simbolizara José “Pinto” Saldaño, se habían curtido en el viejo Astillero Domecq García o en los talleres de la Casa de la Moneda.

Juan, por lejos, fue el mejor amolador de la industria naval argentina. Su fama de preciosista en el acabado de las soldaduras que unían cuadernas y módulos de los submarinos había trascendido el Domecq García. Una vuelta pasaron unos brasileños por el Astillero y lo vieron laburar con la amoladora. No lo podían creer. Ese gordo, panzón y lento en el andar, deslizaba su herramienta, sin alterar la densidad de la soldadura, como si estuviera danzando mientras pulía rebabas. Después se quedaba mirando al control de calidad, seguro de que tras la “radiografía” vendría el visto bueno. Los brasileños se lo quisieron llevar para que les enseñara a los navales de allá. Le aseguraban un platal, pero “Cuerito” prefirió quedarse porque, tiempo después confesaría, “no me gusta ser profesor, lo mío es la pelea y la amoladora”.

En verdad, Juan era uno de los integrantes de la Junta Interna de Delegados, aquélla que no dejaba entrar al astillero a nadie del sindicato que no fuera Germán Abdala. Si uno iba con Germán, entraba, sino no. Ninguno podía entender el criterio y “Cuero”, con toda la paciencia del mundo, te decía: “¿Sabés qué pasa? El Turco viene de los talleres de Minería; es como nosotros, sólo que él es pintor ¿viste?” Era una voltereta, un recurso nacido de la desconfianza a los de la Marina, que controlaban desde la época de la dictadura al Astillero y que, dos por tres, incorporaban a un buchón a la fábrica para que le pasara el santo al jefe de personal.

Pero de esto, lo de la voltereta, supimos después, cuando Juan tuvo que dejar el Astillero junto a centenares de compañeros y fue acogido en ATE Capital para que trabajara de sereno. Una herencia de Germán, sin dudas, pero también un gesto fraterno y solidario a quien había dado todo por su sector.

Lo misma suerte correría José Saldaño, echado sin contemplaciones de los talleres de la Casa de la Moneda. Ambos, él y Juan, siguieron dentro del sindicato, acompañando cada marcha, encargándose de la pirotecnia, del sonido y de cuanta tarea se les cruzara en los difíciles momentos de la resistencia al menemismo y el desguace del aparato estatal.

Juan Díaz, “Cuerito”, es parte de la tradición obrera de los estatales, aquella que fundara el gremio en 1925 de la mano de los trabajadores de la entonces Dirección Nacional de Navegación y Puertos, que se continuara en Fabricaciones Militares, en la Mazaruca o en el Río Turbio de Yacimientos Carboníferos Fiscales, en la Moneda y en tantos otros. Por eso, y porque fue un buen compañero a secas, merece el reconocimiento a la hora de su partida.-

(*)Secretario de Comunicación de la CTA.

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