Por Hugo Yasky
No hay nada de lo que existe en nuestro país que no haya tenido antes a un trabajador o a una trabajadora para generarlo.

Todo lo que se construye, lo que se fabrica, los bienes que se crean, los servicios que se brindan, la educación, la salud, el transporte, dependen de nuestro trabajo.

Sin embargo, son los que pertenecen a la otra clase, a la de los ricos, a la que se apodera del fruto de nuestro esfuerzo, los que quieren imponernos el camino a seguir. Y sus recetas son siempre las mismas: cortar el hilo por lo más delgado, apretar a los que están abajo. Por eso cuando van a la televisión, lo único que dicen es reforma laboral, privatización de las jubilaciones, reducir la inversión en educación, salud, vivienda, seguridad. Esa inversión a la que llaman gasto. Hablan, en esos canales y en las redes sociales, como si en este país los trabajadores y las trabajadoras tuviéramos demasiado. Como si nos sobrara todo y, entonces, lo razonable fuera tratar de cortar un poco, de reducir tanta opulencia, tanto privilegio, tantos derechos.

Pero en el día a día de los barrios, no hay nada que sobre. Al contrario, hay mucho que falta. Desde las cloacas hasta la posibilidad del salario digno para llegar a fin de mes. Y todo lo que nosotros no tenemos, todo aquello que nos falta cuando vemos la heladera, la mesa, las cosas que le faltan a nuestros pibes, cuando vemos que la escuela debería ser mucho mejor, todo eso que nos falta a nosotros, es lo que les sobra a ellos, los que acumulan la riqueza. Porque es mentira que este país sea pobre.

Argentina produce muchísimas riquezas con sus recursos, el problema es que esas riquezas quedan en pocas manos, no se reparten. Y como si fuera poco, esa riqueza que se acumula, tampoco queda en el país. Porque si esa acumulación de capital se hubiera utilizado para crear fábricas, generar desarrollo con empleo de calidad, invertir en el país, estaríamos mejor.

Antes nos decían “hay que esperar que los ricos acumulen la riqueza porque después la copa desborda y beneficia a los que están abajo”. Ahora sabemos que esa copa desborda en los paraísos fiscales como ocurrió en el gobierno de Macri. Y, además, nos dejó el agujero negro que significó endeudarse con el FMI para financiar la salida de los dólares de los que vinieron a especular con la timba financiera del macrismo.

Porque la deuda con el FMI no dejó ni una escuela, ni un jardín, ni un hospital, ni un puente, nada. Así como vino, se fue a los paraísos fiscales. ¿Y qué nos quedó a nosotros? El agujero que hay que llenar con más sacrificio, con más esfuerzo, con más recorte, con más aumento de tarifas. Se anunció el 25% de aumento en el gas. ¿Pero por qué se anuncia una barbaridad así en un momento como este? Porque el FMI impone condiciones y exige eliminar los subsidios para que el gobierno recaude y pague.

Cuando ellos se llevan la plata y acá queda la deuda, la pagamos nosotros. Y lo hacemos con el aumento de los precios de los alimentos, con el aumento de las tarifas, con el aumento del combustible. Entre tanto, lo único que no aumenta en proporción es el salario. Es muy duro tener que decirlo cuando los que gobernamos somos nosotros. Si gobernara la oposición sería más fácil de explicar. Gobernamos nosotros y pasa esto. Es cierto que hemos tenido muchas adversidades que enfrentar. El desastre económico que dejó Macri, la pandemia, la guerra y la sequía. Elementos que no pueden soslayarse, aunque en la campaña de la oposición los neutralicen sin argumentos con la frase “ah, pero”. Como si esa muletilla les sirviera de coartada para lavar sus culpas y tapar la realidad. No obstante, también es cierto que nuestro gobierno se quedó a mitad de camino. Propició el crecimiento de la economía con descenso de la desocupación, pero no pudo o no supo garantizar que ese crecimiento nos permitiera recuperar los niveles de ingreso que teníamos con Cristina. Es decir, hubo crecimiento, pero faltó la distribución de la riqueza.

La persistencia de altos índices de pobreza y la consolidación de un escenario de asalariados sumergidos bajo esa línea, hacen difícil hoy la tarea de decirle a la gente que vuelva a votar al Frente de Todos. El desencanto y la frustración lleva a mucha gente a pensar que personajes como Milei, que dice que va a arreglar todo en 90 días con medidas absurdas como la dolarización, sean la herramienta para castigar a quienes fracasan en la solución a sus problemas, cuando en realidad nos terminarán de hundir en la miseria como lo muestra irrefutable el caso de Ecuador.

Por eso, a pesar de que sabemos que este, nuestro gobierno, falló en muchas cosas; a pesar de que no podemos decir que la situación de los trabajadores, de los barrios, haya mejorado, tenemos que apostar a construir un programa y un gobierno del Frente de Todos que tenga como eje la distribución de la riqueza, porque si gana la derecha nos van a hundir definitivamente en la miseria y para hacerlo van ejercer una represión brutal como las que vivimos con el gobierno de los ricos para los ricos pero acentuadas porque ahora lo anuncian a viva voz.

La esperanza de nuestro pueblo para enfrentar estas adversidades está cifrada en que nos represente una compañera como Cristina que, “por mandato popular, por comprensión histórica y decisión política” es quien puede encabezar la fuerza capaz de demostrarles a los ricos de este país que no nos van a correr con amenazas, que no nos van a ver arrodillados, que no nos van a ver dominados. Las trabajadoras y los trabajadores somos capaces de volver a construir días felices si tomamos la historia en nuestras manos.

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